Circe, la temible hechicera famosa por haber retenido a Ulises en su vuelta de Troya según nos cuenta la Odisea, tenía una sobrina, Medea a quien enseñó sus artes. Ambas eran símbolo de autonomía y poder. La historia de Medea fue extensa pero un evento trágico le daría un lugar en la perpetuación del mito: el haber asesinado a sus hijos vengándose de Jason, el padre, por haberse éste comprometido con otra mujer, Glauce. Eurípides convertiría el mito en clásico. Homero nos contaría cómo Ulises (Odiseo) banalizó el peligro de Circe y padecieron las consecuencias.
La madre de Abigail Páez comenta que a su hija y a su pareja Magdalena Espósito Valenti, quizás "se les fue la mano", refiriéndose ni más ni menos que al homicidio de un niño de solo cinco años, hijo de Espósito Valenti, cruel paradoja de los significados, donde nos encontramos con un niño expuesto de donde derivaría el primer apellido de una madre en lo opuesto a la fortaleza, al "valentis".
Lucio Dupuy se llamaba su hijo, el que había tenido con Christian Dupuy. La "abuela" como aparentemente Lucio la llamaba a la madre de su pareja Abigail, sabía de los problemas de su hija con las drogas, por ejemplo, pero no alcanzaba a entender, ver el peligro o encontrar una salida. Tampoco la sociedad la proveyó de esas herramientas.
Como cada vez más frecuentemente en la actualidad, uno no se encuentra inscripto en el "libro de la vida", sino que la vida verifica su existencia si está inscripta en las redes sociales. Allí la pareja mostraba su vida y sus dificultades con el niño que se transformaba en obstáculo a la vida individual, al goce individual. Abigail posteaba que necesitaba tiempo para "fumar un porro" o "emborracharse" y que dejaba a Lucio con su madre para "girar toda la noche" y "drogarse" junto a otra madre, la del expuesto y desprotegido Lucio. También reflexionaba: "No traigan pibes al mundo para sufrir la concha de su puta madre", escribió en Twitter el 15 de octubre.
Todo esto a su vez intermediado por la "pandemia", que como comentáramos en su momento, repetidamente daría y dio un incremento en las diferentes formas de violencia doméstica, pero el maltrato infantil, aún el infanticidio o el filicidio, no son aquellas que importen en el relato actual. La narrativa actual inscribe otros temas en su agenda recortada y vuelta a pegar en un discurso que termina siendo cruelmente delirante.
Las víctimas, aquellas que deben ser miradas y cuidadas son otras, no los infantes que por supuesto como su nombre lo indica no tienen voz. Tampoco esta retórica alcanza a proteger a quienes dice en este recorte perverso proteger, las mujeres. Ni siquiera a los hombres, a los padres, imposible, ya que "todo varón es un potencial violador" y la sola idea de "pater", de familia, refiere al patriarcado culpable de todos los males. Pero el padre de Lucio estaba impedido de ver a su hijo y se le reclamaba inclusive dinero para poderlo ver. La finalidad de esos fondos ya nos la contó Abigail. La justicia podría haber investigado a ambos progenitores, así como a la familia extensa.
La autopsia de Lucio hizo que el forense que la practicó dijera que no había tenido un caso así en su historial en un cuerpo que hablaba, de su suplicio, quemaduras, golpes, sometimiento sexual. Seguramente Lucio en vida habría padecido lo que se conoce como Síndrome de Munchausen, y su madre y Abigail habrán aducido caídas o accidentes, pero ¿que habrá pasado en esos ingresos hospitalarios donde Lucio no podía hablar de su suplicio, aunque sí mostraba en su cuerpo aún con vida? La justicia en los reclamos o en las seguramente inevitables intervenciones: ¿pudo hacer algo?, o por otro lado, quienes nos protegieron encerrando a toda la población, ¿protegieron a los que encerraban?
Los vecinos refirieron ahora que escuchaban gritos o golpes, pero la sociedad centrada en sí misma ha sido desposeída de las herramientas que la protegen.
Porque hoy es Lucio, ayer tantos otros. Los que están en curso y serán noticia mañana son parte de la matriz de la repetición cíclica de asesinato de nuestros hijos, del filicidio. La eterna presencia de Medea.