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Juan Gálvez, el eterno campeón

El baúl de los recuerdos. Mañana se cumplen 60 años de la muerte del piloto más exitoso de la historia del Turismo Carretera. Un veloz estratega que ganó nueve títulos y 56 carreras.

El 3 de marzo de 1963 se apagó la vida del máximo exponente del Turismo Carretera. Juan Gálvez encontró la muerte en Olavarría, en una curva conocida como la Ese de los chilenos, mientras buscaba la victoria. Porque siempre corría para ganar. Aun cuando a los 47 años le aconsejaban que era tiempo de ponerle fin a su recorrido triunfal por los caminos de la Argentina que se trazaban a medida que los veloces autos del TC los transitaban. Juancito se fue acelerando a fondo. Con la misma fórmula que le había permitido conseguir nueve títulos e imponerse en 56 de las 153 carreras que largó. Con la misma fórmula que lo erigió en el eterno campeón de la categoría más popular del país.

Nacido el 14 de febrero de 1916 en La Paternal, era el cuarto hijo de don Marcelino y doña Matilde. Marcelino Luis, Alejandro y Oscar llegaron antes que él y más tarde apareció Roberto, quien también tuvo un efímero paso por el automovilismo deportivo. Con sus cinco varones, los Gálvez renunciaron a seguir buscando la nena…

Juan fue el eterno compinche de Oscar, tres años mayor. Con él se abrazó a la pasión por los fierros. Ahorrando los pesos que le daban sus padres, ayudó a Oscar a comprar un Ford T de 1927 que permaneció escondido en la casa de un amigo en Sáenz Peña.

Oscar, a quien la historia perpetuó como el Aguilucho por su soberbia capacidad para manejar en las montañas, trabajaba en el taller de papá Marcelino gracias a una fractura que, a regañadientes de su progenitor, le permitió dejar los libros y dedicarse a la mecánica. Aprendió todos los secretos que escondían los autos. Compartió su conocimiento con Juan y juntos hicieron su propio camino con un taller en Gaona al 600 que luego se mudó a Díaz Vélez y Virasoro.

Oscar y Juan Gálvez, dos personajes fundamentales en la historia del TC.

El Ford T del ´27 le sirvió a Oscar para las primeras picadas que causaron el enojo paterno. Su talento lo depositó en el Gran Premio Argentino de 1937 a bordo de una cupé Ford del ´35 y con Horacio Mariscal como acompañante. Sorprendió ocupando la punta en una etapa hasta que un vuelco le puso fin a ese primer intento. La llama estaba encendida y por eso participó en otra carrera ese año con un joven apodado Cito, que ocultó su nombre y alteró su fecha de nacimiento porque era menor de edad. Ese muchacho era, justamente, su hermano Juan.

NACE EL PILOTO

Tres años compartiendo carreras a lo largo y ancho del país causaron problemas inesperados. Si ambos se ausentaban al mismo tiempo, el taller debía permanecer cerrado. Eso no podía suceder: había que respetar a los clientes. Y más aun si se presentaban complicaciones como el accidente en el que rodaron por un precipicio en 1940. Se salvaron de milagro y aprendieron la lección: desde ese infortunado hecho empezaron a usar cascos, elementos casi desconocidos en esos días.

Los Gálvez eran muy diferentes. Oscar, alegre, locuaz y desfachatado; Juan, serio, de pocas palabras, introvertido y reservado. Quizás por esa razón el Aguilucho fue un ídolo popular y Juancito respetado y admirado… Además del apellido, los hermanaba la habilidad para la mecánica: el mayor armaba y desarmaba un motor en 28 minutos; el menor era capaz de cambiar el tren trasero completo en apenas 21. También los unía el sentido común: para no desatender el taller debían separarse y correr cada uno por su lado.

Las Mil Millas de 1941 fueron el marco bautismal del futuro gran campeón teceísta. Lo acompañó Augusto López, uno de los mecánicos que trabajaban con los Gálvez en el taller. Juancito llamó la atención muy rápidamente, pues terminó segundo detrás de Juan Manuel Fangio, quien ese año repitió el título que había logrado en 1940 al mando de un Chevrolet.

La máquina de Juan Gálvez levanta polvo en los caminos.

Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial puso en pausa al automovilismo local de 1942 a 1947. Al mismo tiempo, ese período inició la era de la emancipación completa de Juan, quien no solo abrió su propio taller, sino que también se convirtió en el gran rival de su hermano.

Con el regreso del TC a las rutas llegó la época de pleno dominio de los Gálvez. Oscar fue campeón en 1947 y 1948 y Juan en 1949, 1950, 1951 y 1952; Oscar otra vez reinó en 1953 y 1954 y Juan sumó más coronas del ´55 al ´58 y en 1960. El mayor de los hijos de Marcelino y Matilde le bajó el telón a ese ciclo inigualable en 1961. Cinco títulos para el Aguilucho y nueve para Juancito. Cuarenta y tres victorias en 169 carreras para el mayor de los hermanos y 56 en 153 para el menor…

EL ESTRATEGA

El TC hacía camino al andar. Mejor dicho: hacía camino al acelerar. Recorría rutas, montañas y senderos hasta entonces inexplorados (también más tarde llegó a los autódromos). Escribía páginas épicas como La Buenos Aires-Caracas, una competencia emblemática que en 1948 unió esas ciudades en una travesía de 9.575 kilómetros.

Ganó Domingo Toscanito Marimón, escoltado por Eusebio Marcilla, ambos con Chevrolet. Marcilla fue reconocido como El Caballero del camino porque paró para auxiliar a Fangio, quien sufrió un trágico accidente en el que murió su acompañante Daniel Urrutia. Oscar Gálvez fue descalificado por haber sido remolcado en un tramo del trayecto debido a que el cigüeñal de su Ford se cortó cuando tiró del auto de su hermano Juan, que se había desbarrancado. Así se hacía historia en el TC de esos tiempos fundacionales.

Como cuando en el ´49 se llevó a cabo la carrera más extensa de los 86 años de existencia de la categoría. Fueron 11.035 kilómetros extenuantes para las máquinas y los hombres en los que ganó Juan Gálvez. En esa competencia recorrió la vasta geografía argentina resultó segundo Oscar y tercero Fangio. Fue la última presentación del Chueco en el Turismo Carretera antes de emigrar a Europa y asegurarse la inmortalidad como el Quíntuple con su formidable colección de cinco campeonatos del mundo en la Fórmula 1.

Juan Gálvez, el mejor del TC, y Juan Manuel Fangio, quíntuple campeón de la Fórmula 1.

“Nunca trato de ganar por mucha diferencia. ¿Para qué voy a malgastar lo que tengo si no es necesario? Además, ganar así humilla. Soy enemigo de derrochar lo que tanto me cuesta juntar. Armar un motor significa para mí muchas horas de taller. Después, ¿para qué ganar por una hora cuando puedo hacerlo por uno o dos minutos?”. Las palabras de Juan Gálvez revelan su naturaleza como piloto. Era muy rápido, pero, sobre todo, inteligentísimo para diseñar el plan de carrera más adecuado para cada ocasión. Dicen que fue el primer gran estratega del automovilismo argentino.

Estudiaba su auto para sacarle el máximo provecho al motor y a cada pieza para aligerar su peso. Conocía a fondo todos los caminos y se ocupaba de charlar con los habitantes de los pueblos que cruzaba el TC para estar al tanto de cada pequeño secreto del lugar. Y, por supuesto, analizaba a sus rivales.

Esa destreza le permitió sumar en 1951 su tercera victoria consecutiva en el Gran Premio, la prueba que cerraba la temporada y exponía a pilotos y máquinas a un trajín solo comparable con el Dakar del siglo XXI. Le ganó a Dalmo Bojanich por 90 minutos de diferencia porque supo manejar como nadie en los anegados caminos de un Santiago del Estero que recibió una tormenta tan violenta como inusual para esa tierra casi siempre reseca en esa parte del año.

Exhibió su astucia para imponerse en el Gran Premio del ´56 cuando hizo un tirón rápido desde la sede del Automóvil Club Argentino -en la Ciudad de Buenos Aires- hasta Pehuajó en apenas dos horas y 24 minutos. Ese tramo de unos 400 kilómetros había sido de asfalto. Lo esperaban más de mil kilómetros de tierra con Bariloche como destino final. Vivo, aprovechó su ventaja y pidió un auto para recorrer los caminos de tierra de la que partió la tortuga Manuelita, según la imaginación de María Elena Walsh en 1963. Estudió el terreno y le puso gomas lisas a su Ford siempre pintado de azul y con el número 1 en las puertas. Sus competidores se fueron a dormir imitando la estrategia del campeón con los neumáticos. Juancito madrugó al día siguiente y antes de la largada los cambió por pantaneras. Nadie pudo seguirle el paso y así consumó su sexto título.

Eximio mecánico, siempre conseguía explotar al máximo las bondades de su motor.

SIEMPRE GANADOR

Juan Gálvez ganó cinco de las siete carreras que largó en 1949. Un año más tarde consiguió otros cuatro triunfos, a los que agregó idéntica cantidad en 1951 y otros seis en el ´52, incluyendo uno en el Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, Oscar se llevó la primera prueba del TC el 24 de mayo. Es un justo homenaje que ese escenario lleve el nombre de los Gálvez.

Porque casi siempre terminaba primero, Juancito se impuso ocho veces en 1953, cuatro en 1954 y 1955, en dos ocasiones en el ´56 y recolectó siete éxitos en el ´57, cuatro en el ´58, dos en el ´59, ocho en 1960 y uno en 1962. La palabra victoria se antoja un sinónimo de Juan Gálvez…

Se llevó nueve títulos de TC y fue segundo en 1953 y 1954 detrás de Oscar y en 1959 perdió por apenas medio punto con Rodolfo de Álzaga. Sigue siendo el piloto más ganador y el que más coronas cosechó en la categoría.

EL TRISTE FINAL

Si bien no anunciaba su retiro, sus últimas temporadas se caracterizaron por una escasa presencia en la línea de largada. Les prestaba más atención a sus negocios: el taller de toda la vida y la agencia Ford de la ciudad de Rojas. Pero no se rendía. A pesar de que el Turismo Carretera comenzaba un tiempo en el que las viejas cupecitas de las décadas anteriores experimentaban cada vez mayores desarrollos aerodinámicos y mecánicos, Juancito estaba dispuesto a dar pelea.

El 17 de mayo de 1962 obtuvo su último triunfo en la Vuelta de Laboulaye. Ese año, dos gringos de Olavarría, los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi, pusieron primera e iniciaron un período espectacular de cuatro títulos seguidos a bordo de La Galera, una mítica cupé Ford que se erigió en el último bastión de una era que después cedió terreno a los Falcon, Chevrolet 400, Valiant y, más tarde, a los Torino.

La última foto. Saltando un charco después de haber saludado al público en Olavarría.

Juan, que nunca permitió que alguien le echara un vistazo a su motor, trataba de sacarle el máximo provecho a su viejo Ford que en 1963 llevaba el 5, un número extraño para el número 1 de la categoría. Sabía que el auto de los Emiliozzi era más rápido, ya que erogaba 15 kilómetros por hora más. Ante la oposición de Oscar, decidió correr en Olavarría, la tierra de los campeones de ese entonces. Quería demostrar que aún podía ser competitivo.

Estaba convencido de que, si la lluvia se mantenía, en camino barroso nadie manejaba como él. Si se secaba, el panorama iba a complicarse. Buscaba el triunfo con la voracidad de siempre. Entró fuerte en una curva conocida como la Ese de los chilenos. El auto derrapó y Juan no pudo sacarle más velocidad para acomodarlo en la huella.

La cupé azul salió del camino y dio cinco vuelcos. En el último, Raúl Cottet -su acompañante de siempre- y él fueron despedidos del Ford. Juan no usaba cinturón de seguridad porque temía morir calcinado en el interior de su máquina…

Clottet salió ileso. Juancito murió al impactar con la cabeza en el piso. “Que los que llegamos aquí tengamos la suerte de regresar a nuestros hogares y podamos seguir corriendo”, había pedido un día antes en la última entrevista que concedió. No lo consiguió. El 3 de marzo de 1963 el TC perdió a su eterno campeón.

Los restos del Ford con el número 5 después del fatal accidente.