“Nunca en mi vida manejé como aquel día en Nürburgring. Hice cosas que luego, repasándolas con el pensamiento, me parecieron increíbles”. Sí, ese 4 de agosto de 1957 Juan Manuel Fangio hizo cosas increíbles. Se impuso en la carrera más espectacular de la historia de la Fórmula 1. Batió 10 veces el récord de vuelta en 22 giros, recuperó el terreno perdido por una mala parada en boxes que lo dejó sin la punta y lo obligó a reducir a la nada los 51 segundos que le sacaron los líderes... Manejó como nunca. Él, un piloto inteligente y cuidadoso, arriesgó en cada curva. Dio un espectáculo formidable. Demostró que no había nadie mejor que él sobre un auto de carrera. El Chueco dejó en claro que era el más grande.
A los 46 años, el argentino ya había hecho historia en la Fórmula 1. Tenía en su poder cuatro títulos del mundo. En las seis temporadas en las que dominó casi sin discusión la máxima categoría del automovilismo deportivo había cosechado, además, dos subcampeonatos. Su apellido se antojaba un sinónimo perfecto de la palabra éxito.
A pesar de su edad, se mostraba insaciable. Después de conseguir su cuarto campeonato se alejó de Ferrari, una escudería en la que su inmenso talento chocó con la fuerte personalidad de Enzo Ferrari, el dueño de la Scuderia. La convivencia entre ambos había sido turbulenta. El argentino no renovó su vínculo y se sumó a Maserati, En Maranello consideraban ese acto como una traición. Fangio pretendía un auto que le permitiera cosechar su quinto cetro en un momento en el que sus rivales más jóvenes procuraban acabar con el reinado del oriundo de Balcarce.
El Chueco, apodo que se había ganado en sus días de futbolista en la liga de su pueblo, arrancó con todo en 1957. Llegó primero en los grandes premios de Argentina y Mónaco.
En Buenos Aires el tercer escalón del podio había sido ocupado por un compatriota de Fangio. Carlos Menditeguy, también a bordo de una Maserati, finalizó en la tercera posición, su mejor ubicación en la categoría. Charlie fue un multifacético deportista que brilló en polo (alcanzó el 10 de hándicap), golf (fue scratch, es decir tuvo 0 de hándicap, la mejor puntuación de un jugador amateur) y también practicó billar, pelota a paleta, esgrima y boxeo.
El británico Stirling Moss, que arrancó la temporada en Maserati y muy pronto se mudó a Vanwall, asomaba como el principal adversario. En 1955 y 1956 había escoltado a Fangio en el campeonato de pilotos. Se trataba de un excelente piloto que jamás pudo alcanzar el título simplemente porque le tocó competir con el mejor. Y cuando el argentino se retiró, la suerte tampoco estuvo de su lado y fue segundo en 1958 y tercero en 1959, ´60 y ´61.
Tras ganar el título de 1956 con Ferrari, un año más tarde el Chueco se mudó a Maserati.
La tercera prueba del año se corrió en Indianápolis, escenario de las 500 Millas, una competencia a la que no concurrían los pilotos y las escuderías que intervenían en el campeonato. En realidad, en aquella época se daba un fenómeno muy particular, ya que en ese circuito oval de poco más de cuatro kilómetros de extensión solo largaban hombres y máquinas norteamericanas. Era como un paseo de la Fórmula 1 por Estados Unidos, pero sin los protagonistas de la Fórmula 1…
Fangio venció en Francia y Moss en Gran Bretaña. La próxima parada estaba prevista en Alemania, donde podía empezar a definirse el nombre del campeón del ´57.
MILAGRO EN NÜRBURGRING
El 4 de agosto Fangio hizo la pole position en ese trazado infernal de 22 kilómetros de cuerda y 172 curvas que ponían a prueba la calidad y el temperamento de los hombres y la resistencia de las máquinas. En la grilla de partida habían quedado atrás Mike Hawthorn (Ferrari), Jean Behra (Maserati), Peter Collins (Ferrari) y Tony Brooks (Vanwall).
La noche anterior a la carrera los mecánicos habían trabajado contrarreloj para cambiar el motor de la Maserati 250F del argentino. El equipo italiano estaba preocupado por el desgaste de los neumáticos. Las Pirelli que calzaba esa escudería tenían una durabilidad menor que las Englebert de las Ferrari.
La estrategia acordada estipulaba que Fangio debía sacar una ventaja de 30 segundos antes de parar en boxes a la mitad de la carrera para cambiar el caucho. El Chueco había perdido la primera posición a manos de Hawthorn, pero la recuperó en la tercera vuelta. A partir de entonces se entregó fielmente al plan diseñado y fue estirando la diferencia respecto de sus perseguidores.
Cuando se detuvo en el 12° giro había conseguido tranquilizadores 29 segundos. Sin embargo, el destino se ensañó con él. Los nervios anudaron las manos de quienes debían encargarse de renovar los neumáticos y la recarga de combustible se hizo eterna. En el instante en el que Fangio puso primera para regresar a la pista había quedado 48 segundos detrás de Collins y Hawthorn.
El caucho tardaba en tomar temperatura y el auto estaba muy pesado por tener el tanque lleno. Las Ferrari se distanciaron otros tres segundos. Todo estaba perdido. Bueno… para un piloto común y corriente todo habría estado perdido. No para Fangio. El balcarceño empezó a acelerar y a tomar las curvas un cambio arriba de lo que aconsejaba la lógica. Estaba decidido a ganar.
Fangio hizo volar su máquina en el tortuoso circuito alemán.
UNA OBRA DE ARTE
En el box de Maserati habían decidido marcarle al campeón solo la distancia que lo separaba de uno de los hombres del Cavallino Rampante. Quizás pensaban que se trataba de la mejor idea para que Fangio no se desanimara. El Chueco se fue al frente como nunca lo había hecho antes. Se despojó de la prudencia que lo caracterizaba y fue a fondo.
Pulverizó una y otra vez el récord de vuelta. Endemoniado, se internó en las 172 curvas saltando peraltes, pasándole muy finito a los árboles y los barrancos que rodeaban el circuito. “Pisaba furiosamente el acelerador donde otras veces hubiera dado un toquecito de frenos”, contó alguna vez. La Maserati volaba. Literalmente despegaba sus cuatro ruedas del asfalto en las ondulaciones del trazado.
En las pruebas de clasificación había detenido los relojes en 9 minutos 25 segundos y 6 décimas. En la 19ª vuelta marcó 9m 23s 4/10 y en la 20ª registró increíbles 9m 17s 4/10… Había bajado ocho segundos el tiempo que lo depositó en la pole…
Un giro antes del final superó a Collins -que marchaba segundo- en una curva en la que solo había lugar para que pasara un auto. Y pasó el de Fangio… A media vuelta de la bandera a cuadros dejó atrás a Hawthorn. “Si no me hubiese corrido, estoy seguro de que el viejo me habría pasado por encima”, reconoció el británico.
El argentino es felicitado después de haber consumado un triunfo espectacular.
Ganó con una ventaja de 3,6 segundos respecto del piloto de Ferrari. Cuando lo recibieron en la línea de meta, la conmoción era enorme. Los cien mil espectadores que cubrían las tribunas del autódromo emplazado en la ciudad de Nürburg estaban azorados. Ese triunfo, el 24° y último en sus 51 carreras en la Fórmula 1, le aseguró a Fangio su quinto título del mundo. Desde ese momento y para siempre se convirtió en el Quíntuple, un apodo que reflejaba cabalmente su grandeza.
“En la vida uno siempre tiene que intentar ser el mejor, pero nunca creerse que es el mejor”, dijo alguna vez. Se equivocó. Fue el mejor.