Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

Hacia un país orwelliano

Como en una sinusoide enloquecida, el gobierno cambia de rumbo a cada paso, pero la sociedad compró la idea de que hay un plan inalterable que se cumple a rajatabla

Eric Arthur Blair, un escritor y periodista indio-británico de mediados del siglo XX, debe ser el autor político más citado en los últimos 80 años. Dos de sus novelas, Rebelión en la Granja (Animal’s Farm) y 1984, que escribiera bajo su seudónimo literario de George Orwell, se transformaron en símbolo del accionar del totalitarismo y la manipulación de masas, e hicieron de su apellido un adjetivo para describir rápidamente el comportamiento de los totalitarismos de cualquier signo, desde el estalinismo al nazismo o al fascismo. 

Su obra literaria es contemporánea a la gran obra socioeconómica de Hayek, Camino de Servidumbre, que justamente sostiene lo mismo en ese monumental trabajo, aunque sin recurrir a la distopia o a la metáfora simbólica. 

Se recordará que Orwell, que hoy sería considerado un anarcocapitalista, pero en serio, en su novela 1984 describe cómo, en nombre de la lucha contra un enemigo externo nunca nombrado ni conocido, del bienestar, de la seguridad del Estado y la población, de la necesidad de corregir comportamientos y torcer el destino de un país ficcional, de la felicidad y otros paraísos, un gobierno mesiánico termina controlando hasta el pensamiento de sus ciudadanos con un sistema de televisores que, como dijera Bob Hope, “en vez de mirarlos usted a ellos, ellos lo miraban a usted”. Utilizando el doble sentido de del verbo inglés to watch, que significa mirar y también vigilar, controlar. 

Su novela previa, Rebelión en la granja, si bien es una sátira del accionar del estalinismo comunista, describe el comportamiento de los gobiernos salvíficos que prometen cambiar la corrupción y las arbitrariedades, pero cuando llegan al poder terminan comportándose como sus antecesores.

Borges rozó la idea en su cuento La Lotería, en el que el gobierno se ocupa del juego, como corresponde, y da premios cada vez más importantes, hasta que reemplaza el premio en efectivo por un premio que consiste en cumplirle al ganador sus sueños más íntimos y secretos. Para eso, crea un sistema de espionaje minucioso y generalizado, a fin de saber qué es lo que cada uno sueña con tener y hacer. Una vez que toda la población está acostumbrada al juego, los premios y el espionaje benigno, la lotería deja de jugarse, los premios dejan de darse, y sólo queda en pie el control del estado sobre la sociedad. 

Orwell podría hoy ser vocero presidencial, o responsable de todas las comunicaciones del gobierno. Su habilidad para crear personajes y ficciones que disimulan o cambian los objetivos, los hechos y las decisiones, sería un activo de gran valor. 

Verborragia y berrinche

Este introito tiene que ver con el modo en que el Gobierno viene cambiando su discurso, su orientación y sus acciones, y la tarea de explicar que lo que ayer era una Biblia, hoy se descarta como si nunca se hubiese dicho o se dibuja como una etapa hacia el cumplimiento de unas metas que también parecen haber cambiado. 

A esto se agrega que el Presidente parece también haber entrado en una sinusoide de verborragia y berrinche que no es aceptable ni útil. Al contrario, debilita a su gobierno, a su imagen y a su declarada misión. Sólo se atenúa ese daño por la necesidad de un sector importante de la sociedad de que tenga éxito, que sin embargo no tiene claro ya en qué consistirá ese éxito, porque se han cambiado los paradigmas, aunque se trate de mantener formalmente los mismos relatos. 

No debería pasar desapercibido que el ministro de Economía haya decidido corregir al presidente en dos o tres oportunidades, saliendo a declarar todo lo opuesto a lo dicho por el mandatario poco antes, con efectos complicados. 

Un par de casos de ejemplo. Después de que el primer mandatario declamara por todos los medios que la base monetaria era la misma de hace varios meses, ahora el ministro dice que “se eliminará la causa más importante de emisión/inflación”.  Después de haber afirmado que se había terminado con el problema de las Leliq, el Banco Central aprieta a los bancos para que acepten que el Estado no cumpla con el contrato de los puts, sucesores de esas letras, un default en toda la regla, disimulado como un acuerdo. 

Enojado porque un banco decide ejecutar su legítimo derecho y cobrarle al Central lo que éste ha pactado, el Presidente acusa de golpista y desestabilizadora a esa entidad. Difícil calificar esa actitud sin ser ofensivo a la figura presidencial. El banco emite un comunicado donde explica sus razones y afirma algo muy contundente: al cotizar en Wall Street tiene la obligación de proteger a sus accionistas y depositantes. ¿Alguien se ha puesto a pensar lo que quiere decir ese comunicado? Guste o no, el incumplimiento consentido de los contratos de Put, finalmente una garantía equivalente a un dólar futuro o a un Swap, deja a los bancos sin suficiente respaldo técnico para cubrir sus depósitos, o descalzados. Una suerte de Plan Bonex bancario. 

Seguramente el Banco Central exincendiado se ha comprometido, en secreto, a solucionar cualquier problema de liquidez que puedan tener los bancos. Pero lo cierto es que toda la deuda del Banco Central con las entidades, con sus correspondientes vencimientos y cláusulas de ajuste, se ha transformado en un encaje no remunerado, sui generis. Eso tiene significados muy complicados, que es lo que quiso decir el Banco Macro con su “email al personal”. 

A los pocos días, y luego de alguna negociación disimulada, el ministro desmintió al presidente diciendo que el Banco Macro había obrado legítimamente y produjo de apuro la resolución que anula de un plumazo y milagrosamente la deuda del Central. Obviamente nadie la ha ofrecido resarcimiento alguno ni disculpas a la entidad bancaria por semejante acusación que bastaría para borrarla de la Bolsa y como tal de su actividad.  Desapareció el pasivo, la conspiración y la denuncia presidencial. Hasta las redes borraron el exabrupto de Milei y la respuesta del banco. Orwell tomaría nota para alguna de sus novelas. 

Como corolario de este sainete, el ministro tuvo la desgraciada idea de decir que los empresarios tendrán que vender dólares para pagar los impuestos, una inconsistencia ideológica y técnica que permitió que hasta Cristina Kirchner se luciera en X pidiendo coherencia. La baja de impuestos es una promesa reiterada de Milei. Ahora luce como una presión válida e imprescindible para obligar a vender dólares. Insoportable desde la ideología liberal, que ahora no parece tener preeminencia. 

La idea de que el peso será una moneda fuerte -claramente improvisada - parece un giro de 180 grados de la teoría predicada por Milei, tanto la de la dolarización como las posteriores variantes, donde sostuvo que de todas maneras, si se le permitía al público optar por varias monedas el peso iba a desaparecer y entonces se produciría una dolarización de facto. Esto no fue hace mucho. La última vez fue hace menos de un mes. ¿Cambió la teoría económica presidencial? ¿Se aleja el premio Nobel?

Estilo cuevero

Por supuesto que todo el creciente manoseo intervencionista histérico  y de estilo cuevero sobre el sistema cambiario, la brecha, el incumplimiento de los contratos de puts, los insultos a los bancos y las acusaciones al voleo de intentos de desestabilización – como tantas veces en la historia – se apartan del simbolismo de la quema del Banco Central y también de la libertad y la seguridad jurídica, ingredientes que el presidente consideró siempre y se supone que considera aún fundamentales para la inversión y el crecimiento.

A esta altura habrá quienes se pregunten si efectivamente lo que se llama el equipo íntimo de gobierno del presidente está cumpliendo las órdenes de su jefe o está conformándolo y llevándolo a derivar del rumbo original. Como si los traidores, ese adjetivo que tanto blande el primer mandatario, estuvieran en el corazón mismo de su estado mayor. 

Dentro de esa línea de totalitarismo y berrinches, se encuadran las acusaciones de traidor a un hombre de bien y un profesional respetado como Fausto Spotorno, que no merece semejante trato. Se impone una disculpa presidencial urgente, por una cuestión de honestidad intelectual y moral que excede lo político. 

 Sobre ese tema también se puede sostener, como han hecho muchos analistas, que no se supone que el equipo de asesores de la presidencia piense como el Presidente. Es cierto que las diferentes apariciones simultáneas y deliberadas del otro asesor castigado como traidor, Teddy Karagozian, hacen sospechar que conocía la decisión de expelerlo y quiso mostrar una actitud discrepante y valiente, pero quien recomendó su inclusión en el panel de asesores a Milei no podía ignorar cuáles eran los intereses y posiciones del proteccionista textil. Entonces si hubiera un traidor sería quien lo recomendó. 

Las contradicciones y el alejamiento de los postulados originales, que han llevado a que el término casta sea aplicado con criterio elástico, tolerante y hasta cómplice, se ven también en el caso de las designaciones en la nueva SIDE, donde se están juntando los peores representantes de la transa del sistema, bajo la influencia de los peores políticos multipartidarios de la casta. ¿Quién recomendó a esos personajes a Milei? Tal vez debería buscar los traidores que busca, pero no donde los busca. “Aquél que me bese será el traidor que me entregará” dice el Evangelio. Milei no ha llegado a esa etapa tan reciente de la palabra de Dios. 

La Primera Hermana

La incursión de Karina Milei en las relaciones exteriores para corregir las expresiones de la vicepresidente sobre Francia –irritantes y poco diplomáticas pero no mentira– es sólo otra vuelta de tuerca de la Primera Hermana, que junto a su mano derecha Santiago Caputo parecen empeñarse en defender todos los temas y los individuos que son prototipos de la casta y que además son execrados por los propios votantes de Milei (que no votaron a su entorno). Esta suerte de presidencia colegiada es otro punto que debe intranquilizar a la opinión pública y a los inversores. 

Hay otros temas, tal vez menores, que tienen que ser mejor explicados como mínimo, como la súbita decisión de sacar el oro del país y colocarlo en el exterior, naturalizado en una explicación banal, pero que al menos para esta columna es sospechosa y merece un mejor análisis e investigación. 

Para rematar la sucesión de hechos preocupantes, el anuncio de Federico Sturzenegger sobre la operatoria de las propinas, un tema absolutamente menor que pretende resolver con más de las regulaciones que supuestamente ha venido a eliminar, roza el absurdo. Pero lleva a pensar si su ministerio no ha sido vaciado de todo contenido, apenas un reconocimiento a sus aportes. Y eso también hace colegir que Milei en vez de echar asesores, debe acercarse al razonamiento, percepción y aun críticas de sus no incondicionales, para no ser aislado o equivocado. 

Y si se reduce el tema a lo puramente económico, habrá que poner énfasis en que todos estos cambios de criterio que se han ido acelerando endiabladamente ya no apuntan a un mercado libre de cambio, sino a algún formato de salida del cepo con tipo de cambio controlado, lejos del paradigma que consagró al presidente en su cargo. 

Es muy importante que se comprenda que lo que se presenta hoy como el logro fundamental del Gobierno, como es la baja de la inflación y el superávit fiscal, se ha hecho merced a un gran sacrificio de la sociedad, que lo ha tolerado patrióticamente porque confía en las promesas originales de Javier Milei, principios económicos y éticos que no son exactamente los que se están llevando a la práctica. Ese sacrificio no puede ser en vano. Esa sí sería la peor traición.