Opinión
LA MIRADA GLOBAL

Ex enemigos que dialogan

Algo muy curioso ocurrió el miércoles 19 en esta Ciudad. Lo que en principio parecía la anodina presentación de un libro terminó suscitando un debate esclarecedor sobre el pasado violento de nuestro país y sus perspectivas a futuro, a partir de las opiniones de los protagonistas menos pensados.

Todo sucedió en un aula de la Universidad Católica Argentina. El teniente coronel (R) Rodolfo Richter presentaba Lucha armada: el PRT-ERP y las condiciones revolucionarias (Dunken). Es un volumen que revisa, con criterio desapasionado, los devaneos doctrinarios que a fines de la década de 1960 llevaron al grupo dirigido por Mario Roberto Santucho a tomar las armas en contra de lo que indicaban ciertos preceptos del marxismo-leninismo. El libro es la versión reducida y adaptada de la tesis que Richter defendió para acceder al doctorado en Ciencia Política.
Aquí un primer dato llamativo. Richter es paralítico. Perdió la movilidad de las piernas en febrero de 1975, cuando fue herido en el combate inaugural de la Operación Independencia que dispuso el gobierno democrático peronista para derrotar al ERP en el monte tucumano. Entonces tenía 26 años y era teniente de infantería del Ejército con las aptitudes de paracaidista y comando. Después de una trabajosa recuperación, logró rehacer su vida. Estudió y se convirtió en profesor de Ciencia Política. Lo que sufrió a manos de la guerrilla no le impidió estudiarla con seriedad hasta hurgar en las razones de su derrota estrepitosa.
Segundo dato curioso. Entre el público que asistió a la presentación, compuesto en gran medida por militares retirados, familiares de víctimas del terrorismo y algunos estudiantes, se destacaron dos personas. Dos miembros del PRT-ERP, ya septuagenarios: Luis Mattini, quien fue su último jefe máximo, y Carlos Gabetta, periodista y ex integrante del sector de inteligencia del grupo. Su ingreso no pasó inadvertido. Hubo miradas de asombro, gestos desconfiados y murmullos de fastidio, por obvios motivos. Alguna asistente recordó, por ejemplo, que uno de ellos habría participado en un ataque que provocó la muerte de su padre.
Pero Mattini y Gabetta no fueron allí a provocar. Richter los invitó. Ya antes se había reunido varias veces con ellos, compartieron más de una comida y los entrevistó para el libro que estaba presentando. Los antiguos enemigos pudieron encontrar un terreno común para conversar sin dejar de lado sus ideas, pero con la voluntad de respetarse y, de algún modo, aceptarse. Sólo Dios sabe adónde conducirá ese esfuerzo, que no se ha interrumpido, ya que Richter y Gabetta trabajan ahora en un libro conjunto sobre sus visiones diferentes acerca de lo que sucedió en los años "70.
Hacia el final de la presentación, a la hora de las preguntas, los dos ex guerrilleros pudieron expresarse con libertad. Gabetta incluso pretendió reivindicar el sentido de la lucha armada setentista, aunque a la vez se solidarizó con la situación de los cientos de militares juzgados por delitos de lesa humanidad a quienes muchas veces se les niegan los beneficios más elementales de la prisión domiciliaria y una adecuada atención médica, pese a que son ancianos y sufren graves problemas de salud. No fue aplaudido, pero tampoco repudiado. Al igual que Mattini se retiró con la misma libertad con la que había llegado.
Todo el acto fue como una metáfora de lo que podría construirse en un país desgarrado por la violencia y la división, y en el que otra vez se agita el fantasma de la guerra civil. Pero la grieta existe y no todos tratan de cerrarla. ¿Alguien se imagina a Aldo Rico asistiendo a la presentación de un libro de Roberto Perdía o del propio Mattini? ¿Podría salir vivo de semejante encuentro?