Ha escrito con acierto el poeta Karol Wojtyla: “Así vinculados por la misma lengua, / existimos y nos ahondamos en nuestras raíces, / a la espera del fruto / de nuestras maduraciones y nuestros virajes continuos. / Envueltos, cada día más, en la belleza de nuestra propia lengua, / no nos hiere la amargura / de que en los mercados del mundo / no se vendan los frutos de nuestro pensamiento / por el gran precio que hay que pagar / por nuestras palabras. / Pero no deseamos cambiar de mercancía… / Pueblo que a través de las generaciones / se queda en el corazón de su propia idioma, / no puede explicar del todo / el misterio de la idea” (Poesías, Cuando pienso en la Patria II).
Estos versos de Wojtyla (futuro Juan Pablo II), ejemplar patriota polaco, y que cita el P. Alfredo Sáenz, S. I. en su trabajo sobre el patriotismo, introducen en el tema sobre el que trata la presente columna. Hoy quiero escribir sobre Indalecio Gómez y el idioma nacional argentino.
La vida y obra de Indalecio Gómez, patriota argentino nacido en Molinos (Salta) el 14 de septiembre de 1850 y figura señera del laicado católico nacional, merece ser recordada del mismo modo que ya lo hice, una vez más gracias a La Prensa, con otros de su generación -la del Ochenta- como Emilio Lamarca y Tristán Achával Rodríguez. Indalecio Gómez fue, como otros contemporáneos suyos, discípulo del beato fray Mamerto Esquiú. La edición de Los Discursos de Indalecio Gómez (Buenos Aires, Guillermo Kraft Ltda., 1953) resume su vida pública de esta manera: Estadista – Diplomático – Parlamentario. Fue, usando una expresión bien argentina, la “mano derecha” del presidente Roque Sáenz Peña como Ministro del Interior. Su nombre ha quedado relacionado, sobre todo, a la ley de reforma electoral de 1912.
En el tomo II de Los Discursos antes mencionados, figuran sus intervenciones en la Cámara de Diputados de la Nación sobre la defensa del idioma nacional en la enseñanza. Se titulan “Los fundamentos del proyecto ante los hechos” (17 de septiembre de 1894), “El idioma y la unidad de la Nación” (4 de septiembre de 1896) y “El significado social y político del idioma nacional” (9 de septiembre de 1896). Rescataré, debido a la brevedad, algunas de sus ideas sobre el asunto.
El idioma nacional –afirma el 09/09/1896– “sigue al individuo desde que nace hasta que muere, lo acompaña toda su vida, y es el instrumento de expresión de todos los movimientos de su alma, pensamientos, afectos, voluntades, en la comunión nacional”. A su juicio, a los efectos de la educación en la argentinidad, en las escuelas primarias “basta y sobra que se haga obligatorio, no el aprendizaje del idioma nacional como un ramo del programa; sino que el idioma nacional sea el vehículo necesario de la enseñanza: que no se pueda enseñar sino en idioma nacional” (17/09/1894). Esto no implica –aclara nuestro autor respecto de sus intenciones– “ningún designio agresivo ni malevolente” hacia los extranjeros, en particular los inmigrantes y su descendencia (04/09/1896). “Tengo la suerte –destaca él mismo– de haber recibido una educación que me permite traducir el inglés, el italiano y el francés”. Puntualiza que “se ha de enseñar todo aquello que se quiera, pero se ha de enseñar sirviendo de vehículo el idioma nacional. Éste es el verdadero concepto del proyecto”. Para la salvación del sentimiento nacional no hay remedio “tan sencillo, ninguno tan eficaz, como la enseñanza del idioma nacional o, más bien [sic] dicho, como el uso del idioma nacional en las escuelas, como vehículo de la enseñanza primaria”.
Dicho esto, concluyo con una breve reflexión. Como sostuvo sabiamente fray Francisco de Paula Castañeda, los argentinos “por Castilla somos gente”. Esto significa, entre otras cosas, que mediante el idioma castellano se ha forjado nuestra nacionalidad y, realidad que no debe olvidarse, en continuidad con nuestra tradición histórico-cultural. Como apunté en otra ocasión, también en La Prensa, los argentinos “somos herederos de España. Así es, señores. Argentina no se explicaría sin la presencia de España en América. Es un hecho e información histórica. Resulta un dato inconmovible”. Por esto, y por muchas más razones, cultivar y defender nuestro idioma nacional es hacerlo con nuestra misma identidad argentina. Sí, damas y caballeros: no debe resultarnos indiferentes el idioma común de los argentinos. Que nos importe, y mucho, es uno de los mejores servicios que podemos ofrecerle a nuestra Patria Argentina y, por qué no, servir de inspiración para otros pueblos.
Por último, debo mi reconocimiento y agradecimiento a Horacio Sánchez de Loria Parodi dado que, gracias a su libro Indalecio Gómez y su época. Sus ideas político-jurídicas (Buenos Aires, Cathedra Jurídica, 2012) pude aproximarme, por primera vez, a la vida y la obra de este notable católico social argentino.