Corría el año 1992 y en la campaña presidencial de Estados Unidos, Bill Clinton se enfrentaba a George H. W. Bush (padre). En su equipo de prensa buscaron centrarse más en los problemas y temas inmediatos del electorado, para confrontar los dudosos éxitos y popularidad de Bush en política exterior que generaban un sentimiento de euforia. Así propusieron como slogans de campaña: "Cambio vs. más de lo mismo" (seguir con los republicanos), "No olvidar el sistema de salud" (una salud costosa y la crisis del sistema público) y "(es) La economía, estúpido". Este último intentaba demostrar, con una fórmula simple y de impacto, que más allá de discusiones complejas, en el fondo se trataba del bolsillo de los votantes. Clinton ganaría la presidencia y la frase "Es la economía, estúpido" se popularizó, inclusive cambiando el objeto, la palabra "economía", por otros que se quisiera remarcar para sintetizar y dar por cerrado un debate. Otros factores interesantes surgieron de estas elecciones, uno que el candidato a vicepresidente de otro partido (Ross Perot) fue James Stockdale un veterano de guerra que había pasado siete años en un campo de prisioneros en Vietnam y se trasformó en un guerrero-filósofo ya que según él mismo, había sobrevivido por las enseñanzas de Epicuro (al igual que él cargando con una pierna quebrada), planteándose cuestiones sobre la vida y la salud y se compara su odisea, con la de Viktor Frankl, como ejemplos de resiliencia en situaciones extremas. Su breve obra, testimonio de esos días en cautiverio, "Coraje bajo fuego", amerita ser leída. El otro factor fue el slogan "No olvidar la salud".
En los últimos tiempos, en función de las próximas elecciones, se ha incrementado la presencia en los medios de personajes, algunos conocidos y otros proyectos de líderes que aseguran nos conducirán a salir de la travesía por el desierto. Sin embargo, la salud a pesar de la época no parece ser parte de la agenda, ni siquiera preguntarnos cuál es la salud que queremos o merecemos.
El tema, la palabra salud, no deja de estar omnipresente, pero solo bajo el imperativo de la noticia resonante, y mejor si está ligada a alguien famoso y de alguna manera cargada de morbo, con potencial de generar una polémica que despertará del sopor, así sea solo momentáneamente, a la audiencia. Así, en los últimos tiempos en virtud de casos resonantes en cuanto a la salud mental, o el de una sociedad viviendo bajo el imperativo de la salud en peligro por la pandemia, la salud ha dejado de ser un concepto lejano en la medida de esa "ausencia de la enfermedad", dada la existencia de la misma, y cobrado un aspecto vivencial concreto que nos interpela sobre la existencia y la vida mismas.
Al mismo tiempo en que se da paradójicamente esa modalidad de toma de conciencia que ha partido de una enfermedad y el terrible miedo que se le ha impuesto a la población, parecemos estar lejos del concepto de salud pleno. Es evidente que el inconveniente sin embargo es muy profundo ya que no puede existir o no podemos gozar de algo, del cual desconocemos siquiera su concepto, sus características, o aún peor, solo le damos existencia en función de su sombra, su supuesto opuesto, la enfermedad. Esa mirada de la salud como lucha contra lo que expresa como anomalía, sombra, es decir la enfermedad, ha llevado a la falta de salud en la búsqueda de "combatir" esa anomalía.
Las definiciones más aceptadas en la actualidad, al menos en el plano de lo teórico, son aquellas que contradicen esa visión no solo limitada sino equívoca y conducente a la falta de aquello que se busca, la salud. En las mismas lo que predomina es la concepción de bienestar integral en las diferentes áreas de la existencia, desde la espiritual, la mental, la social, la económica, y sí, también pero no únicamente, la del cuerpo físico.
Desde esa perspectiva de guerra, los excesos, así como las bajas, parecen inevitables. La lógica guerrera sacrifica el bienestar, las libertades y decisiones individuales, a los que considera digresiones, casi banalidades, lujos imposibles en momentos heroicos, de lucha por la supervivencia y el bien común. Como ya hemos visto, no nos cuidamos sino que, en función de ese bien supremo, alguien decide que es lo mejor para cuidarnos.
La clave es que el concepto de salud actual, aunque aún en nuestro medio ya han pasado décadas desde que el neurólogo Ramón Carrillo planteara como salud un sentido integral, es decir todos los aspectos de los cuales hoy carecemos. Ya en esa época Carrillo se refería por ejemplo a cloacas y agua corriente, cuando es tristemente evidente que hoy un porcentaje inadmisible de la población carece de ellas, o siquiera de un hábitat aun marginal, o de normas de higiene básicas, o del derecho al acceso a la salud, cuando simplemente un afiliado de una obra social no recibe los cuidados básicos o es enviado a su domicilio habiendo presentado sintomatología de ACV. Sin embargo, hemos logrado una sorprendente igualdad sin llegar a eso extremos. Una persona afiliada a una prepaga empresarial, habitando en un lugar privilegiado y a metros de un centro cardiovascular de primer nivel, muere de un infarto, por haber el médico que lo atendió desestimado el cuadro, y para cerrar la crónica del horror, ese "médico", que acudió enviado por la empresa en servicio de urgencia, usurpaba el título, es decir no es médico. Lejos está la salud.
El nivel educativo de la población también es parte central del concepto de salud, pero al mismo tiempo una población educada presenta mayores desafíos y exigencias. Hace unos días las encuestas de rendimiento educativo nos mostraban lo obvio: cómo la ausencia de escolarización por la deserción, la pandemia, o "el frío en las aulas", condena de la misma manera que la pobreza a la falta de salud, al padecimiento, asimismo conlleva la certeza de mantener ese nivel de condena social, la falta de educación. Condenamos a una gran parte de la población desde la infancia a un destino que sin duda será el de toda su vida, como si fuese, de alguna manera lo es, una enfermedad crónica e irreversible. La carencia en la educación condena aún más que la carencia material. Ahí está claro que la enfermedad mental y física va unida a la educación, a la pobreza material, a la desnutrición, a la seguridad, etc. Cualquier concepto parcial de salud, choca con esta realidad.
Los comunicadores se preguntaban la semana pasada sobre la ley de salud mental, pero es evidente que el primer planteo es qué consideramos por salud, antes de plantear la mental aislada y mucho más una ley descontextualizada de esa realidad y de esos acuerdos conceptuales previos. Quizás algo más profundo sea un sinceramiento, preguntarnos si queremos una población saludable o por el contrario una población enferma, carenciada, sin destino y padeciendo la falta de salud en sentido amplio y así condenada a ser consumidora pasiva de productos de salud, es claro en la medida que puedan afrontarlos, y no del cuidado de la misma.
Estos son otros de los planteos que no dejaremos de padecer como enfermedad social, en la medida que los acuerdos no sean claros, aunque quizás, tristemente, ya los son.
Por eso, parafraseando el slogan de 1992, quizás haya que decirles a los candidatos a guiarnos: Es la salud, ¡¡estúpido!!