POR MARIO TESLER
En distintas ocasiones y por distintas razones me encontré y reencontré con la Casa de Ejercicios en mi ciudad natal y, más tarde, con su fundadora. Como conservo en mi memoria detalles de estos recuerdos y gracias a las informaciones que afloraron por su reciente santificación me propuse ofrecerlos retocados, en haz de ramas.
Cuando el barrio de Constitución era un centro comercial y Lima la calle de las tiendas y mercerías, las mujeres la recorrían desde la calle Independencia hasta desembocar en una de las entradas del Mercado Proveedor del Sud, eliminado después del año 1975 cuando se prolongó la Avenida 9 de Julio hasta la Avenida Caseros.
Unas veces mi madre, cuando el trabajo se lo permitía, otras alguna vecina nos reunía a varios chicos para ir a dar una vuelta. Ese era el pretexto: las más de las veces nos aburríamos entrando de un negocio al otro en los que se exhibían mercaderías que no eran cosa de nuestro interés.
Cuento esto porque tanto a la ida como a la vuelta pasábamos por una vieja edificación, desvinculada del entorno edilicio, y cuando preguntábamos por ella nos decían que se trataba de un convento de monjas. Aun con esa respuesta para mí siguió siendo un enigma. Fue así como en mi infancia, por la década de 1940, vi la Casa de Ejercicios.
Puertas para adentro pude conocerla cuando me uní civilmente con María Teresa Rouge en 1976. Mi compañera católica y yo judío decidimos no solo respetar las costumbres de ambas religiones sino interiorizarnos sobre ellas. Por eso el Jueves Santo la acompañaba a visitar las siete iglesias, con una condición excluyente de mi parte: que la mayoría fueran las históricas de la ciudad: así mientras ella rezaba yo recorría las naves instruyéndome con lo que atesoran.
Entonces pudimos ver la Capilla del Divino Salvador (apodada Capilla de los Ejercitantes) que da a la calle Salta, una joyita de la época colonial. Cuando tuvimos la oportunidad de conocer el interior de la Casa de Ejercicios, sus pasillos y claustros, las celdas, los comedores, los salones, los patios y otras dependencias, ingresamos por dentro a esa capilla.
ROMANCES OPUESTOS
La película El grito sagrado se estrenó en mayo de 1954, pero debí esperar un tiempo para verla, cuando bajó a los barrios y a menos precio. Fue en el cine Perla, de la calle Independencia, entre Pozos y Entre Ríos, en el barrio de San Cristóbal.
Protagonizada por Fanny Navarro y Carlos Cores, es de las que abordan el género histórico y refiere a la vida de Mariquita Sánchez y su protagonismo en la vida social y política en el Buenos Aires de antaño.
Su romance no consentido por los padres y la negativa de ella a contraer matrimonio con el hombre que le habían escogido para desposarla, hizo que Mariquita recurriera ante la autoridad virreinal para iniciar el juicio de disenso.
Ante esta actitud el padre la excluyó del hogar y, según la versión libre del guionista romántico Pedro Miguel Obligado, la confinó en la Casa de Ejercicios, por donde, de tanto en tanto, pasaba Martín Jacobo Thompson para ver furtivamente a su amada. El juicio duró varios años hasta que el virrey Rafael de Sobremonte y Núñez falló en favor de Mariquita.
En la escena en la que transportando el tonel en un carro tirado por bueyes Martín Jacobo simula ser el aguatero y pasa pregonando agüita fresca, Mariquita va a su encuentro. Entonces puede verse el frente de la Casa de Ejercicios y, tras la puerta chica de ingreso después de la puerta cancel de herrería, asoma el primer patio.
Muerto su padre, tras cuatro años de encierro y habiendo ganado el juicio, Mariquita Sánchez salió libre y se casó con Martín Jacobo el 29 de julio de 1805; consagró el matrimonio su confesor fray Cayetano Rodríguez.
Cuando comencé a preparar el libro sobre Camila O´Gorman y María Luisa Bemberg, editado en el año 2010, entre el material bibliográfico y documental consultado no reparé en uno de los temas que trata el artículo de Jimena Sáenz dado a conocer por la revista Todo es Historia en el mes de julio de 1971, como me informó recientemente Raúl Veroni.
En un párrafo Sáenz trata de diferenciar las actitudes de Manuelita Rosas de la tan denigrada cuñada María Josefa Ezcurra frente al drama que vivía Camila. En tanto la hija de Rosas, que tenía amistad con ella, le manifestó lo mucho que pidió a su padre por ella y le aconsejó no más que tener esperanza, dándole su palabra de que continuaría haciendo sus esfuerzos, Ezcurra escribió a su cuñado:
“Si quieres que entre recluida en la Santa Casa de Ejercicios ya hablaré con doña Rufina Díaz y estoy segura que se hará cargo de ella y no se escapará de allí”.
Sor Justa Rufina Díaz, rectora de la Casa de Ejercicios, no llegó a tener que cumplir dicho compromiso: Rosas ordenó fusilar a Camila y a su amado, el sacerdote Uladislao Gutiérrez.
Sáenz tomó las dos cartas del libro de Manuel Vizoso Gorostiaga sobre Camila O´Gorman y su época, editado en 1943 y debe haber considerado no incluir un detalle: la factura que recibió de la Mueblería de la Independencia, propiedad de Casto Gamboa, por la compra de un juego completo de dormitorio, colchón de lana fina, sillas, sillón de Viena y que cargaron un piano de Ame Longo para entregar en Casa de Ejercicios. La mueblería estaba ubicada, según denominación antigua, en la Calle del Restaurador, esquina Representantes.
(Quien hoy visite la Casa de Ejercicios, en un costado del Salón de las Américas, encontrará ese piano con sus candelabros adosados).
Esta factura, si es auténtica, genera un interrogante: está datada el 9 de agosto de 1848, el mismo día que Camila y Uladislao eran fusilados en Santos Lugares. Es raro que la hija de Rosas no estuviera al tanto de lo ocurrido, o Rosas le había prometido clemencia y por alguna razón íntima decidió fusilar a ambos.
EN UNA BIBLIOGRAFÍA
Para conmemorar el centenario del servicio telefónico en la Argentina la Empresa Nacional de Telecomunicaciones decidió en 1981 confeccionar una contribución bibliográfica y hemerográfica sobre Temas de Buenos Aires (tal su título), con el fin de facilitar referencias para establecer un diálogo metafórico entre el pasado y el presente.
Me nombraron director del trabajo, por ser el único profesional de la disciplina en la ENTel, y dejaron en mis manos escoger las bibliotecas que nos proveyeran de piezas con las cuales confeccionar los correspondientes asientos.
El locutor y periodista Antonio Carrizo nos ofreció piezas bibliográficas, atesoradas en su coqueta vivienda del barrio Recoleta, y las complementamos con la colección que el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires conservaba en su área de biblioteca.
El libro apareció en el mes de marzo de 1982. Por primera vez en un aporte a la bibliografía de conjunto sobre la ciudad de Buenos Aires se incluyeron cinco asientos referidos a la Casa de Ejercicios.
Dos de estos son publicaciones de Mario J. Buschiazzo, uno en la revista Estilo (1943) y el otro un folleto de 24 páginas donde aparece una de las dos copias del plano, hasta entonces inédito, de la Casa de Ejercicios, conservado en el Archivo General de la Nación; la otra copia se encontraba en la Curia Eclesiástica.
Los tres restantes asientos corresponden a: el cuaderno 24 de la colección Documentos de Artes Argentino, editado en 1947 por la Academia Nacional de Bellas Artes dedicado a la Casa de Ejercicios, con un breve texto introductorio de Ricardo Gutiérrez; de Francisco Romay el libro dedicado a El barrio de Monserrat, que en 1962 la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires incluyó en la serie Cuadernos de Buenos Aires; y los dos voluminosos tomos de Alberto Meyer Arana, La caridad en Buenos Aires, que datan de principios del siglo XIX, en donde aparecen dos hechos registrados en la Casa: “Una cura en la Casa de Ejercicios. Sor María de la Paz”, y “La Hermana María Benita Arias. Su ingreso a la Casa de Ejercicios".
DESPUÉS DE LOS INCENDIOS
Tenía 14 años cuando el pueblo argentino vivió con estupor el incendio provocado y saqueo en los más tradicionales templos y conventos católicos de Buenos Aires. El luctuoso suceso ocurrió el 16 de junio de 1955.
Eran los estertores de un gobierno que se batía en retirada y su ira, sería injusto omitirlo, también se descargó contra la Casa Radical, la Casa del Pueblo con su biblioteca obrera del Partido Socialista, y el exclusivo Jockey Club.
Con el tiempo, gracias a las enseñanzas y lecturas supe que este proceder en nuestro país tiene antecedentes remotos y cercanos, no siempre dirigidos a los mismos objetivos opositores.
A los pocos días de aquel fatídico suceso salí a recorrer los edificios dañados, tratando de ver palmariamente la vandalización de sus interiores.
Uno de los que visité fue la iglesia de La Piedad, en el barrio de San Nicolás. En medio del desastre un grupo de fieles, entre los cuales advertí varios ciegos, dialogaban con un hombre vestido con ambo de calle que no encajaba en esas ropas; era evidente que se trataba de un sacerdote acostumbrado a portar sotana. Fue en ese momento y de su boca que supe que allí también fue destruido el taller de escritura braille y la biblioteca para ciegos que funcionaba en una de las dependencias del templo.
Viene a cuento esta visita porque recorriendo los altares de la nave lateral derecha fue cuando por primera vez me encontré con el mausoleo erigido en 1913 que despertó mi curiosidad: por la placa colocada al pie supe que ahí se encontraban sepultados los restos mortales de María Antonia de la Paz. Pasaron los años y cuando me incliné por los estudios históricos supe que se trataba de la apodada popularmente Mama Antula quien falleció en la celda número 8 de su Casa de Ejercicios pero, por su expreso pedido, fue sepultada en el campo santo de la capilla ubicada en las actuales Bartolomé Mitre y Paraná.
Cuando en el mismo lugar se edificó la actual iglesia de Nuestra Señora de La Piedad fueron exhumados los restos y trasladados a su interior. El mausoleo que los guarda fue declarado Sepulcro histórico nacional por decreto presidencial a fines del mes de enero del año 2014.
Ese mismo día 16 de junio de 1955 producto de la quema se destruyó totalmente el Palacio Arzobispal, lindero con la Catedral, y su gran archivo donde se encontraba el otro ejemplar con el plano de la Casa de Ejercicios y documentos sobre las actividades desarrolladas en ella.
CONOCER SU INTERIOR
Cuando por mis deméritos me vi obligado a cambiar de colegio, diariamente esperaba el tranvía en Salta e Independencia de espaldas a una pared lateral de la Casa de Ejercicios.
Aunque por entonces no existían los inentendibles grafitis actuales, durante décadas los tres blancos muros exteriores de la Casa de Ejercicios fueron objetivos escogidos para pintadas políticas, reclamos sociales y leyendas anticlericales que eran tapados con una blanqueada para ser de inmediato reemplazados por otros.
Declarada Monumento Histórico Nacional en el año 1942, el ensañado exterior fue reparado y puesto en valor su entorno y las veredas recién a fines del 2016.
De adolescente conocí una de sus dos capillas; se trata del oratorio Jesús Nazareno que da a la hoy Avenida Independencia. Era un muy pequeño ámbito; al ingresar dos rústicos bancos con reclinatorio ocupaban la mayor parte del espacio, separado por una reja que protegía un pequeño altar de época con una imagen de vestir de tamaño natural que representa al Nazareno camino a la crucifixión, más algunos elementos ornamentales.
En los días de mucho calor o de frío intenso cuando salía a caminar hacía un alto en el oratorio para descansar. Aunque algunos entraban solo a persignarse, siempre presté especial atención a aquellos que permanecían abstraídos de su entorno mundano y en comunión absoluta con Él. Jorge Romero Brest dijo en una entrevista que para él la comunión es el estado perfecto de comunicación.
Muy rara vez coincidió que en algunas de mis caminatas viera entrar o salir a alguna persona de la Casa de Ejercicio. Pero en la década del ‘70 solía estar en la puerta de calle, que da al cuarto destinado para el capellán, el sacerdote Julio Meinvielle que ejercía esa función y la de mentor de sectores católicos nacionalistas.
Por entonces la calle Independencia cambió de mano, o de sentido, algo que al parecer Meinvielle no lo tuvo en cuenta y al mal cruzar fue arrollado por un vehículo; falleció el 2 de agosto de 1973.
Cuando por mis deméritos
me vi obligado a cambiar
de colegio, diariamente
esperaba el tranvía en
Salta e Independencia,
de espaldas a una pared
lateral de la Casa de
Ejercicios.
LA OBRA DE FURLONG
En los últimos años,y consultando las dos ediciones de la bibliografía sobre Guillermo Furlong S.J. de Abel Rodolfo Geoghegan y el catálogo confeccionado por Mariana Uranga para la Biblioteca Histórica de la Universidad del Salvador encontré trabajos publicados por él sobre la hoy santa y su obra en Buenos Aires y hasta un volumen sobre ella entre sus inéditos.
Con una introducción de su autoría, en 1929 Furlong publicó un puñado de cartas inéditas de María Antonia, a la que apellida de San José, que fue el adoptado por ella en reemplazo del secular Paz y Figueroa; este trabajo fue incluido en dos entregas de la revista Estudios. En la transcripción Furlong respetó las características de la escritura de época.
En el tomo 77 de 1947 en la misma revista encontramos 15 páginas dedicadas a “Un valioso testimonio sobre la Madre Antula”; otras dos páginas aparecidas en 1931 en la revista Criterio.
Y en la revista rosarina Valor hay dos páginas sobre “El ejemplo de la Madre Antula”, con una síntesis de la disertación pronunciada por Furlong en el III Congreso Internacional de Ejercicios Espirituales, realizado en esa ciudad en mayo de 1966.
También son otras dos páginas las que, con el subtítulo “La Madre Antula y el Cura Brochero”, le dedica en el tomo IV de la obra Los jesuitas: su origen, su espíritu, su obra, publicada en 1942.
Dieciséis páginas en Archivum y 21 en el boletín de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos ocuparon su trabajo sobre “La Casa de Ejercicios de Buenos Aires”, publicaciones ambas de 1945.
Gracias a la reedición ampliada de la bibliografía de Geoghegan, incluida en el volumen XLVIII del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, se sabe que entre los trabajos de Furlong que permanecen inéditos está María Antonia de la Paz y Figueroa; su vida y su obra, con un total aproximado de 200 páginas.