Cultura
EN MEMORIA DE ELENA MARIA ZUBERBÜHLER DE HUEYO

Estudio y servicio al prójimo

“El yo es odioso”, es cierto; no obstante seré autorreferencial. Hay vivencias que admiten y que más aun exigen la primera persona para trasmitirlas. Diré entonces que en esta ciudad de la furia como bien la bautizó la canción de Gustavo Cerati, me fue dado conocer a un ser de superior espiritualidad y cultura. Porque de Elena María Zuberbühler de Hueyo, fallecida días pasados a la edad de 107 años -cumplidos el último 16 de febrero-, quién entre los que tuvieron el privilegio de su trato no afirmará que trasmitió en la cordialidad de su diálogo y la benevolencia de sus gestos, en mucho la dimensión de su alma.

Escritora de excelente y refinada pluma; había sido también una peregrina del arte en los numerosos itinerarios por el Viejo Mundo que realizó junto a su esposo, el abogado y escritor Jorge Alberto Hueyo Bengolea, de quien enviudó hace muchas décadas. Por esa óptima calidad de viajera, lejos estuvo de ejercitar el turismo alocado de hoy en día; y un poco tilingo a lo “Si es martes, es Bélgica” como en la película del desaparecido director Mel Stuart.

HISTORIADORA

Elena fue una historiadora minuciosa del pasado político y estético de la vieja Europa, una experta en las genealogías de las casas reales de Inglaterra y Rusia, así como en la historia de la Iglesia y de los Papas.

Su vocación y dedicación al arte de Clío la convirtió en sembradora de enseñanzas sobre acontecimientos lejanos, en un país como el nuestro donde tan inclinados están algunos a embretarnos en localismos facciosos y retrospectivas posverdades, sin visión ni trasfondo de universalidad. Pero ella además de confrontar fuentes documentales extranjeras para sus obras historiográficas, practicó la prosa evocativa en su libro del año 2016: Anécdotas. Familia Zuberbühler-Pirovano, un tránsito por momentos personales y familiares entrañables vividos en su hora con plenitud y atrapados en la letra impresa con la pátina que los dulcifica.

La prosa de Elena no tiene altibajos y sí permite al lector avistar su añorado ayer, desde la perspectiva de su fe cristiana, el respeto por la tradición y la veneración por los antepasados. Uno de ellos por rama materna, fue el médico Ignacio Piovano, aquel “cirujano del 80” que biografiaron Oscar Andrés Vaccarezza y Juan Luis Gallardo, este último bisnieto de Pirovano y sobrino de Elena.

Hace casi una década el sacerdote y periodista de larga actuación en medios gráficos y televisivos R.P. Christian Viña, con quien compartimos ideales patrióticos comunes y debo admitir que no siempre ideas parecidas, me comunicó que quien ya era para entonces una de sus feligresas más longevas, acababa de publicar Anécdotas.

Como me interesa en extremo el género de las memorias y las autobiografías, le interrogué sobre dónde se podría adquirir esa obra. Me facilitó el correo electrónico de la autora y le escribí un mail presentándome. Pronto recibí como respuesta una invitación de Elena a visitarla –aquí en Buenos Aires-, en su departamento de la calle Montevideo, a metros de la iglesia Corazón Eucarístico de Jesús, donde concurría a misa diariamente y donde por última vez conversé con ella en el atrio del templo una mañana de hace un par de años.

LAS OBRAS

Además de obsequiarme en su hogar ese libro que con gusto comenté en la revista Ápices en 2017, me entregó igualmente dedicados los volúmenes de su autoría: Francia Milenaria, España Milenaria, obra de mas de seiscientas páginas escrita en colaboración con Adelina Sánchez Quesada; Una monarquía milenaria: reyes de Inglaterra, y los opúsculos: La Petite Histoire de la Francia Milenaria, Iglesia Milenaria. Breve Historia de los Papas y Francisco Pizarro. En aquella ocasión tuvo a bien mostrarme su casa de la que había convertido el comedor y algunos cuartos interiores en suerte de talleres con máquinas de coser y bordar eléctricas y automáticas. Allí se confeccionaban casullas para donar a capillas y centros religiosos del interior profundo del país.

Entre el ruido de esas máquinas narraba sus estadías en Europa. Me impresionó su memoria y la devoción por trasmitir cuánto le seguían diciendo los monumentos y los paisajes transoceánicos. Escribí en el antedicho comentario bibliográfico: “Elena Zuberbühler no solamente conoció el mundo en compañía de su esposo, sino que se dedicó a captar con sus naturales dones de sutileza e inteligencia, tanto el presente como el pasado de los países recorridos. Lejos pues de contentarse con lo que se le presentaba ante los ojos, se exigió conocer para comprender el sentido de las creaciones humanas que la maravillaron aquí y allá. En cuanto a los paisajes que la emocionaban, intuía que en ellos no había nada que indagar y sí con ánimo franciscano alabar al Creador en sus obras y criaturas.”

Vivió el catolicismo con plenitud, resignada a la Voluntad Divina frente a las pérdidas familiares, las propias dolencias y sin duda la pleamar de las nostalgias de aquellos tiempos iluminados que casi centenaria reconstruyó en Anécdotas.

Cómo no admirar su labor impar de investigadora sin demasiado reconocimiento en el medio; su disposición para con el prójimo y su siempre jugarse por lo noble, lo justo, lo piadoso y lo caritativo, sin duda habiendo hecho carne en sí, al ser requerida material y espiritualmente, el lema de San Miguel de Garicoits: “Heme aquí”. Por eso y mucho más, ante la memoria de Elena María Zuberbühler de Hueyo, cabe repetir con Federico Ozanám: “No muere para los demás quien no vivió para sí”.