Opinión

Había una vez… mucho resentimiento

—¿Dónde abuelo?
—Por todas partes. Me da pena el mundo que les estamos dejando… Y para que nadie se crea aludido, les tengo que asegurar algo: hoy gobierna por todos lados el resentimiento, o, mejor dicho, estamos bajo la tiranía de los resentidos. Desde hace mucho, no es algo nuevo. Parece que, desde hace largas décadas, en todos los ámbitos de la sociedad, la jerarquía alcanza el poder con el combustible inextinguible del resentimiento. Y es justo ése, el vicio del que más tienen que huir…
—Si nos das nombres y ejemplos, quizás lo entienda mejor…
—ay, las nietas mujeres siempre quieren saber más… —No. Sería fácil, pero no puedo. No debo hacerlo. Es fácil mirar “la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, como dice Nuestro Señor. Así que, si te diera nombres, y eso que hay muchos, estaría faltando. Con el tiempo te los vas a ir cruzando: famosos, desconocidos, pero todos en el fondo, fracasados. Casi nunca reconocen cómo arruinaron sus vidas, ¡al contrario! Creen que los demás son los resentidos y predican condenando sus propios defectos. Sin verlos, claro. No me gusta hablarles de estas cosas, pero deben saberlas. Escuchen bien cómo son los “grandes resentidos” (la descripción se la robo al padre Leonardo Castellani): primero, suelen ser astutos. O pícaros, mejor. Hábiles para encontrar sus ventajas. Ambiciosos, aunque lo disimulen.
Segundo, en el fondo son tímidos, cobardones, muy precavidos. Tercero, son grandes mentirosos. Construyen sus propias realidades, creyéndoselas. Muestran a veces una exagerada humildad y austeridad, pero no por virtud, sino porque desconfían de los aduladores.
—¿Qué es eso abuelo? Siempre venís con palabras raras…, eso lo dijo el segundo de los nietos. ¡Tiene razón pobre!
—Los resentidos desconfían de los chupamedias, pero no porque sean humildes. Si se viesen como son, les repugnaría, por eso se hacen una imagen irreal de sí mismos. Desconfían de todos, porque son escépticos, despreciativos, no se entusiasman por nada ajeno. Critican mucho a los que son como ellos sin darse cuenta de lo ridículo que es eso. Cuarto, se suelen rodear de gente insegura, a las que pueden dominar. Y tienen el placer perverso de hacérselos notar. Quinto, y esto es importante, son vengativos. Rencorosos. Nunca olvidan un agravio, real o imaginario. Están convencidos de que no los valoran como deberían hacerlo. Por eso también no les importa que todo se derrumbe a su alrededor una vez que ellos no estén. Sexto, pueden aparentar ser muy generosos con los lejanos y odiar a los próximos. Pero eso es un disfraz. Disfraza de amor su odio y disimula. Si premia a algunos es para hacer sentir mal a los otros. Que lo noten. Quieren ser admirados y temidos al mismo tiempo.
En fin, el resentimiento es una tentación horrible que destruye en primer lugar al “resentido” y por contagio, a todo lo que lo rodea. Hay que alejarse de ellos porque son lo más peligroso, sobre todo si son poderosos. Y tienden a buscar serlo.
—A mí, abuelo, me hacen acordar a…
—¡¡Ni se te ocurra decirlo…!! No te va a hacer bien. Los grandes males de la humanidad son fruto de almas resentidas que encajan en estas descripciones. La lista podría ser larguísima. Famosos y desconocidos. Castellani pone como ejemplo al emperador Tiberio, pero ustedes todavía no lo conocen… En el fondo todos son un eco del gran resentido de la Historia: Satanás. El gran desagradecido también. Si reconocés a alguien, rezá por él, porque son dignos de la mayor lástima. ¡Es muy difícil que se puedan curar!
—¿Por qué?
—Ante todo, porque nunca lo reconocerían. Te dije que eran grandes mentirosos que comenzaron mintiéndose a sí mismos. El remedio sería la humildad… pero solamente la alcanzarían por un milagro. Ojo que suceden… Ante todo hay que prevenirse porque siempre es una gran tentación. Hay que alejar todo resentimiento con la actitud contraria: el agradecimiento. Si ustedes son personas agradecidas a todo lo que reciben, evitarán ese peligro. La palabra ‘gracias’ es una vacuna que funciona. Y al ser agradecidos también aprendemos a perdonar. Gracias a Dios, en primer término. Gracias a tanta gente buena y generosa que existe y que, en el fondo, son la mayoría. Perdón a Dios porque nuestras malas obras lo ofenden. Perdón a los que nos rodean porque podemos, debemos ser mejores.
—¿Vos dijiste que los resentidos gobernaban el mundo…?
—Y, sí… Es probable que se los crucen hasta en los lugares menos pensados. Estamos bajo la tiranía de resentidos fue lo que les dije.
—Entonces, estamos fritos…
—No. Estamos complicados. Son tiempos difíciles, sí, pero fritos no estamos. Es cuestión de mantener siempre el fuego de la esperanza. Y la esperanza no defrauda, téngalo por cierto. Y como esta historia es triste, la próxima prometo contarles algo totalmente distinto. No se olviden.