Me gusta el fútbol sintético, cinco contra cinco, arcos chicos: “fulbito” en la vereda opuesta del fútbol grande. “Papi” –o puppy—, padre o cachorro, representa para las generaciones actuales lo que el potrero a los jóvenes de ayer. Deporte en miniatura: menos jugadores, campo recortado, pequeños arcos cuadrados. Medio pique para su pelota, un punto más chica. ¡Oh pequeñofútbol picado fino, juego simplificado, a ti te canto por estar a la altura del partido!
En una cancha de fútbol 5 suceden cosas que jamás podríamos hacer en una de once, como amontonar rivales o meter goles al ángulo, de esos que hacen ruido. Se juega a un toque, ligero, de primera. La pelota casi siempre va al arco. Un fútbol ATP, pensado incluso para aquellos que jamás jugaron al fútbol.
Fútbol espectáculo, campo de maniobras para gambetas copiadas de la televisión. Bienvenidas bicicletas, rabonas, tacos y caños. Fútbol que se acuerda de que, para que no se mancha, a la pelota hay que jugarla.
Fútbol al paso, sin precalentamiento o protocolo alguno. Escenario donde semana a semana se lucen viejas camisetas archivadas en los placards. Fútbol para los que visten a la moda deportiva y también para quienes lo practican con camisetas de sponsors borroneados que ya no existen. Vidriera para nuevos zapatos de ocasión, brillantes, charolados, cada vez más livianos, aerodinámicos y coloridos.
Fútbol de furias trasladadas, broncas de oficina, frustraciones sexuales y enojos personales, odio traducido en patadas a víctimas inocentes. Fútbol que se corresponde con el estado de ánimo. Sin publicidades ni réferis ni offsides. Fútbol no televisado, con cámaras ausentes que a uno le gustaría que filmaran el día del mejor desempeño, para impresionar a novias, mujeres y amigos.
Fútbol de conocidos y de desconocidos, de cuando falta uno y “vení, pateás para aquel lado”. Fútbol de confraternidad instantánea y de inmediata empatía entre compañeros, que naturalmente se disuelve cuando termina la hora y uno ya nunca más verá ni jugará con esa gente.
Fútbol de gordos y flacos, de resacosos y “fueras de estado”. De líberos que no corren y desde el fondo, plantados como árboles, se la pasan indicando cómo se juega al fútbol. De goles ajenos, admirados y envidiados, de viejas glorias que alguna vez jugaron en algún club. Deporte de festejos medidos, acordes a la altura de las circunstancias, apenas un puño apretado o un grito apagado. Sin importar cuán buena o importante haya sido la anotación, se debe disimular la alegría irreductible e inconmensurable que ésta produce. Fútbol de goles sin replay, que nunca más anotaremos y permanecerán olvidados en la memoria de las canchas.
Fútbol bebé, baby fútbol; el hijo bebé de este deporte, el primogénito varón que grita y llora desde su cuna reclamando atención. Adorable criatura que al menos una vez a la semana, le roba ratos de cama a las parejas.
Fútbol de frutillas en rodillas y codos, de sangres y heridas leves que arden en las duchas y tardan meses en cicatrizar; de caucho negro y arena que patina y lija. Fútbol sintético con pasto de mentira, un deporte de mentira. Ni siquiera un deporte: tan solo una esencia concentrada, una gota densa y espesa, una despareja pero entrañable síntesis del fútbol.