Enero se nos va y observamos con atención los primeros pasos de Joe Biden. Los cuatro años de Donald Trump han sido gloriosos para los inversores. Tomó el Dow Jones en 18 mil puntos y lo entregó tocando los 32 mil. Eso representa pragmatismo concreto. El inversor no mira la corbata de un presidente, premia un clima de negocios que permite que las fuerzas positivas del capitalismo operen de manera natural y de esta manera se genere crecimiento. Los inversores, como se ha dicho, votan todos los días.
Obsérvese esta significativa señal que muchos pasan por alto: el Dow Jones se desplomó por la pandemia, pero rebotó justamente en los 18 mil puntos, al mismo nivel que lo había dejado Obama. Ahí comenzó una recuperación de todo lo perdido, e incluso un poco más. ¿Cuál es el mensaje de todo esto? Confianza en Trump y su equipo económico. Avezado piloto de tormenta. Hubo planes de estímulo y no se subieron los impuestos. Confianza, la palabra mágica. El mercado nuevamente tomó máximos.
Llegó Biden. El Dow en 30.800/30.900. Las primeras señales del presidente norteamericano lo muestran como un ’viejito simpático’, que quiere marcar diferencias con su antecesor. El tono es calmo y la intención táctica es mostrar a los suyos y al mundo que ha llegado al poder un presidente más amable, que no discrimina a nadie y que no piensa alzar la voz ni perder los buenos modales. Los medios están encantados; odiaban al outsider.
Al parecer, el mercado le ha otorgado a la administración demócrata una luna de miel; no han caído los precios. ¡Vamos juegue!, le dicen los inversores. Claro está, si aparecen los ruidos (una suba de impuestos, por ejemplo), me parece que la toma de ganancias será automática y se corregirán los precios en Wall Street. Razonable. Libre acción de los agentes económicos. Sin embargo, por ahora, parece que la mayor preocupación es la segunda o tercera ola del virus chino con los consecuentes cierres de actividades. Esto también podría provocar una corrección pero luego se medirá la reacción de los gobiernos para mantener los negocios a flote.
Hablando de correcciones, el bitcoin se encuentra inmerso en una baja de precios hasta los 29 mil dólares. Yellen habló de regulaciones y es lógico que así ocurra después de la colosal escalada del último año, pero lo más importante es que bancos, empresas, fondos de inversión y otros poderosos actores del mercado siguen sumándose a las criptomonedas. Llegaron para quedarse, es la opinión de hierro de esta columna. Los que pronostican su desaparición se equivocan rotundamente, a mi juicio. Lo cual no significa que estas nuevas formas de inversión pierdan su asombrosa volatibilidad. Fíjese lector que el ethereum, la segunda criptomoneda en importancia, pasó de 200 a 1.300 dólares también en menos de un año.
Esto despierta el apetito de los recaudadores de impuestos. Si hay algo que odian los gobiernos de todo el mundo es ver que alguna gente (no todos ganan con las cripto) ganan buen dinero y ellos no pueden hacerse con un pedazo del pastel. Así son esa gentuza..
Pensamos que el bitcoin puede hacer piso en 25.000 o 26.000 dólares y de ahí ir y venir a los 40 mil o un poco más. Rango de trading o zona de meseta lo llamamos los especialistas. Pero después podría despegar hacia los u$ 60.000. El ethereum podría encontrar el soporte en los 1.000 para luego buscar la cota de los 2.000 dólares. Veremos, no obstante, como las regulaciones que tarde o temprano van a llegar ordenen la cancha.
El mercado argentino sigue sin cambios, con el gobierno amenazando por teléfono y con inspecciones para limitar las compras de divisas. Por eso el blue sigue en torno de los 156 y 157 pesos. Pero el contado con liqui acercándose a los 150 nos indica que no quedan demasiados argumentos y herramientas para mantener ridículamente retrasado el tipo de cambio. Entre tantos disparates, hemos visto con tristeza esta semana que YPF esta bajo ataque desde el ala recalcitrante del kirchnerismo, lo cual sólo puede redundar en una profundización de la pérdida del valor patrimonial. Pensar que con Carlos Menem, Repsol había pagado 15 mil millones de dólares por el 51% de la petrolera más grande de la Argentina. Hoy vale casi diez veces menos.