Un juez de instrucción, el hallazgo de un amigo muerto inesperadamente, y una familia tan excéntrica como sospechosa son los tres puntales sobre los que se desarrolla "Bacacay. Un crimen premeditado", cuento de Witold Gombrowicz.
El espectador será testigo del relato del juez H, que visita a un amigo y es recibido por la familia, que luego de la cena le comunica que el hombre falleció. La convicción por parte del juez de que se trata de un crimen se apoyará en la observación de la familia. Sí. La familia reúne todas las características del universo de Gombrowicz, su ambigüedad y locura resumidas en la patología edípica del hijo mayor Antonio, la histeria adolescente de la hija Cecilia y la soberbia y dualidad de la esposa. De fondo quedará la oscura psicología de un padre autoritario, capaz de todo tipo de aberraciones psicológicas.
RECORRIDO
Es interesante conocer las características de un autor de culto, Gombrowicz, creador de este relato que Adrián Blanco y Mario Frías recrearon con inteligencia, metiéndose hasta lo más profundo del espíritu del autor. Ya lo había hecho Blanco con "Trans-Atlántico", perfecto exponente de la esencia del escritor polaco.
Hombre de la bohemia, Gombrowicz llegó a Buenos Aires para un congreso, sin pensar que ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial su destino sería permanecer más de veinte años en una Buenos Aires a la que lo unía una relación de amor-odio y a la que desnudó con talento en su libro "Diario argentino". Transgresor, peleado con el mundo, fue el autor de la recordada "Yvonne, princesa de Borgoña" (1958), "Trans-Atlántico" y "Ferdydurke", entre otras piezas, así como una serie de cuentos. "Un crimen premeditado" es uno de ellos, escrito en 1929 junto con otros que integraron una antología, posteriormente editada en Buenos Aires con el nombre de "Bacacay" (1957), a la que se incorporaron tres narraciones nuevas.
LA PUESTA
El espíritu de la puesta de "Bacacay..." es Gombrowicz. La excentricidad de sus personajes, el absurdo de las situaciones, esa increíble escena de la ""requisa del cadáver"" con su carga de teatro del Este, donde se intuyen clásicos como Gogol, reflejan a un autor y una constelación literaria propias de un tiempo y una cultura geográfica.
Como marionetas de un retablo desfilan Antonio (un inspirado Ariel Haal), su madre (Eva Matarazzo), la criada de mirada asesina (Gabriela Ramos), el abominable padre (Mario Frías) y la exquisita caracterización que hace Julieta Raponi de Cecilia, una erótica mezcla de Caperucita Roja y la Lolita de Nabokov. Manejando ese desfile circense, un actor notable, Fito Yanelli. Y envolviéndolo todo, un dispositivo escenográfico original, donde una simple y trashumante cortina con riel oficia de caja china donde los personajes aparecen y desaparecen.
Así, las escenas cambian de espacio en un abrir y cerrar de ojos, mientras el paseo de dos de los protagonistas se convierte en una originalidad sonora de marcas de pasos que repican al infinito. Hasta una fugaz y onírica imagen como símbolo carnavalesco y siniestro de una familia enferma incursiona en escena en algún momento, como pesadilla posible de un mundo fantástico.
Creativa e imperdible puesta en escena que a Gombrowicz le hubiese interesado presenciar.
Calificación: Excelente