Desde hace años, la investigadora francesa Anne-Marie Cheny, profesora de historia moderna en la Universidad de Rouen Normandie, se siente atraída por el nacimiento en la Francia moderna de “los estudios bizantinos”. Estudios que comenzaron a fines de la Edad Media en distintos lugares de Europa por una renovada intriga en torno a la historia, la lengua, el arte y la civilización del Imperio Romano de Oriente, un dominio que perduró durante doce siglos (330-1453).
Lo que empezó para ella como un trabajo de tesis sobre un erudito provenzal, Nicolas-Claude Fabri de Peiresc (1580-1637), se convirtió luego en un libro que llevó por título Una biblioteca bizantina. Nicolas-Claude Fabri de Peiresc y la fábrica del saber (Champ Vallon, 2015).
Con él se propuso demostrar la relevancia que ya tenía Bizancio en el universo intelectual de los siglos XVI y XVII y, en ese contexto, Fabri de Peiresc fue algo así como un caso testigo.
Ahora, Cheny (Saint Etienne, 1970) está a punto de publicar otro proyecto de investigación centrado no sólo ya en ese erudito sino también en otros, y no solo de la primera mitad del siglo XVII sino de un período que abarca desde el siglo XVI hasta el XIX (Claude Dupuy, Montesquieu, Saint-Simon, etc.).
Esta nueva investigación sobre los estudios bizantinos, que se presenta a la vez como historiográfica y lexicográfica, se espera que sea publicada el próximo otoño (boreal) por Éditions des Belles-Lettres. Su título, sugestivo, será El círculo de los bizantinistas. Cómo bibliotecarios, sabios y viajeros inventaron los estudios bizantinos (XVI-XIX siglos). Por el momento no hay una traducción prevista al español de esos dos volúmenes.
Semanas atrás, sin embargo, la profesora vino a Buenos Aires a presentar este último libro en la Alianza Francesa de Buenos Aires, y días más tarde accedió a una entrevista con La Prensa por correo electrónico.
BIBLIOFILO
- Su primer libro toma un caso testigo: el de Nicolas-Claude Fabri de Peiresc. ¿Quién era este bibliófilo provenzal y cazador de libros antiguos, manuscritos y otras rarezas?
- Nicolas-Claude Fabri de Peiresc, asesor parlamentario en Aix-en-Provence, fue el mayor erudito francés y europeo de la primera mitad del siglo XVII. Nació el mismo año que Montaigne lanzaba la primera publicación de sus Ensayos (1580) y murió al mismo tiempo que Descartes publicaba su Discurso del método (1637). Se sitúa, por tanto, en un momento crucial de la historia de la ciencia, entre el final del humanismo y la aparición de la «revolución científica». De omni re scibili (de todas las cosas que se conocen), la frase acuñada por el humanista italiano Pico della Mirandola (1463-1494), se aplica perfectamente a Peiresc: quería saberlo todo sobre todo. Se interesa por la historia antigua y la historia de Francia, la numismática, la arqueología, el derecho, la filosofía, la geología, la zoología, la biología, las ciencias físicas (incluida la óptica), la astronomía... El programa rabelaisiano de educación había sido ampliamente superado. Pero Peiresc no debe reducirse a esta única figura de humanista, curioso y erudito entusiasta, pues también encarnó un nuevo tipo de anticuario para el que la observación, la autopsia y la identificación eran esenciales. Realiza observaciones astronómicas y disecciona ojos de animales. Utiliza la observación y la comparación científica. Una particularidad asombrosa a nuestra mirada contemporánea es que Peiresc no publicara nada. Sin embargo, su vida estuvo enteramente dedicada a la difusión del conocimiento.
- A partir de la vasta biblioteca que este erudito fue acumulando a lo largo de los años, se dice que usted traza un retrato de él que va emergiendo a lo largo de las páginas, mientras se va reflejando también la forma de trabajar de un erudito como él. Volveremos sobre ello más adelante. Pero antes, ¿qué nos dice esta biblioteca? ¿Por qué es excepcional y cómo podemos apreciar la amplitud de las riquezas que contiene?
- La biblioteca de Peiresc es excepcional por el número de volúmenes que contiene: 4.670 volúmenes, entre ellos un centenar de manuscritos. Este tipo de estudios sólo pertenecía a una pequeña minoría de personas cultas ya que, a principios del siglo XVII, Francia todavía se caracterizaba por un nivel educativo bastante bajo y unos libros relativamente caros. La nobleza de espada, a menudo provinciana, poseía por lo general entre 100 y 500 volúmenes, mientras que la nobleza de toga y el clero poseían entre 500 y 1.500 obras. Además de su importancia numérica, la riqueza de la biblioteca peiresciana se basa también en la elevada proporción de volúmenes “in-folio” (22% del total) e “in-quarto” (30%). También alberga magníficos manuscritos, sobre todo orientales, obtenidos gracias a su notable red de corresponsales en el Imperio Otomano. El cardenal Mazarino no se equivocó cuando, tras la muerte de Peiresc, envió a Gabriel Naudé, guardián de su biblioteca, a Aix-en-Provence para «visitar los libros del señor de Peyrez y reconocer el precio tanto de los manuscritos como de las obras impresas». Gracias a las adquisiciones de Peiresc, la Biblioteca Nacional de Francia conserva hoy numerosos y valiosos manuscritos griegos, árabes y etíopes.
- Fabri de Peiresc no era un simple coleccionista. No se limitó a acumular libros para uso personal. ¿Cuál fue su contribución a la cultura?
- Efectivamente, Peiresc no era un coleccionista, es decir, no buscaba ávidamente objetos raros y admirables para exponerlos en su gabinete de curiosidades. Su gabinete era rico en medallas, monedas, naturalia (elementos orgánicos e inorgánicos de la naturaleza) y mirabilia (objetos o elementos maravillosos), pero estos objetos coleccionados eran herramientas de trabajo indispensables. Servían para completar los elementos aportados por las lecturas, los ampliaban y completaban. Su magnífica biblioteca no era un espacio cerrado reservado al placer de Peiresc y de algunos eruditos amigos. Funcionaba como una correa de transmisión, un relé en el corazón del Grand Siècle. Obras impresas e incluso manuscritos circulaban desde su estudio de Aix hasta París, Londres, Roma, Leiden y todos los demás lugares en función de las necesidades eruditas. Peiresc pertenece a esa República de las Letras del siglo XVII cuyo objetivo era hacer circular el saber. Para él, los libros y manuscritos eran herramientas de trabajo y no objetos de colección, por lo que podía escribir en ellos, anotarlos, descoser cuadernos, reclasificarlos si consideraba que estaban mal archivados, y volver a coserlos. Para responder con más precisión a su pregunta, su contribución al conocimiento astronómico incluye el descubrimiento de la nebulosa de Orión y la observación de los satélites de Júpiter. También elaboró el primer mapa de la Luna basado en sus observaciones, grabado por Claude Mellan. A través de sus préstamos de manuscritos, grabados y medallas, promovió la publicación de numerosas obras. Quizá más anecdótico tal vez sea que, Peiresc, gran amante de los gatos amante de los gatos, introdujo el gato de angora (de Ankara) en Francia y aclimató el laurel rosa en el sur de Francia.
CORRESPONSALES
- Su libro se centra en el componente bizantino de esta biblioteca, que abarca desde teólogos griegos de la época patrística y medieval hasta compendios jurídicos e historiadores del Imperio. Si el interés por el Oriente cristiano y bizantino ya existía antes del siglo XVII, ¿habría sido Fabri de Peiresc un precursor en la recopilación de estos documentos?
- Otras bibliotecas, además de la de Peiresc, conservaron grabados y manuscritos bizantinos a partir del siglo XVII, e incluso antes. La investigación sobre los escritos de los Padres griegos y los grandes textos jurídicos (de Justiniano, por ejemplo) es, naturalmente, antiguo, al igual que ciertos escritos políticos utilizados en la educación de los príncipes europeos. Peiresc no es, pues, una figura aislada. Su singularidad reside en su excepcional red de corresponsales (más de 500), que se abrió al Imperio otomano de una forma única para principios del siglo XVII (cerca de 80 corresponsales: cónsules, comerciantes, misioneros, monjes, un médico, un joyero, un musulmán converso, etc.). Recogió documentos en Constantinopla, por supuesto, pero también en Alejandría, El Cairo, Túnez, Alepo y Chipre.
- ¿Hay en esta biblioteca un manuscrito de San Juan Crisóstomo del siglo XI, o un libro de evangelistas? ¿Qué más hay del Oriente cristiano?
- Gracias a sus emisarios en el Imperio Otomano, Peiresc obtuvo un Comentario de Juan Crisóstomo a San Mateo (París, BnF grec 1015) y un evangeliario griego del siglo IX en letras unciales (Carpentras, Bibliothèque Inguimbertine 10), así como un manuscrito de Gregorio Nacianceno del siglo XI recubierto de vitela (París, BnF grec 577) y un opúsculo de Clemente de Alejandría (¿Qué rico se salvará?). Se unen a otros manuscritos bizantinos desenterrados por el magistrado: el Menologe de Symeon Metaphrastus del siglo X, el Calendario Constantiniano, también conocido como Cronógrafo 354, del que Peiresc posee una copia ilustrada de época carolingia, manuscritos de textos jurídicos eclesiásticos del escritor bizantino y santo de la Iglesia ortodoxa Focio el Grande (siglo IX, París, BnF grec 1331) y del canonista del siglo XII Théodore Balsamon (París, BnF grec 1332). Las adquisiciones más importantes para mí son el manuscrito sobre La Virtud y los Vicios del emperador bizantino Constantino VII Porphyrogenetus (siglo X), porque permitió transmitir extractos de textos de autores antiguos que desde entonces se han perdido, y un objeto, el marfil Barberini. Este marfil, actualmente en el Museo del Louvre de París, es la única hoja casi completa del díptico imperial que se conserva en la actualidad; las hojas estaban formadas por un conjunto de cinco elementos. En la actualidad, sólo falta el panel derecho. El centro del díptico está esculpido en altorrelieve con el triunfo de un emperador a caballo, Anastasio, o más probablemente el emperador del siglo VI Justiniano. Este objeto es admirable por su rareza y la calidad de su factura. Fue regalado por Peiresc al cardenal Barberini. Merece el nombre de «Ivoire Peiresc».
ESPLENDOR
- El caso de Fabri de Peiresc pretende demostrar la importancia que ya tenía Bizancio en el universo mental e intelectual de los eruditos y académicos de la época. ¿Qué se puede decir de Bizancio? ¿A qué se puede atribuir el esplendor de la llamada segunda Roma, que ahora atraía al mundo intelectual de Occidente?
- Con Constantinopla como capital, el Imperio Romano de Oriente correspondía a la parte oriental del Imperio Romano tras la «división» por el emperador Teodosio en 395. Tras los levantamientos «bárbaros», la parte occidental se derrumbó en 476, mientras que el Imperio Romano de Oriente perduró y mantuvo la herencia romana y cristiana antes de desarrollar una civilización única utilizando la lengua griega. El Imperio Romano de Oriente se conoce comúnmente como Imperio Bizantino, en referencia a Bizancio, colonia de la antigua Grecia, porque fue en el mismo lugar donde el emperador Constantino fundó Constantinopla en 330. El le dio el título de «Segunda Roma». Encontramos en textos posteriores la expresión «Nueva Roma» (por ejemplo, en Gregorio Nacianceno). Como capital imperial, la ciudad fue transformada (construcción de una nueva muralla, el hipódromo, el foro de Constantino, etc.) y adornada con magníficos edificios (palacios imperiales, iglesias, etc.). Santa Sofía, la «Gran Iglesia», fue construida en el siglo VI para ser la más grande y majestuosa de su época. En la época moderna, el Imperio bizantino dejó de existir tras la toma de Constantinopla en mayo de 1453 por las tropas de Mehmet II. Por ello, los eruditos se sienten atraídos por su patrimonio, en particular por su legado como imperio romano y cristiano. Se interesaron por la transmisión de los textos jurídicos romanos a través de la jurisprudencia de Justiniano y de los grandes Códigos griegos, como las Basílicas. En el contexto de la Reforma y la Contrarreforma protestantes, algunos eruditos buscaron un retorno a las fuentes religiosas del cristianismo, para lo cual se hicieron indispensables los autores bizantinos de los primeros siglos del cristianismo. Por último, no olvidemos el contexto geopolítico de los siglos XVI y XVII, marcado en Europa por la amenaza turca. En 1529 tuvo lugar el sitio de Viena y las tropas otomanas se establecieron definitivamente a las puertas de la capital austriaca. Esta preocupante situación provocó un creciente interés por los bizantinos, que también llevaban mucho tiempo luchando contra los turcos. El interés por Bizancio tenía raíces intelectuales, políticas y religiosas.
- Se dice que detrás del nacimiento de los «estudios bizantinos», es decir, del interés por la lengua, la historia, el arte y la civilización del Imperio Romano de Oriente, hay bibliotecarios apasionados y filólogos irascibles, papas y cardenales, príncipes, copistas e intermediarios griegos olvidados y, sobre todo, cazadores de manuscritos. La combinación es irresistible. ¿Cómo sucedió?
- El contexto intelectual y geopolítico descrito explica la búsqueda de manuscritos griegos en la península itálica (adonde huyeron muchos bizantinos tras la caída de Constantinopla) y en el Imperio Otomano. Fue el descubrimiento de estos manuscritos y su publicación lo que propició el desarrollo de los estudios bizantinos. Se hizo necesaria toda una red de eruditos: mecenas y protectores para financiar la investigación, intermediarios griegos para facilitar las visitas a bibliotecas y monasterios para desenterrar manuscritos, copistas y filólogos para traducirlos al latín, impresores para publicarlos y bibliotecarios para conservarlos. En cuanto a los cazadores de manuscritos (eruditos, personal diplomático, comerciantes, clérigos, etc.), buscaban sobre todo manuscritos griegos antiguos, pero también compraban manuscritos griegos medievales, es decir, bizantinos.
- ¿Cuál es el origen de los estudios bizantinos? ¿Por qué se dice que este origen contiene a la vez una atracción y un rechazo por Oriente? ¿Qué despertó este interés?
- Como acabamos de señalar, en los siglos XVI y XVII se desarrolló un interés por el Imperio bizantino y su historia, aunque estuviera cargado tanto de cierto desdén, porque la historia bizantina se consideraba inferior a la de la Grecia clásica, como de desconfianza a causa del «cisma» de 1054 que separó a los ortodoxos de los católicos y del fracaso de la Unión de las Iglesias en el siglo XV. Pero no cabe duda de que existe un interés académico. El Imperio bizantino fue rechazado en el siglo XVIII. Filósofos y escritores estudiaron y retrataron Bizancio, para desprestigiarlo mejor ante el gran público. Voltaire, Montesquieu y Gibbon transformaron Constantinopla en una ciudad invadida por el lujo, la moral corrupta, las sutilezas teológicas y los monjes parásitos. El siglo XVIII construyó la imagen de una Bizancio exótica que ya no pertenecía a Europa; Bizancio se encontraba al otro lado de una frontera imprecisa e imaginaria que definía Oriente. Bizancio llegó a simbolizar la monarquía absoluta y la teocracia, dos ideas sistemáticamente cuestionadas por la Ilustración. De Montesquieu a Edward Gibbon se construyó la imagen de la decadencia del Imperio Romano. El Oriente de sus orígenes se convirtió en un contramodelo del Occidente del progreso y la modernidad. La civilización del Imperio Romano de Oriente se convirtió en un mundo en parte ajeno, rechazado por el
sistema de valores de los filósofos, los nuevos modelos de erudición. Hubo que esperar al siglo siguiente para que la historia del Imperio bizantino volviera a interesar a eruditos e intelectuales: en 1899 se creó la primera cátedra de historia bizantina en la Sorbona.