“Existe la amenaza del uso de armas nucleares. Si se usara solo una, el otro contraatacaría, con lo cual terminaría siendo una guerra nuclear. Estoy preocupada y con temor de que algún día, aunque sea por error, se active un arma de este tipo y vuelva a suceder aquello que pasó en Hiroshima”, dijo a La Prensa Teruko Yahata durante su conferencia testimonial “Recuerdos de una niña de 8 años. Teruko Yahata, sobreviviente de la bomba atómica”, actividad coorganizada con la Secretaría de Cultura de la Nación, la ciudad de Hiroshima, la ciudad de Nagasaki y el Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima.
En una emotiva disertación realizada en el Palacio Libertad, en Buenos Aires, la octogenaria sobreviviente compartió su desgarrador testimonio con el público argentino durante su visita al país. Sus palabras, cargadas de dolor y esperanza, pintaron un vívido cuadro del horror nuclear y sirvieron como un llamado a la paz y al desarme mundial.
"Tenía solo ocho años cuando la bomba cayó sobre Hiroshima", comenzó Yahata, su voz quebrando levemente al recordar aquel fatídico 6 de agosto de 1945 en que se produjo la explosión a 600 metros sobre la ciudad japonesa, donde habitaban 350.000 personas. La temperatura central de la bola de fuego que aparecía en el aire era de varios millones de grados y la onda expansiva generada provocó “graves quemaduras en las personas y muchos de ellos murieron instantáneamente”.
"La luz cegadora, el calor abrasador, el estruendo ensordecedor. Nunca olvidaré esas imágenes, esos sonidos, esos olores", detalló la voluntaria que cumplió 87 años y sigue recorriendo el mundo contando su historia para que las nuevas generaciones no olviden la tragedia.
Durante casi una hora, Yahata describió cómo la ciudad, en un instante, se transformó en un infierno. Edificios reducidos a escombros, personas con la piel colgando en jirones, una lluvia negra y radiactiva cayendo sobre los heridos. "Fue como si el mundo se hubiera acabado", confesó.
El universo de Teruko se transformó en un instante. El calor abrasador, el estruendo ensordecedor y el olor a piel quemada quedaron grabados en su memoria para siempre. La onda expansiva la arrojó al suelo, dejándola inconsciente. Al despertar, se encontró rodeada de escombros y destrucción. Su casa, antes un refugio, era ahora un montón de ruinas.
Conmocionada y herida, Teruko se reunió con miembros de su familia, quienes milagrosamente habían sobrevivido a la explosión. Juntos, emprendieron una huida desesperada hacia las montañas, buscando refugio de la lluvia negra y radiactiva que comenzó a caer sobre la ciudad.
En el camino, se cruzaron con otros sobrevivientes. “Me temblaban las piernas al ver la multitud de persona que evacuaban desde el centro de la ciudad a través de ese puente. Era como una procesión de fantasmas. No había manera de saber si eran hombres o mujeres”, recordó la sobreviviente que durante su conferencia no solo se centró en la destrucción física, sino también en el trauma psicológico que la bomba dejó en los sobrevivientes. "El miedo a la radiación, las enfermedades, las pesadillas. La bomba nos persiguió durante años", relató la mujer.
Teruko, con una profunda herida en la frente, fue llevada por su padre a la escuela primaria donde era alumna. El lugar fue transformado en un hospital en medio del caos y la desesperación. El antiguo campo de deportes, lleno de risas y juegos días atrás, ahora era un crematorio gigante con fosas comunes para incinerar los cuerpos.
“Había un olor nauseabundo en todos lados. Las personas que morían inmediatamente eran trasladadas en camilla al patio de recreo, donde funcionaba un crematorio. En el calor de ese verano, un aire caliente surgía de entre las llamas ardientes y las figuras de las personas que trabajaban silenciosamente parecían balancearse como un espejismo”, afirmó la sobreviviente. Luego agregó que “hay registros que señalan que en ese lugar se cremaron aproximadamente 200 cuerpos. Dicen que muchos eran estudiantes de secundaria que trabajaban en la demolición de edificios cuando cayó la bomba”.
Cabe señalar que debido a que los adultos estaban alistados en la guerra, los adolescentes habían quedado a cargo de las tareas físicas como demolición de edificios para crear terrenos baldíos y evitar que los incendios se propagaran de una ciudad a otra luego de los bombardeos. “Los chicos de los secundarios de tercer año, trabajaban en las fábricas para armar las hélices con lo cual los únicos que quedaban para hacer trabajos de demolición eran de primero y segundo año”, recalcó la octogenaria testigo.
“Todos esos jóvenes pensaban “cuando termine la guerra, cuando termine todo esto, vamos a volver a las aulas a estudiar, y abrazaban un gran futuro. Todo ese futuro desapareció en un instante. ¡Qué bronca habrán tenido! ¡Qué ganas de vivir habrán tenido”!, enfatizó emocionada.
Frente a la imagen de su niñez en la escuela Koi, la sobreviviente compartió las profundas cicatrices emocionales que aún persisten en la memoria de Hiroshima.
HERIDAS
Después de la bomba, Teruko y su familia lograron refugiarse en lo de un familiar cuya casa, más alejada del epicentro de la bomba, seguía en pie.
Allí, la niña pudo descansar y recuperarse de sus heridas, tanto físicas como emocionales. Sin embargo, la vida nunca volvería a ser la misma. “Las imágenes que muestro en mis conferencias -señala- fueron realizadas por alumnos de un colegio luego de que oyeran mi historia. Y cada vez que las veo me surgen recuerdos de lo que viví como un puente muy sencillo, donde solíamos ir a jugar ahí. Una tardecita, un señor cargando algo envuelto en una estera pasó al lado nuestro. Mientras esperaba que pasara, levanté la vista sin querer y vi los pies morados de un niño asomando desde el borde de esa estera. Me asusté cuando vi eso y mi amigo, que estaba jugando conmigo, me dijo: “Va a quemarlo a la montaña”. Esa noche, volví a casa y aún ya estando en la cama, no podía dejar de pensar en esos pies que colgaban de la estera.”
RECONSTRUCCIÓN CON MEMORIA
A pesar del trauma, Teruko y su familia intentaron reconstruir sus vidas. Su padre decidió quedarse en Hiroshima para ayudar en la reconstrucción de la ciudad, mientras que Teruko y el resto de la familia se mudaron a una zona rural, buscando un nuevo comienzo.
La vida en el campo era tranquila y pacífica, un contraste con el horror que habían vivido en Hiroshima. Sin embargo, las cicatrices de la bomba permanecían. Así, la mujer decidió dedicar su vida a compartir su historia, con la esperanza de que las futuras generaciones no olviden las consecuencias devastadoras de las armas nucleares.
“Formé parte de la navegación testimonial alrededor del mundo como comunicadora para un mundo sin armas nucleares. Durante este viaje, nosotros, los sobrevivientes de la bomba atómica, nos dimos cuenta una vez más de la crueldad y el horror de la guerra, y de que una vez que estalla, nos convertimos tanto en perpetradores como víctimas”, señaló reflexivamente.
“Todos tenemos un ser muy querido, pero si hoy se utilizara una bomba atómica, la humanidad sería aniquilada. Ese ser querido con una de estas armas desaparecía en un instante, se convertiría en polvo. Lo que yo puedo hacer como alguien que vivió esta bomba atómica es seguir comunicando esta tragedia al mundo”, señaló la sobreviviente y luego enfatizó:"Las armas nucleares no deben volver a usarse nunca más".
IMPACTO
Su mensaje ha generado un fuerte impacto entre los oyentes, especialmente durante su visita a otros países. “Cada exposición, cada vez que doy mi testimonio, recibo una respuesta que me emociona. Por ejemplo, cuando fui a Estados Unidos, una persona allí me dijo: ¿Por qué fue lanzada esa bomba? No había otro modo de terminar, no había otra manera de evitar ese bombardeo. Con esa persona, entrábamos a dialogar y a través de la intérprete, llegábamos a la conclusión de que no era la bomba atómica en sí, sino la guerra, lo que hace que uno deje de ser humano. Incluso, Japón, al no querer rendirse e insistir hasta perder al último soldado, eso fue lo que estaba mal”, explicó la valerosa sobreviviente.
Una exposición sobre la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki invita a conocer la historia a través de imágenes, objetos y archivos que dan testimonio del horror vivido.
A través de la educación se generaron nuevos puentes de esperanza para que la tragedia que se llevó la vida de miles de personas nunca sea olvidada. “En los colegios de niveles primario, secundario y secundario-superior, existen las visitas, los viajes de estudio que se hacen al Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima. Allí, ellos reciben un relato de un sobreviviente. Recientemente, estamos recibiendo muchas visitas desde el exterior que quieren escuchar estos testimonios”, concluyó la sobreviviente.
La visita de Teruko se suma a la "Exposición sobre las bombas atómicas y la paz de Hiroshima y Nagasaki", en el Palacio Libertad en Sarmiento 151, que invita a conocer la historia a través de imágenes, objetos y archivos que dan testimonio del horror vivido. La propuesta es concientizar sobre la importancia de la paz visitando la exhibición de miércoles a domingos de 14 a 20.
FOTOS: GUSTAVO CARABAJAL