Opinión
Páginas de la historia
Jean Gabin
Muchos cantan cuando van a la guerra. Pero ninguno cuando regresa. Un día 15 de noviembre de 1976, una triste noticia conmovía al mundo cinematográfico.
A los 72 años dejaba de existir el último de los monstruos sagrados del viejo cine francés: Jean Gabin. El año anterior habían muerto los otros dos grandes: Michel Simon y Pierre Fresnay.
A los 18 años, Gabín ya actúa –en un modesto papel- en el Follies Bergere de París. A los 23 años canta –otra faceta- con la famosa Mistinguette, lo que cimenta su renombre. A los 30, ya está en el cine como galán y cantante junto a Josephine Baker.
Cuarenta años de permanencia en la cinematografía y -siempre en primer plano– hacen de Jean Gabin una figura singular. Lo ayuda un rostro severo, una fuerte contextura física y una voz profunda y su personalidad inconfundible. Filma con los grandes directores franceses.
Con J. Dudivier en quien Jean Gabin reconoce su maestro, hace ‘Pepe Le Moko’, en 1935, que le da prestigio universal. Tiene 31 años. De 1936 a 1938 con otro director excepcional: Jean Renoir, filma ‘La gran ilusión’. Ya es el número uno del cine francés. Y otro gran realizador se cruza en su camino, Marcel Carné, hacen ‘El muelle de las brumas’.
AÑO 1939
Tiene 35 años cuando comienza la Segunda Guerra Mundial. Le ofrecen exceptuarlo. Pero entre el arte y el patriotismo elige –lo hace como voluntario- el camino del deber. Primero a bordo de un barreminas y luego como artillero de un tanque.
La derrota de Francia lo lleva a los Estados Unidos, donde retoma el camino del cine que ya no abandonaría. Hace también tipos humanos como el policía Maigret, en los que da imagen física a un fantasma literario.
El secreto de su fuerza interpretativa proviene de su profunda honestidad. Porque Jean Gabin “hombre” es espontáneo, directo, sobrio.
Y el hombre siempre acompaña al actor. Su participación en la guerra dejó huellas profundas en un ser humano de su fina sensibilidad. Vio tanto horror que llegó a la conclusión que guerra siempre implica derrota. Incluso para los vencedores. Y que enseñar cultura y armar mentes es desarmar los brazos. Y que aunque muchos hablen de triunfo, en las guerras sólo se mata y se muere.
GUERRA DE GUERRAS
Después de tales experiencias Jean Gabin sólo podría justificar la guerra a las guerras. Estas reflexiones surgieron en la mente y en el corazón del actor, después de un episodio muy penoso que le tocó protagonizar en el frente de batalla. Siendo artillero de un tanque francés, en una zona boscosa su compañía descubre a una patrulla del ejército alemán. Su capitán le ordena disparar. Los alemanes -10 a 12 hombres en total- huyen. Cuando Jean Gabin dispara su arma le pareció oír simultáneamente un grito desgarrador. Los tanques franceses avanzan.
Él baja del suyo y en la espesura encuentra a un soldado enemigo con la pierna prácticamente destrozada, sin duda por su disparo. Gabin cree desmayarse. Le da agua al soldado alemán y le seca la frente traspirada.
Y se establece este diálogo insólito entre los dos soldados “enemigos” que Jean Gabin transcribe en un artículo periodístico que publicó años después. “¿Cómo se siente?”, le dijo el actor.
“Bien -dijo el alemán prisionero- en un francés comprensible”. “¿Tiene dolores?”, le preguntó. “Sí, me duele mucho la pierna. Pero, ¿usted no es el actor Jean Gabin?”, quiso saber el alemán. “Sí. Lo soy”, le respondió.
“¡Ha, no sabe cuanto lo admiro!”, dijo el soldado herido. “Yo hacía comentarios de cine en una revista alemana y hace poco comenté precisamente su última película ‘La gran ilusion’. Pero vi todas sus obras”, siguió y se las enumeró una a una.
Jean Gabin quedó petrificado. Abrazó al soldado con emoción no disimulada. Este respondió al abrazo, también con lágrimas en los ojos. Después, una ambulancia francesa recogió al prisionero herido.
Jean Gabin se vio simultáneamente asesino y víctima. Es que sintió que había matado lo mejor de sí mismo. Ya finalizada la Segunda Guerra Mundial, siete años después, Gabín –que se escribía con el alemán- lo fue a visitar a Munich, donde este residía. Descubrió entonces que le faltaba una pierna...
Aunque lo ayudó materialmente desde ese momento, el famoso actor francés nunca pudo superar este episodio. Llevó este hecho como un recuerdo penoso que no olvidaría jamás.
Y esta situación trágica, de esa herida abierta en el corazón de Jean Gabín, que fama y fortuna no pudieron borrar, trae a mi mente este aforismo: “En las guerras no hay soldados sin heridas”.