Opinión

Había una vez… un barco llamado Luisito

- Abuelo, ¿por qué tenés un barquito como ícono de WhastApp?

- No es “un barquito”, ¡es el Luisito del Comandante Luis Piedrabuena

! ¿Nunca les conté su historia?

-No, me dijeron con sencillez. A veces noto cierta resignación… Saben que se les viene una nueva historia, por eso trato de ser corto.

- El Comandante Luis Piedrabuena (1833-1883) es el héroe más grande que haya navegado por nuestros mares australes. Una figura que merecería la mejor de las películas de aventuras y que, como solemos hacer, hemos olvidado. Pero si les cuento toda su historia no terminaríamos más, así que por ahora nos quedamos con la de este pequeño barco que les muestro acá. Tenía unos diez metros de “eslora”.

- ¿Qué es eso? –dijo una de las chicas. Y le respondió con suficiencia uno de sus primos: “El largo del barco desde la proa hasta la popa, ¡tomá!”.

- Un 10 para esa respuesta. Exacto. Era un barco chico para navegar en los mares más peligrosos del mundo. Pero les salvó la vida. Miren las velas, según qué forma tienen, se nombra a la embarcación. Esta es un ‘cúter’: la vela mayor se llama ‘cangreja’, las de la proa, foques. ¡Y prometo no atosigarlos con más palabras náuticas! 

Don Luis, lo vamos a llamar así porque es un ‘amigo’, había comenzado a navegar desde muy chico. Nació en Carmen de Patagones allá por 1833. Más al Sur, por entonces no había ninguna población. Jovencito se embarcó para aprender a navegar y recorrió el mundo. Pero siempre tuvo a su Patagonia en el corazón. Así es que apenas pudo, se dedicó a navegarla. Y como era una zona terriblemente peligrosa, la necesidad (o la caridad mejor dicho), lo llevó a ocuparse de los muchos náufragos que iban apareciendo. Él tenía que ganarse la vida y lo hacía comerciando principalmente con aceite, pero muchas veces tenía que abandonar su labor para ayudar a rescatar a esa gente. Y lo dejaba todo. Por ese entonces no existía Ushuaia, y la única población era la de Puerto Arenas en Chile. Ya les voy a contar esas historias, ahora volvamos al ‘Luisito’.

Estaba capitaneando una “goleta”, la Espora, en la Isla de los Estados. Miren el mapa, está ahí, en la punta de Tierra del Fuego. Es lindísima y peligrosísima… Muchísimos barcos se han estrellado contra sus rocas. Había anclado en una bahía y esperaba que se calmase una tormenta, cuando el viento hizo que el ancla se suelte y el barco termine en la arena. Por suerte no se hundió, pero no pudieron salvarlo. No era nada probable que alguien pasase por allí para auxiliarlos. Por eso Don Luis pensó rápido. Primero, poner a salvo lo que podía llegar a perderse de la Espora. Segundo, construir un refugio. Tercero y, en paralelo, tratar de volver al agua a la Espora y, en caso de no poder hacerlo, construir un barco nuevo, el ‘Luisito’. 

- ¿Por qué dijiste ‘en paralelo’?

- Porque algunos dicen que el ‘Luisito’ se construyó con los restos de la Espora, pero no fue así. Don Luis mantenía la esperanza de poder ponerla a flote, y por eso no la quiso desarmar (desguazar, se dice). Aprovechó los árboles de la zona para hacer el ‘esqueleto’ del nuevo barco. No lo aburro con las palabras exactas de las cosas que construyeron, pero fue una maravilla. No hizo una balsa con troncos atados, hizo un barco que después duraría años. Hizo un barco que navegaba bien en el peor de los mares. Hizo un barco con el que salvaría a muchos otros náufragos. Y cuando leemos sus diarios, podemos ver que en la práctica trabajaron solamente tres personas (de los siete que eran).

- ¿Por qué, abuelo? Eso es injusto…

- Porque no tenían esperanzas, porque eran medio vagos, ¡qué sé yo! Siempre pasa lo mismo.  La cosa es que naufragaron un 10 de marzo, se venía el otoño; después llegaría el invierno, y si llegaba, sería la muerte de todos.… Con frío, viento y soledad, trabajaron y trabajaron. Había días que no podían salir del refugio. Los aprovechaban para hacer las cosas más pequeñas como ‘estopa’ para calafatear. 

- Prometiste hablar en español, abuelo…

- Desarmaban las sogas (tendría que decir ‘los cabos’) que eran de fibras vegetales; con eso y grasa de pingüino, taparían las ranuras que quedan entre las tablas del casco. Armaban los aparejos, cosían las nuevas velas… Y para comer: sopa de algas y algún bicho a la parrilla. Todo lo hicieron tan bien que cuando pudieron botarlo al agua y navegar, en menos de una semana estuvieron de vuelta en Puerto Arenas. Fue en el mes de Mayo de 1873. ¡La gente no podía creerlo! Y, ¿a qué no saben qué fue lo primero que hizo nuestro capitán? ¡Buscó a su mujer e hijos para darles un gran abrazo!
Esta no fue la única aventura de Don Luis…

El gobierno, en mérito a sus muchas hazañas, le dio como propiedad la Isla de los Estados. En verdad, debería llamarse Isla de Piedrabuena para que siempre nos acordemos de “el caballero del mar”. Primero porque nos enseña que nunca hay que bajar los brazos. Y después por Su amor por el mar, su espíritu de sacrificio por los náufragos y su sentido patriótico. Un amor a la Patria tan grande como el suyo, apenas se ha visto. A él le debemos que la Patagonia Atlántica sea de Argentina. Ni más, ni menos.