- Abuelo, ¿no es verdad que Messi es el más grande deportista de todos los tiempos?
- Yo creo que es muy difícil hacer una afirmación así, comparando deportes distintos, épocas distintas. A mí, al que me hubiese gustado conocer es al más grande navegante en solitario que tuvo el mundo: don Vito Dumas, ¿lo conocen?
- ¡Jamás lo oímos nombrar!
- Eso es triste, porque en verdad es un personaje lleno de méritos. Yo lo descubrí leyendo uno de sus libros: ‘Los cuarenta bramadores’. Siempre vuelvo a él. Me animaría a decirles que es el mejor libro de aventuras náuticas. Porque es real y está escrito por un verdadero artista (él había estudiado Bellas Artes, además fue un buen pintor) y también, porque es orgullosamente argentino. Aunque ese amor, como a todos los patriotas, le haya costado lágrimas de injusticias. Sus cuatro viajes nos los contó en cuatro grandes libros. Nos fascina con sus historias y, además, dice cosas profundas, como hace todo gran escritor.
Les cuento su proeza principal: la vuelta al mundo por la ruta la ruta imposible, la de “los cuarenta bramadores” (“rugientes”)…
- Suena a dragones- dijo una de las “princesas”.
- Y es así. Miremos el mapmundi: al Sur de África, alrededor de todo el globo, hay una zona por la que se podría dar la vuelta al mundo casi sin tocar tierra. Sólo la Patagonia se asoma al Sur. No hay tierra, pero olas gigantes rugen con vientos monstruosos, y no hay nadie, nadie que te pueda ayudar. Por eso el nombre. La peor de las rutas para navegar a vela. Imposible pensar en hacerlo en solitario. Solamente a Vito Dumas, se le podía ocurrir.
Preparó un barco irrompible, el ‘Legh II’, chico, pero fuerte; hoy está en el museo Naval de Tigre. Estamos en un momento histórico dificilísimo: 1942, plena guerra mundial. Antes de partir dijo algo así: Cruzaré los mares poblados de submarinos, cruceros artillados y minas magnéticas colocadas por hombres empeñados en destruirse con odio y rencor. Y seré un gesto de fraternidad, enfrentando el mar con mi débil embarcación y con un hombre que pone su corazón y voluntad al servicio de una aventura hermosa y grande: “Pienso dar la vuelta al mundo para demostrar que no todo es materialismo en este mundo”. Él lo sabía y dijo: “El materialismo le va quitando a los hombres voluntad para las empresas más nobles”. No lo movía ni la fama, ni el afán de un récord, ni de dinero. De hecho, partió a dar la vuelta al mundo solamente con un billetito de 10 ‘libras’ que le prestó un amigo.
Su velero no tenía motor, ni medios de comunicación. Nada más que una brújula, un cronómetro y un sextante (lo usan los marinos para saber su ubicación). Ah… les va a gustar saber que llevaba muchos litros de leche chocolatada.
- ¡Muy bien Vito! – fue la reacción unánime (a la que me sumé).
- A los pocos días de zarpar, casi todo termina de la peor forma… Partió con una pequeña herida en un dedo que terminó con el brazo terriblemente infectado. Creyó que se moría; su brazo, hinchado, lo torturaba… “Mañana tendré que amputármelo”, pensó. ¿Se le ocurrió volver? Jamás… Se encomendó a Santa Teresita (a la que le rezaba especialmente) y volando de fiebre se desmayó. Todo eso en medio de las olas. Lo despertó lo que él supo que era un milagro: la infección explotó y se empezó a curar. Tardó un mes y medio en llegar a África, y desde allí vendría lo peor… Olas de casi 20 metros de altura, ¡como un departamento! Vientos huracanados de más de 140 km por hora… Veinticuatro días de temporal por mes. Largas horas sin dormir aferrado al timón. En el trecho más largo, estuvo más de tres meses sin tocar tierra, ni ver a nadie… en el medio de un mar terrorífico. Bueno, sabía que no estaba tan solo: “En la soledad del mar encontraba la paz, mi ser más íntimo y a Dios” -supo decir.
- ¡Está la comida! – nos avisan y tenemos que ir terminando…
- Bueno, habría muchísimo para contar, pero espero que desde hoy tengan a un amigo más: don Vito Dumas, verdadero héroe de nuestra Patria, del deporte, espero también que algún día disfruten con sus historias. El más grande navegante en solitario de todos los tiempos murió como un hombre feliz, le oí decir a una de sus nietas, aunque le costó unos años “amarrar” en su casa.
- Pero, cuando volvió, ¿cómo lo recibieron?
- Como campeón mundial, el puerto lleno de gente, multitudes… Aunque me acuerdo de dos detalles de su “primer” puerto argentino, Mar del Plata. Le faltaba poco para llegar cuando lo agarró una calma chicha… Desde lejos lo vieron unos pescadores italianos y fueron a darle una mano. Su alegría fue todavía más grande que ante las multitudes, porque le dieron un abrazo, brindaron y “cantaron canciones de marineros”. En el libro los nombra a todos, uno por uno… Y el otro “detalle” es su emoción, a la mañana siguiente, cuando lo invitaron a presidir el izamiento de nuestra bandera. Nos cuenta que le agradeció a Dios y le dijo: “Daría cien veces más la vuelta el mundo si éste es el premio que me otorgáis”.
“Los cuarenta bramadores” termina también con una oración que tendríamos que memorizar: “Dios mío, prodiga la paz y guía a los puertos del mundo a todos los marinos que navegan como huérfanos en la inmensidad de los mares”. Estoy seguro que pensaba también en nosotros. ¡Miren al cielo!
- ¿Dónde? – dijo el nietaje intrigado.
- Allí, cerca de la Cruz del Sur, creo que nos saluda con la mano…
- ¡Chau Vito! – gritaron al verlo.