Mucho tiempo antes de que Jerry Bruckheimer, Mark Gordon y Ed Bernero, produjeran para la cadena norteamericana CBS las exitosas series CSI y Criminal Minds, el escritor correntino Velmiro Ayala Gauna, mostraba en su cuento “El Psicoanálisis”, cómo pelando una naranja se puede condenar a un asesino.
Tanto el Comisario Frutos Gómez, protagonista de los relatos policiales que el escritor del norte argentino publicó en la década del ´60, como los intérpretes de las ficciones de los Estados Unidos, se valen de las herramientas que les da el análisis de las pruebas encontradas en las escenas del crimen, a través de lo que se denomina Ciencia Forense.
Pero esta especialidad, como todo en este mundo, tuvo un comienzo mucho más modesto, en el que los intrincados métodos de interrogación de hoy en día, las pruebas de balística, los análisis de ADN o los perfiles psicológicos, eran cosas inimaginables para el momento.
La ciencia forense como tal, tuvo su nacimiento a finales del siglo XIX en la ciudad de La Plata, cuando el antropólogo croata nacionalizado argentino Iván Vučetić, más conocido como Juan Vucetich, perfeccionó y simplificó el sistema dactiloscópico, lo que otorgó una característica única e irrepetible a cada ser sobre el planeta.
Vucetich no es como se cree, quien descubrió las huellas digitales. Ese mérito pertenece al antropólogo inglés Francis Galton, quien propuso su utilización para la identificación personal en reemplazo del inexacto sistema Bertillon. Para ello, el anglosajón determinó 40 rasgos para la clasificación de las impresiones digitales, aunque no profundizó en su estudio debido a que lo que él pretendía era determinar las características raciales hereditarias de las personas, sobre las que las huellas digitales no podían dar información.
En base al trabajo de Galton y por pedido del Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires Guillermo Núñez, Vucetich profundizó ese estudio para sentar las bases de una identificación personal fiable. De esta forma, los 40 rasgos iniciales llegaron a ser 101, que luego el perito logró simplificar agrupando las huellas según 4 características principales.
EL PRIMER REGISTRO
A partir de estos métodos, la policía bonaerense inició en 1891 lo que por primera vez en el mundo se conoció como registro dactiloscópico de las personas que hoy, a más de 130 años de su descubrimiento, y con variaciones sustanciales en los métodos de relevamiento, archivo y comparación, todavía se basa en los 4 rasgos elegidos por Vucetich: arcos, presillas internas, presillas externas y verticilos.
Es por este motivo, que cada 1 de septiembre se celebra el Día Mundial de la Dactiloscopía, un rastro biológico que permite recabar pruebas que no pueden ser discutidas y que resultan determinantes en la resolución de los crímenes.
Pero el sistema perfeccionado por el croata devenido en argentino sufrió golpes y reveses, debido a que fue desestimado no solo en nuestro país, sino también puesto en duda por Alphonse Bertillon, quien jamás le perdonó a Vucetich que desnudara las fallas del bertillonaje.
Sobre estos vaivenes, el antropólogo forense escribió “La resistencia que encontré me incitó a una entera consagración al estudio para el perfeccionamiento de mi sistema, obligándome a erogaciones que comprometían de una manera irreparable el mezquino emolumento de que gozaba.
Que no fue lo peor. Lo peor fue que sentí que en torno mío se sembraban espinas; y la murmuración implacable, prohijadora de la hipócrita calumnia, infundía sospechas respecto a mí y a mis trabajos, no economizándoseme ni la colérica burla ni el petulante agravio. Máxime cuando en 1893 la Superioridad dispuso la supresión de dicho servicio por considerarlo inútil; el que fue rehabilitado pocos meses después, siendo Jefe de Policía don Francisco P. Lozano”.
LA HUELLA DE ROJAS
Este sistema fue el que finalmente sirvió para sentenciar a Francisca Rojas, quien en la historia criminal puede ser considerada como la primera persona en el mundo que fue condenada a partir de la evidencia otorgada por sus propias huellas digitales, hecho que le permitió a Vucetich obtener el reconocimiento necesario que su trabajo hasta ese momento no había tenido y marcar el nacimiento de lo que años más tarde se conocería como ciencia forense.
A las 14 horas del 29 de junio de 1892, el horror se apoderó de la pequeña localidad de Quequén, en el municipio de Necochea, cuando un padre junto a su amigo, derribaron la puerta de la pieza matrimonial y encontraron allí una escena dantesca.
El padre en cuestión era Ponciano Carballo, su amigo y compadre, era Ramón Velázquez, y la escena tenía a sus dos hijos, Ponciano de 6 años y Felisa de 4, degollados en la cama matrimonial junto a su madre, que tenía un corte en el cuello.
La sangre había invadido la habitación y Francisca aún se encontraba desvanecida pero sin peligro para su vida. Una vez que pudo ser consultada por el inspector Eduardo Álvarez, que había sido designado para el caso por el Jefe de la Policía bonaerense, el comisario Guillermo Núñez, la mujer apuntó con sus dichos contra Velázquez, y lo acusó de presentarse enviado por su marido para llevarse los niños y ante la negativa de entregarlos, la mujer aseguró que éste decidió darles muerte. También indicó que la había atacado con la pala, con la que luego se había trabado la puerta del dormitorio, antes de propinarle un corte en el cuello.
Cuando la policía apresó a Velázquez, este negó con vehemencia haber cometido los crímenes, por lo que la línea de investigación cambió en busca de pruebas incriminantes o fehacientes.
El comisario Álvarez explicó que “Aún cuando aquél (refiriéndose a Velázquez) negara desde un principio otro conocimiento de lo ocurrido (…) fue tenido como único autor y sometido a diversos interrogatorios, manteniéndose siempre en la misma negativa”. Lo que el policía no contó fue que la “diversidad de los interrogatorios” incluyó que fuera golpeado y torturado de maneras muy poco ortodoxas que incluyeron a un policía disfrazado de fantasma con una sábana para asustarlo por la noche, mientras se encontraba encerrado en su celda, o que lo interrogaran en la capilla ardiente, frente a los cadáveres de los pequeños asesinados.
LA SOMBRA DE LA DUDA
Ante la férrea negativa a confesar del detenido, las dudas invadieron a los responsables de la investigación, que empezaron a notar los cabos sueltos. Las declaraciones de Francisca, que hasta ese momento era considerada una de las víctimas del crimen, eran por lo menos contradictorias y además Velázquez no tenía motivo alguno para el crimen, ya que lo unía un lazo de amistad con el padre de los chicos. El acusado sabía que había problemas maritales, pero no entraba en el terreno de lo posible que su amigo lo enviara a matar a su descendencia.
Pero lo que terminó por volcar la suerte a favor de Velázquez fue un conjunto de detalles que se hallaban en el lugar del crimen y que en un principio no fueron considerados por los efectivos del orden.
Para empezar, la mujer dijo que el asesino la había desmayado a golpes con una pala, pero esa herramienta apareció doblada, lo que hizo sospechar que ese castigo era imposible ya que “cualquier golpe que la torciera, no digo así sino mucho menos, sería más que suficiente para producir una muerte instantánea” indicó el inspector. Otro detalle fue que Rojas aseguró que Velázquez había matado a los chicos y la había herido con un cuchillo suyo, que sacó de la cocina y terminó escondiendo entre las pajas del techo, algo poco probable porque por aquellos tiempos cada paisano cargaba con su propio facón. Pero la evidencia que terminó condenando a la madre fueron sus propios dichos, ya que la puerta estaba atrancada y el criminal salió por la ventana, dejando huellas ensangrentadas. La del marco de la ventana era muy clara y se notaba que la mano que las había dejado era demasiado pequeña para pertenecer al acusado.
No siendo de Velázquez, lo que siguió fue lo que llevó a los estudios de Vucetich a posicionarse en la historia de la criminalística mundial ya que se tomó la decisión de desarmar el marco de la ventana y la puerta, y tras tomar las impresiones digitales de Francisca y de Ramón, enviaron todo el material a La Plata, para que lo revisara Juan Vucetich con su novísimo método que intentó llamar “icnofalangométrico” pero que luego, por sugerencia de un amigo y para beneficio de todos, bautizó como dactiloscópico.
La madre negó en varias ocasiones haber tocado los cadáveres de los dos niños (lo que implicaría que se hubiese manchado con su sangre), y con esa información, sólo se podía inferir que la huella en cuestión perteneciera al propio homicida.
Aquí es el momento en que Vucetich brilla con su descubrimiento, porque con su ayuda se determinó que las impresiones digitales no pertenecían a Pedro, sino a la propia Francisca, que una vez confrontada con la prueba, confesó haber asesinado a sus hijos.
De esta forma, Francisca Rojas se convirtió en la primera persona a nivel mundial, en ser condenada en base a la prueba o evidencia criminalística, otorgada por sus propias huellas digitales.
Francisca terminó confesando que “la única autora del hecho era ella, que ofuscada porque su marido la había echado de su lado y le iba a quitar sus hijos había resuelto matarlos, quitándose también ella la vida, pues prefería ver muertos a sus hijos y morir, antes que aquellos fueran a poder de otras personas”.
La mujer fue condenada por el tribunal de Dolores en septiembre de 1894 a “la pena de penitenciaría por tiempo indeterminado”, según reza la sentencia.
Los jueces que firmaron su sentencia indicaron que nada podía justificar “un delito tan atroz en el que la perversidad de sentimientos estalla sin un ápice de piedad contra sus propios e inocentes hijos”.
“Esta mujer denunció el hecho indicando como autor a un honrado vecino, que pudo salvarse gracias a la impresión de los dedos del asesino, marcadas en un marco, coincidiendo exactamente con el dibujo digital de la desnaturalizada madre”, publicó la revista Caras y Caretas.
La sentencia no solo marcó un antes y un después para Francisca Rojas, sino también para Vucetich que vio como el fruto de su trabajo fue aceptado como “infalible” y adoptado en 1903 por el sistema penitenciario de Nueva York y en 1905 por el Ejército de los Estados Unidos.
Dos años mas tarde, en 1907, la Academia de Ciencias de París informó públicamente que el método de identificación de personas desarrollado por Vucetich era el más exacto conocido hasta entonces.
El sabio murió en 1925 en Dolores. Hoy llevan su nombre la escuela de oficiales de la Policía Bonaerense y el centro policial de estudios forenses de Zagreb, en Croacia. Sus restos están sepultados en el Panteón Policial del cementerio de la ciudad de La Plata, en la que comparte el monumento a los 5 sabios junto a los bustos de Alejandro Korn, Pedro Palacios, Florentino Ameghino y Carlos Spegazzini.
Al día de hoy, y con más de un siglo de avance en las ciencias forenses, la dactiloscopía es el método más certero y confiable para determinar la responsabilidad de una persona en algún hecho, ya que ni siquiera el ADN otorga una característica única e irrepetible a cada individuo y por ese descubrimiento, se le debe otorgar a Vucetich el mérito que le corresponde.