¿Cómo se fija en el imaginario el rostro de una figura como Juana Azurduy, de quien no existen prácticamente retratos? ¿Por qué perduró la impronta aguerrida y revolucionaria de Manuel Belgrano, quien no se percibía como un héroe militar?
En su nuevo libro, Retratos públicos, la historiadora Laura Malosetti Costa analiza -a través de retratos de pintores- la idealización, o por el contrario, deformación caricaturesca de ciertos personajes a lo largo de la historia argentina e hispanoamericana, en la que a su juicio muchas veces no imperó la verdad ni la estricta semejanza sino la adecuación a las ideas que se deseaban sustentar con cada figura heroica. El proceso, típico del siglo XiX, se extendió hasta avanzado el siglo XX.
¿Es que acaso son falsos la mayoría de los retratos de los próceres argentinos que conservamos en el imaginario colectivo? "Ninguno es verdadero, todos son inventados. Y hay personas que dedicaron su vida entera a demostrar si el retrato verdadero de fulano es éste o aquel, y yo digo que eso no importa, ¡No importa para nada! Hay retratos que no funcionaron, o a nadie le gustan, o no tienen pregnancia. Y otros tienen que ver con una voluntad política o institucional. Entonces un retrato puede ser "verdadero" pero feo, o poco adecuado", explicó Malosetti Costa en una reciente entrevista con la agencia Télam.
Lo cierto es que "no hay héroe sin retrato", afirma la historiadora en el inicio del volumen que lleva por subtítulo: "Pintura y fotografía en la construcción de imágenes heroicas en América Latina desde el siglo XIX" y fue publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE). Son poco más de 300 páginas que proponen reflexionar acerca del valor del retrato como soporte de la memoria afectiva, a través de casos emblemáticos de estas construcciones, como los de San Martín, Belgrano o Artigas.
"El caso de Artigas es fascinante -opinó la autora-. El único retrato para el que posó, ya cerca del final de su vida, pasados los 80 años, lo muestra anciano, decrépito, sin dientes. ¿Qué verdad podía ofrecer esa imagen a la figura del prócer de Uruguay? Lo que prevalece es el retrato que inventó Juan Manuel Blanes, Artigas en el puente de la Ciudadela (1884), que se conoció recién en 1908, donde lo muestra mirando al sol naciente, esperanzado, parado sobre el puente levadizo de Montevideo, con las cadenas rotas a sus pies, súper heroico, aunque tenga la cara de un señor cualquiera".
Porque, abundó la historiadora, "en realidad no es la verdad o la estricta semejanza lo que ha prevalecido a lo largo del tiempo, sino aquella imagen que se adecua mejor a las ideas que sostiene con su figura".
Determinar la veracidad de los rostros retratados ha obsesionado a iconógrafos de todos los tiempos y en la segunda mitad del siglo XIX, cuando empezaron a consolidarse los relatos fundacionales de las naciones hispanoamericanas, los retratos de próceres suscitaron un nuevo interés, observa Malosetti Costa en la introducción de su ensayo.
EN LA NIÑEZ
Porque los héroes que reúne en el libro tienen el rostro que hemos mirado largamente en nuestra niñez, en los manuales escolares, en revistas infantiles, en los cuadros que cuelgan en las aulas, en las láminas escolares, en el material audiovisual educativo. Por eso los capítulos se construyen alrededor de la imagen más "exitosa" de cada una de esas figuras heroicas de la independencia hispanomericana, por no hablar, acota la autora, de "la ausencia casi total del concepto -y por ende de la imagen- de la heroína".
"La figura simbólica del héroe militar no admitió versión femenina en los tiempos de construcción de los relatos nacionales, ni femenina ni mestiza", recuerda Malosetti Costa acerca de este olvido, una perspectiva que ha sido recuperada en el último tiempo por los estudios de género, y sobre todo en el marco de los bicentenarios de las independencias en la América hispana. La excepción es Juana Azurduy.
"Juana era una de las tantísimas mujeres que pelearon a caballo pero el estereotipo dice que durante las guerras de Independencia las mujeres bordaban banderas, donaban joyas y hacían tertulias para juntar dinero -explicó Malosetti Costa-. No está la realidad de mujeres peleando en el frente de combate como Juana Azurduy o Remedios del Valle, que toman partido por la revolución".
"Y Juana era muy buena jinete: hizo una de las acciones simbólicas más importantes en una batalla que es capturar la bandera del enemigo y por eso la nombran coronela -apuntó la historiadora-. Ella sabía cómo distinguirse en combate. El retrato del Museo Histórico es horrible, tardío y feo. Luego, en Bolivia se encargaron retratos y hay uno de una chica joven y bonita que posó para ser Juana y esa es la imagen que más aparece en Internet, la misma que se usó para la antiprincesa del canal infantil Paka Paka, la más sorprendente de las derivas".
Otro ejemplo paradigmático es el de Manuel Belgrano, "el héroe más admirado e indiscutido" en la historia argentina, de quien se realizaron tres retratos en vida que "presentan rasgos completamente distintos entre sí".
El más difundido, en billetes, estampillas y manuales de historia, que fue aceptado como "el verdadero rostro del prócer", es "un bello cuadro al óleo de un pintor europeo en el que aparece elegante y en actitud meditativa, en una silla estilo imperio, con cortinados de terciopelo rojo y sus piernas cruzadas en pantalones amarillos".
La hipótesis de Malosetti Costa es que "Belgrano no se percibió a sí mismo como un héroe militar y no vio la necesidad de hacerse retratar como tal. Tenía un timbre de voz agudo y (Manuel) Dorrego se burlaba de él".
Belgrano se identificaba más bien como "un hombre de letras antes que con su tardía y accidentada carrera militar que tuvo que asumir tras su adhesión a la causa revolucionaria". Pero en el retrato que prosperó "no hay atributo alguno que lo vincule con la actividad intelectual".
Retratos públicos centra su análisis en los rostros más perdurables de algunas figuras heroicas de la independencia hispanoamericana, lo que abarca también a personajes como Simón Bolívar -que se retrató para hacer crecer su figura de guerrero- o de San Martín -el Padre de la Patria, paradigma masculino cuyos verdaderos retratos no gustaron-, además de aquellas pinturas que consiguieron la capacidad de sostener afectivamente a comunidades imaginarias -de devoción o de odio-, en dos casos paradigmáticos del siglo XX: el guerrillero argetino-cubano Ernesto Che Guevara y Eva Perón, la "abanderada de los humildes".
El libro de Laura Malosetti Costa refresca, en pleno siglo XXI, el valor didáctico, informativo o propagandístico que conservaba el arte en el tiempo que antecedió a la difusión masiva de la fotografía, al apogeo del cine y al predominio actual de las imágenes digitales.
Esa es la conclusión más importante que dejan los ensayos reunidos en Retratos públicos (Fondo de Cultura Económica, 325 páginas), un repaso minucioso y documentado por el origen y destino de las obras que pusieron cuerpo y rostro a una decena de próceres hispanoamericanos del siglo XIX, más un par de figuras del siglo XX consagradas, ellas sí, en fotos icónicas: Eva Perón y el Che Guevara.
Una de las constantes del libro es retornar a la pregunta por la veracidad de los retrados que consolidaron la imagen de nombres como Miranda, Artigas, Belgrano, San Martín o Bolívar. Al tratar de responderla registra dos actitudes contradictorias: el afán patriótico de inmortalizar al héroe en un lienzo o escultura, opuesto al llamativo desinterés de ciertos "padres de la patria" por dejar constancia de sus rasgos físicos para la posteridad.
Los ejemplos más elocuentes de esa última categoría fueron los de Belgrano y Artigas, quienes no se ocuparon de encargar retratos personales cuando pudieron hacerlo. En ambos casos las obras que mejor los representan partieron de invenciones o recreaciones a las que no se puede otorgar valor de veracidad respecto de las fisonomías de los próceres. Además, la factura de alguna de esas obras permanece en el misterio o el anonimato.
A tono con estos tiempos, Malosetti Costa (Montevideo, 1956) escribe con "perspectiva de género". Lo demuestra al tratar el caso de Juana Azurduy, una posible "madre de la patria" marginada del canon histórico y artístico pese al heroísmo que le atribuyó el propio Belgrano durante la campaña al Alto Perú.
La historiadora entiende que esa marginación obedeció a un prejuicio machista pero su propio libro relativiza la acusación. Fueron varios los varones notables de la época que no recibieron en vida el reconocimiento pictórico que merecían, mientras que algunos ni siquiera lo buscaron, expulsados al exilio, al ostracismo o a la mansa vida del retiro. El desparejo poder histórico de las imágenes no parece admitir explicaciones tan simplistas.
Jorge Martínez