En la desesperación por un desenlace inevitable y estrepitoso de su no-plan de no-política-económica, el gobierno arroja medidas desordenadas, tardías, minúsculas y a regañadientes en busca de una lluvia de dólares que con suerte llegará a escasa garúa. Esta podría ser, sucintamente, la descripción del paquete de paliativos anunciado entre el jueves y ayer por el ministro de economía y su par del Banco Central. (Lo de par es deliberado)
Para ensayar un comentario igualmente breve, los Fernández y todo su gabinete parecen haber visto un tutorial de YouTube de cómo sobrevivir después de la pérdida total de las reservas y estar aplicándolo sin tener demasiada idea de como funcionan los mercados, de la importancia de la confianza en cualquier acción económica, y con una ignorancia encomiable del comportamiento del ser humano.
Empezando por el final, el jueves, al poco tiempo de anunciar las mediditas que supuestamente servirían para anticipar la liquidación de divisas, favorecer al campo y lograr alguna benevolencia de los exportadores, el ministro de Agricultura Luis Basterra - que debería ser exministro antes de terminar de escribirse esta columna – salió a decir que los “grandes exportadores” se quejaban, pero no tenían en cuenta lo positivo de la medida para miles de pequeños agricultores. Concepto que él y destacados representantes del gobierno se ocuparon de hacer reproducir en los medios, bajo el lema “la reacción del campo es política”. Otra irrespetuosidad estúpida cuando lo que se intenta es persuadir, aunque fuera desde la hipocresía de que se trata de un esfuerzo común en pos del tan gastado eslogan del bienestar general.
Las reservas no se fugaron por casualidad, ni lo hicieron en una semana. Empezaron a fugarse desde que a Perón se le ocurrió vivir con lo nuestro en 1950, siguiendo el consejo que tan bien le vino de la nefasta Cepal. Esa tendencia a la fuga creció con cada impuesto nuevo, cada retención o manotazo sorpresa, cada cepo o control cambiario arbitrario, cada “paridad administrada” tratando de esconder la realidad, o sea el gasto, el déficit, el proteccionismo, la ineficiencia, cada aumento del costo laboral sin correlato con productividad, cada medida estatista.
Ciertamente no todo ese proceso es atribuible al peronismo que una vez más gobierna, porque es cierto que las alternativas, por derecha o por izquierda, no pudieron romper el paradigma del proteccionismo y luego del populismo, no quisieron o no pudieron. Menem pareció lograrlo por un tiempo. Pero sólo transfirió a De la Rúa una hipoteca que estallaría necesariamente, con la obsesión por controlar el tipo de cambio a cualquier precio. Lo que terminó en el corralito, el corralón, la pesificación que Duhalde prometió que no ocurriría. También Martínez de Hoz había dejado un terreno arrasado y muchos millonarios bipartidarios, aferrado a sostener una paridad imposible con deuda y un sistema financiero delirante, que había empezado con la bicicleta de doña Estela. Alfonsín no tuvo oportunidad frente a Ubaldini, ni siquiera de equivocarse.
Los dos mandatos de la señora Kirchner, usufructuaron la herencia (no la personal) del default y de un canje imperfecto que evitó el pago de la deuda y sus intereses por un tiempo, y de la suerte sojera, hasta que se encontró conque el crédito se hacía cada vez más difícil, sobre todo para pagar el oscuro negocio de los Boden 2015, pergeñado por su marido y predecesor en sociedad con Chávez, y para pagarlos creó un cepo durísimo que terminó con las reservas en cero y los agricultores despojados y sin esperanzas. Ella consolidó la persecución y apoderamiento empresario comenzado por su esposo, y tuvo que empezar a pagar los costos de las expropiaciones y del mal arreglo de la deuda. Llegó a las elecciones con cero reservas y con el agro sufriendo, frustrado, estafado y enojado por el manejo cambiario y las retenciones.
Macri intentó salir del atolladero con libertad cambiaria, pero se quedó enredado en el socialismo de su ministro Prat Gay y en el miedo que le inculcó el proteccionismo del Círculo Rojo en el que nació y se nutrió. Y terminó endeudándose para pagar gastos corrientes, con un sistema financiero y cambiario típico de cueveros. Pese a ello, había logrado reestablecer bastante confianza interna y externa, aunque luego llegara a las elecciones acezando. Para rematar, el resultado de las PASO volvió a mostrar el miedo de los mercados internos y externos a la precariedad de almacén de la señora de Kirchner y su ideología, baste ver el salto del riesgo país que se produjo tan pronto se conocieron los números.
Macri diría luego “eso votaron, eso tienen”. Lo que enojó a los apóstoles de la corrección política, pero que presagiaba lo que ocurriría, como hasta hoy se está viendo. El jueves a la noche, algún panelista sostenía como argumento técnico que esta política económica y cambiaria era “lo que el pueblo había votado”, seguramente suponiendo que tal afirmación quitaba toda responsabilidad por los resultados y sus costos, o garantizaba la infalibilidad. Sin contar las víctimas.
El gobierno actual hizo lo mismo que el peronismo de siempre, en la versión más nociva, que es la de la señora de Kirchner, ahora agravada por la inseguridad jurídica que ella defiende con empecinamiento, por la designación de su delfín, por el caos que crea en un gobierno de signo propio compuesto de leales, militantes, amantes, hijos (e hijas) de terroristas casi todos disfuncionales técnicos y políticos, que se limitan a repetir ridículos eslóganes que se les inocula, que empeoran cualquier situación y meten más miedo a la sociedad. Y claramente, no son tomados en serio por el mundo externo.
El gobierno luce así como una orquesta muy cara de instrumentistas sin preparación dirigida por un robot o un dron de juguete, sin ninguna armonía ni melodía. Que el presidente del Banco Central y el Ministro de Economía propongan ahorrar en pesos y que el señor Pesce sea el funcionario más rico del gobierno y tenga su dinero en dólares cash, es digno de Tato Bores.
Que de paso la rebaja temporaria de retenciones al agro contenga una baja permanente de retenciones al sector aceitero, cuyo mayores protagonistas son amigos del kirchnerismo, tampoco agrega seriedad al discurso, aunque pinta muy bien lo que esta columna sostiene: las medidas del gobierno peronista siempre tienen algo más escrito al dorso.
La incapacidad o la ideología, a veces la misma cosa, tampoco deja ver la consecuencia de medidas anteriores. El impuesto a la riqueza, pergeñado por El Delfín y por el único banquero comunista, Carlos Heller, pesa más en el ánimo de cualquier ahorrista, o inversor pequeño o grande, local o extranjero, que todas las reducciones temporarias de retenciones de apuro. Habrá que recordar el efecto que el estúpido impuesto forzado por Sergio Massa a la renta financieras generó la primera gran crisis de financiamiento y obligó a subir las tasas. Se habría conseguido mucha más confianza retirando ese proyecto que terminará recaudando nada que con este “plan” anunciado ahora.
Como si fuera poco, las mediditas son en muchos puntos sólo reculadas. Como el aumento de la velocidad de devaluación permitida del peso, o el de la tasa de interés, que se mantenía artificialmente baja gracias al ancla cambiaria mortal y a las compras de las propias entidades gubernamentales de la deuda oficial en pesos. Peor es el concepto de volatilidad del tipo de cambio, que dice perseguir el presidente del Central, otra fuente de problemas en breve. Y de escasez de dólares.
Reestablecer la confianza local e internacional sistemáticamente pisoteadas por la señora de Kirchner y sus seguidores, no se logra con un programa de apuro y dos concesiones mentirosas. De nuevo, Carlos Raimundi, el tránsfuga proterroristas representante argentino ante la OEA que desestimó el informe Bachelet sobre los crímenes de lesa humanidad en Venezuela, no debó haber durado un segundo más en su cargo luego de semejante barbaridad. Sólo se lo “desautorizó”. Esa burla a la opinión pública y al sistema internacional también pega en el precio del dólar, en la inversión y en la reticencia a poner aunque sea un dólar en el país. Por supuesto, tal verdad es incomprensible para el elenco de científicos.
Nada más difícil de recuperar que la confianza, que el gobierno ha perdido, aunque ya fuera poca, a lo que se suma la recaída en Cristina Kirchner, que ya no se conforma conque la historia la juzgue (o sea la exculpe) sino que tiene muchas mas aspiraciones, como la de ser reina madre de la patria grande. Para evitar decepciones futuras, habrá que acuñar un paradigma en bronce: no hay confianza en gobiernos que contengan Fernándeces y Kirchners. Los militantes, leales, adláteres, testaferros y demás agradecidos genuflexos no cuentan, aunque hagan anuncios o declamen lo que fuere.
A esta altura, los lectores se preguntarán cómo se arregla esto, interrogante en el que no están solos. Se suele decir que hace falta un gobierno con una conducción económica unificada y fuerte, con un plan claro y una propuesta de baja de gasto y reformulación integral del sistema impositivo. Pero la columna no maneja el humor, como lo hace magistralmente un par de destacados editorialistas. De modo que simplemente acotará que tal personaje no parece estar disponible. Por caso, Domingo Cavallo, que suele ser puesto como ejemplo de ministro “fuerte” y que tiene experiencia en llegar con el campo despejado después de confiscaciones e hiperinflaciones licuadoras, pregona que se apliquen soluciones que él no aplicó en su momento. Similares a las que pregonaba en su gran libro Volver a Crecer de 1987, que lamentablemente tampoco aplicó cuando le llegó su turno.
Algunos respetados y respetables economistas proponen como una de las soluciones un nuevo Plan Bonex. Es difícil que, si se traiciona la confianza del inversor en pesos, se pueda conseguir luego la confianza del inversor en dólares. A menos que se traten de piratas de las finanzas, se sabe. Y todo eso, suponiendo que alguien quiera y pueda actuar bajo la supervisión de la reina madre. Los salvadores suelen terminar crucificados. No hay excepciones al Gólgota del país.
Quino ha muerto. Los argentinos todavía no, decía Libération el jueves. Se ruega una plegaria para que no sea una premonición.