Calderón de la Barca insistía en un tema recurrente: el concepto de que en la vida los seres humanos sólo representan un papel rígido que les ha sido otorgado por El Gran Autor, y nadie puede sino hacer lo que ese rol le marca. En su auto sacramental “El gran teatro del mundo”, avanza un poco más sobre esa idea que no es original, porque refleja las formulaciones de otros autores, otros pensadores y otros siglos.
En el comienzo de la obra los intérpretes aparecen despojados, vistiendo igual jubón, y pasan frente a un púlpito en el que alguien, el autor, o el Creador, les entrega un pergamino o rollo, donde está el papel que les ha tocado desempeñar en la vida. El bueno y el malo, el rey y el esclavo, el guerrero y el vasallo, el mendigo y el filósofo, el noble y el villano, el rico y el pobre. Cada cuál será juzgado según cuan eficientemente represente el personaje que se le ha adjudicado. En el acto o juicio final, ante el mismo podio, cada uno rinde cuentas postreras y se le premia o castiga según ese concepto. El ladrón que supo serlo cabalmente es premiado, el rico que tuvo actos de desprendimiento es castigado, el malo que tuvo un gesto de bondad es sancionado.
Se puede elaborar largamente sobre el concepto, que aparece repetidamente en la filosofía, la literatura, las religiones y la historia: el individuo como un actor, sin poder elegir ni torcer su destino, sólo con la carga y la obligación de cumplirlo.
Observando la realidad nacional, no se puede evitar la comparación. Políticos, jueces, grandes empresarios, periodistas, sindicalistas, analistas, pueblo, trabajadores, contribuyentes o mendigos del estado, se comportan como si estuvieran cumpliendo un rol de hierro que les ha sido asignado, en una obra que se reprisa eternamente, y en la que, a diferencia de Calderón, los roles se cambian, pero no el argumento, ni el final. Una obra que vuelve a ponerse en escena cíclicamente con el mismo título o con un título cambiado.
Claro que, respetando la mediocridad nacional, no se intenta representar un clásico teatral, sino una telenovela turca, o una serie mexicana, donde los rasgos de todos los personajes son sobreactuados, donde la ética no es un valor, los principios son una mofa y la prepotencia es respetada, imitada y admirada, donde muchas veces triunfa el villano, donde los castigos se esfuman y las conductas no se juzgan, y hasta puede hacer del peor personaje un ídolo de masas.
En la próxima serie o telenovela los actores son los mismos, pero los roles cambian. El que ayer era ladrón ahora es policía, el juez es delincuente, el asesino es el muerto, el cobarde, valiente, el culpable hace de víctima, la bruja perversa actúa de emperatriz, el mediocre es el rey. Los jueces corruptos son juristas, los jueces probos son jubilados.
El argumento y el decorado están igualmente predeterminados, pero también son una ficción: la república es anulada por un virus o por cualquier otra excusa con un decreto, el presupuesto es optativo, la democracia es un telón pintado precariamente, una ilusión óptica desteñida por acuerdos entre el director y los tramoyistas, que cambian el libreto básico (la Constitución) o simplemente se ponen de acuerdo para eludirla o no cumplirla. Y entonces los actores son otros, pero los papeles son los mismos. Y los artistas que ayer cuestionaban a sus predecesores desempeñan los mismos roles, con los mismos defectos, los mismos excesos, la misma incompetencia, las mismas palabras.
Algunos actores parecen tener garantizada su actuación en el mismo rol en cada temporada. Por caso, hay un intérprete, Lázaro Báez, que hace el papel de preso siempre. El único preso por corrupción del país, como si el argumento lo hubieran escrito en colaboración García Márquez y Woody Allen. Que además tiene una característica especialísima en la serie: está encerrado por haber coimeado a alguien anónimo, algo sólo posible en una telenovela barata.
Otro actor papel vitalicio es el Juez Canicoba Corral, a quien siempre le toca el papel de juez corrupto, pero a quien nadie de ningún partido juzga ni destituye. Ya el lector está sin duda imaginando su Gran teatro del mundo propio, donde aparecen ministros que dicen y hacen lo mismo cada vez, legisladores opositores que reaccionan enojadísimos en twitter pero cuya furia se detiene allí, o que son falsos opositores porque a la hora de votar el fin de la república o alguna otra sandez se encolumnan con el gobierno.
El público tiene la secreta intuición de que los millonarios y sobrepagos actores – casi sin excepción - están todos juramentados en su corrupción multipartidaria, que ensayan sus papeles, sus peleas públicas y sus disputas, que negocian sus actuaciones como en la previa de una grabación, pero se distrae, se entusiasma y se abstrae de esa idea dolorosa porque se enamora de la actriz, o de los ojos del galán, o se encona de fanatismo contra el traidor, que es siempre malísimo y cruel, y entonces confunde realidad con ficción o viceversa. Y se olvida de pensar.
Si hiciera falta una prueba de este símil, bastaría con escuchar o releer los discursos de todos los ministros de economía de los últimos 80 años, cuando estuvieron en el poder y cuando no lo estuvieron. Así se podrán apreciar dos características: cómo el mismo actor va cambiando de papel, y cómo el mismo rol, con iguales resultados, es interpretado por varios actores. No hay en este párrafo ninguna alusión al exministro Prat Gay, que ahora ataca a la segunda etapa de gobierno de Cambiemos, sin comprender, (se lo debe exigir el papel que le ha tocado en suerte) que esa segunda parte, que fue mala, se gestó en el errado diagnóstico que él mismo hizo en la primera parte, que fue peor. También el ejercicio permitirá entender por qué el país está reducido a la categoría de paria.
Otro ejemplo muy claro es el de los múltiples roles del actor que ahora encarna al presidente de la Nación, que supo actuar como sospechado y denunciado factótum en la Superintendencia de seguros de Menem, luego desempeño, tras otros papeles secundarios, el de maltratador periodístico durante las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner, después interpretó el papel de feroz crítico de su ex jefa, y ahora actúa de presidente bajo la égida de la regente, rol que se reservó la propietaria del Senado.
Ciertamente también hay ejemplos en Cambiemos y en otros partidos, empezando por la extraña y confundida actuación de Mauricio Macri, tan vapuleado por la crítica durante y después de su performance, muchas veces con razón, y ahora en espera de otro papel. Actores secundarios como Ricardo Alfonsín o Sergio Massa, habrían merecido algún Martín Fierro como supporting actors en roles diversos.
El remedo de la pieza de Calderón permite entender mejor las razones por las que nada se puede cambiar, por las que el país vuelve a estar en default, por las que no está ni estará preso ningún ladrón, por las que la Corte tolera que un DNU anule la república, y se ría de la Constitución, del presupuesto, del Congreso y de la democracia. Del mismo modo que se pone virtualmente en comisión a toda la justicia, Corte incluida, para tener una herramienta de negociación y presión que garantice la impunidad de la señora de Kirchner, una parte del argumento que todos conocen, como en cualquier culebrón, y que sin embargo nadie juzga y a nadie escandaliza, como en cualquier culebrón.
El elenco de la oposición y de todas las instituciones, integrado por actores que forman parte del show, sólo emite un prudente murmullo formal, porque el libreto así lo indica. Ya les tocará una serie u otro episodio de ésta en la que ellos representen el papel de los impunes e inmunes.
Sin saberlo, el público también está compuesto de millones de actores de tercer orden, cuyo rol es múltiple y variable por instantes, recurrente, eterno, precario e irracional. Ese rol incluye ser pobre, rico, miserable, heroico, subsidiado, trabajador, vago, víctima, fanático, piquetero, victimario, defaulteado, inflacionado, robado, estafado, limosnero, confiscado, crédulo, avivado, desilusionado, resentido, optimista, pesimista, egoísta y generoso, esperanzado, marginal, fanático o escéptico, según la obra y cada acto de ella. Pero cuando la temporada termina, todos los actores que participaron olvidan su antiguo papel y se preparan para el que les tocará en la próxima novela.
Mientras tanto, los actores principales, una vez finalizada la grabación de cada capítulo, van a comer juntos a los mismos restaurantes. Cuando el aislamiento de la cuarentena lo permite, claro. La ley ante todo.
A veces, mientras comen y beben, y vuelven a beber, se dedican a elegir el nombre de la nueva serie. No el argumento, porque es siempre el mismo.