Soy nacido y criado en el corazón del cuadrilátero circunscripto por las avenidas Santa Fe, Dorrego, Córdoba y Juan B. Justo: es decir, en la calle Costa Rica al 5600, por más señas en la Reina del Plata.
Ése, mi barrio natal, en épocas paleolíticas era conocido como la Quinta Bollini, y con este nombre, inexorablemente, lo citaba mi abuelo paterno (llegado a nuestro planeta, según calculo, hacia 1885 ó 1886).
Más tarde se lo llamó Palermo a secas, o inclusive Pacífico (por la cercanía del puente del antiguo ferrocarril homónimo). De intención más específica, aunque tal vez un poco invasiva, fue llamarlo Palermo Viejo.
Sin embargo… Las empresas inmobiliarias ejercen cierta poética de intención lucrativa. Y, así, corriendo los años, ese conjunto de calles humildísimas, desvaídas, adoquinadas, feúchas, con mayoría de casas bajas…, se iluminó, y quizá hasta se embelleció en cierta forma y fue rebautizado (¡horresco referens!) como Palermo Hollywood.
CRÓNICA SOCIAL Y DEPORTIVA
Las calles que rinden homenaje a las cinco primigenias repúblicas centroamericanas, en comunión con otras que honran a dos hombres (Niceto Vega, José Antonio Cabrera) y a dos topónimos (Paraguay, Charcas), corren desde la frontera sur (terraplén del Ferrocarril San Martín) hasta el límite norte (Dorrego).
Tres de las perpendiculares honran a exploradores o naturalistas (Humboldt, Fitz Roy, Bonpland) o a otras personas de la historia argentina (Ángel Justiniano Carranza, Andrés Arguibel (*), Pedro Soriano Arévalo).
Unas y otras, aunque arboladas, son irremisiblemente grisáceas. En ellas solían disputarse partidos de fútbol.
El árbol y la pared constituyen los dos postes del imaginario arco; el travesaño, tan invisible como inexistente, es la altura del brazo vertical del guardavallas, estirado al máximo. Un arco se yergue en la vereda par y el otro arco en la vereda impar, y, entre ambos, se extienden unos
cincuenta metros. El partido, describiendo su geometría, se denomina cruzado.
La pelota es de goma, con rayas elípticas entre amarronadas y ocres; unos diez centímetros de diámetro. ¿Precio?: sin duda irrisorio para los días de hoy, pero casi inaccesible para los hiperflacos bolsillos de los palermitanos niños de otrora.
VANDALICOS FUTBOLISTAS
Ecuánimes como los terremotos y como las epidemias, vandálicos futbolistas usurpan calzada y aceras, asestan pelotazos en ventanas, puertas y automóviles, salpican con el agua sucia de las cunetas, entorpecen el (escasísimo) tránsito, ponen en peligro el físico de los peatones.
La justa reprobación, el sacro odio de los vecinos ultrajados son aceites ominosos que caen sobre ellos.
Más allá del bien y del mal, a los jugadores la furia circundante los tiene sin cuidado. Las quejas y amenazas jamás consiguen abreviar un solo minuto el partido. Termina cuando tiene que terminar.
Salvo, claro está, algunos casos de fuerza mayor que escapan a las precarias voluntades humanas.
A veces la susodicha pelota de goma, impulsada con torpeza por un futbolista poco hábil, cae, superando la módica altura de la tapia que da a la calle, en una casa hostil.
En este caso pueden materializarse tres desenlaces:
1) Final feliz. A modo de operativo comando, y antes de que cunda la alarma, un valiente futbolista penetra velozmente en el domicilio en cuestión (en ese barrio y en esos felices años no se estilaba cerrar con llave ni con pasador la puerta de calle) y, con rapidez casi supersónica, rescata la pelota y con ella a manera de trofeo regresa al campo de juego entre los aplausos y la admiración de sus colegas.
2 y 3) Finales trágicos. De tal casa adversa la pelota puede no regresar nunca, y es como un amigo querido que parte en un viaje sin retorno. O, peor aún (por el sadismo empleado para ejercer venganza), es posible que retorne acuchillada y destripada, y entonces es como recibir el cadáver mutilado de ese mismo amigo.
En otras ocasiones es el advenimiento de la ley —bajo la hipóstasis de agentes de la comisaría 31— el que provoca en los deportistas la dispersión y la fuga, honorables si se logra salvar la pelota para próximos partidos.
TODO TIEMPO PASADO...
Estos hechos sucedían hacia 1952, hacia 1954, hacia 1956…
Hace muchísimos años que nadie juega al fútbol en la calle Costa Rica. Yo, consecuente, asiduo y entusiasta vándalo de aquel entonces, evoco ahora esos recuerdos con una suerte de dulce melancolía. Y hasta podría ocurrir que se me piante un lagrimón…
(*) Años más tarde ese tramo de la calle Andrés Arguibel cambió su denominación por la de Emilio Ravignani.