Finalmente ganó la campaña del miedo. Pero no fue el miedo a Milei. Atrás quedó el boleto fantasma a 1.000 pesos, la quita de subsidios, la recorrida callejera de un ministro asustando a supuestos obreros, que los alquileres, que el dólar, las jubilaciones etc, etc. Nada de eso causó más temor que la continuidad del actual Gobierno al frente de los destinos del país.
En mayo último este medio publicó una nota que decía lo siguiente: “El peronismo kirchnerista ya no representa a los pobres. Epílogo tremendo para un partido que nació con un líder que se volvió pueblo y se fundió con los desposeídos como reza su liturgia remota”. Si fuera necesario apuntalar el acierto de aquel enunciado sólo queda analizar el resultado de las elecciones en amplios sectores del conurbano bonaerense profundo, barriadas populares donde la gente humilde más sufre y donde el kirchnerismo pensaba arrasar. Eso no ocurrió ¿Qué pasó?
La respuesta la dio una persona que se arrimó al hotel Libertador. Apoyado en la barra de contención dijo: “La gente no es boluda. Ya no la arreglas con 20.000 pesos y con un lavarropas de regalo. Yo vivo en Morón”. No lo dijo el entrevistado, pero es fácil inferir que muchos de los votantes tomaron los ofrecimientos del kirchnerismo en campaña y luego le votaron en contra.
Pasmados por la contundencia del rechazo no pocos analistas, encuestadores y opinólogos oficialistas tratan por estas horas de desentrañar el porqué de este comportamiento de la sociedad. Está claro que no lo pueden entender. La respuesta la dio don Lito, el mozo del bar de la esquina: “Las elecciones fueron el domingo, pero la gente fue a la carnicería el sábado, y después fue a la verdulería…”.
Así de simple.