Cultura
MARIA SAENZ QUESADA VUELVE EN ‘1966’ AL PERIODO QUE GESTO LA VIOLENCIA DE LOS ‘70

En vísperas del gran incendio

El libro gira en torno al golpe militar que derrocó al gobierno de Illia y dio paso al régimen de facto de Onganía. Nuevos testimonios completan el relato de un tiempo sobre el que no se ha escrito la última palabra.

La convención de establecer hitos temporales determinantes referidos a períodos históricos más vastos suele generar justificadas desconfianzas entre los historiadores profesionales, quienes de todos modos apelan al recurso con fines didácticos o literarios.

Un ejemplo de esa confluencia es 1966, el libro más reciente de María Sáenz Quesada, quien a su vez había ensayado la variante con un trabajo previo en la misma tónica, 1943. Dos obras de algún modo herederas del clásico y modelo del género en nuestro país, El 45, de Félix Luna, maestro y mentor de la autora.

Según quien haga las interpretaciones el año elegido en este caso compite con 1955 en cuanto a constituir el mojón a partir del cual se habría iniciado la última etapa de intensa violencia política en la Argentina.

Por lo pronto los golpes militares perpetrados en uno y otro año, el 55 y el 66, calzan bien con una relectura anacrónica de la historia nacional que a posteriori exalta la democracia y el diálogo político, olvidando a menudo los contextos de enfrentamientos, fanatismos e intolerancias múltiples que estuvieron en la semilla de ambas sublevaciones.

De otro lado, algunos de los personajes más interesados en aferrarse a tales mojones son los gestores por izquierda de la violencia setentista, que toman a esas intervenciones castrenses como excusas perfectas para justificar sus propios crímenes, atropellos y desvaríos, a los que ahora transforman en accidentes de una retrospectiva “lucha por la democracia” que no existió en la realidad.

Nada de esto último hay en el libro de Sáenz Quesada, al menos no en el tono ni en la orientación general, aunque es cierto que, acaso por sugerencia editorial, el subtítulo proclama “De Illia a Onganía. El preludio de la Argentina violenta”.

UNA SINTESIS

En 1966 (Sudamericana, 400 páginas) el lector encontrará una síntesis histórica ágil y mayormente ecuánime de los hechos o las tendencias principales de aquel año en el país, ordenados con respeto a la cronología pero sin prescindir de algunas explicaciones temáticas, como las que asigna al dinámico panorama cultural de ese tiempo y a la centralidad del Instituto Di Tella.

Más cerca del ensayo interpretativo que de la narración a manera de crónica, la obra admite una división en dos mitades, según explica la propia autora en el texto introductorio titulado “Por qué este libro”. El elemento divisor, claro está, es el golpe de Estado del 28 de junio.

En la primera parte Sáenz Quesada reconstruye la llegada al poder del gobierno de Arturo Illia (en 1963) y resume las líneas centrales de sus tres años de gestión hasta su derrocamiento por la fuerza.

Evoca a los “hombres grises” del elenco gubernamental, traza el retrato de algunos de ellos y sus líneas internas en el radicalismo, rescata sus logros económicos (en contraste con la opinión crítica que predominaba en la época) y recrea los obstáculos que enfrentaron y la actitud de sus opositores, empezando por el sindicalismo peronista enfrascado en reorganizarse y seguir (o no) las instrucciones que enviaba Juan Perón desde el exilio madrileño.

Al margen de las alternativas políticas nacionales de aquel año, Sáenz Quesada reserva espacio en la primera parte para recordar el papel de la llamada Conferencia Tricontinental de La Habana, convocada para fomentar las luchas guerrilleras en el Tercer Mundo, y destina un capítulo (“La Iglesia en la encrucijada”) a la situación creada por la disímil recepción entre los católicos argentinos del Concilio Vaticano II.

El puente entre la primera y la segunda parte lo constituyen tres capítulos, posiblemente los más detallados y enjundiosos del libro, que recrean el dominante influjo de los militares en aquellos años y la gestación y desarrollo de la conjura para derrocar a Illia.

Sáenz Quesada aborda el tema desde el punto de vista de la línea “legalista” del Ejército valiéndose de documentación facilitada por el hijo de uno de los generales de ese sector, quien entregó unas memorias inéditas de su padre y correspondencia reveladora del clima de confusión, suspicacias y traiciones (reales o imaginarias) que antecedió al golpe.

LA RUPTURA

La segunda parte hace con el régimen de Juan Carlos Onganía lo que la primera había hecho con el gobierno radical.

En esas páginas se dibujan las pretensiones de aquella “Revolución Argentina” de presunta inspiración franquista, con toques desarrollistas y mayoría de funcionarios católicos practicantes, bien que divididos entre nacionalistas, socialcristianos y liberales.

El alcance temporal del libro sólo permitía registrar los seis meses iniciales de la gestión de Onganía. Período suficiente para que Sáenz Quesada refleje los conflictos públicos y larvados que ya entonces desgarraron a una gestión que aspiraba a reformular la organización política y económica del país, y que en su recorrido inicial cosechó un apoyo casi unánime, con la inclusión del peronismo y su líder máximo.

Esos capítulos recuerdan que aquella sonora ruptura del orden democrático y su condena a la “partidocracia” inoperante gozó de la adhesión de personajes insospechados hoy de “integrismo” o “fascismo”, como los escritores Arturo Jauretche, Abelardo Castillo y Ernesto Sabato.

El más contundente del trío fue el autor de Sobre héroes y tumbas, quien en julio de 1966, ya sucedido el golpe, se expresó de este modo al ser entrevistado por un jovencísimo José Pepe Eliaschev para la revista Gente: “¿Vos creés en la Cámara de Diputados? ¿Conocés mucha gente que crea en esa clase de farsas? Por eso la gente común de la calle ha sentido un profundo sentido de liberación. Estamos avergonzados de lo que hemos llegado a ser, no ya en el mundo, sino en América Latina al lado de potencias como México y Brasil. Falta ver ahora si los hombres que han tomado el gobierno están a la altura de la desesperación histórica del pueblo argentino”.

En ese y otros puntos la autora apela a publicaciones conocidas pero también a testimonios de su propia cosecha para completar el relato de una época sobre la que, pese a todo lo producido, no se ha escrito la última palabra.

Algunos ejemplos son las declaraciones de José María Dagnino Pastore, funcionario en la provincia de Buenos Aires y luego ministro nacional, o los datos de Alieto Guadagni, quien aporta documentación reservada ilustrativa del enfrentamiento entre el ala liberal del régimen de facto, encarnada por Alvaro Alsogaray, entonces embajador en Estados Unidos, y el elemento socialcristiano que brevemente representó el ministro de Economía, Jorge Néstor Salimei (sólo estuvo seis meses en el cargo).

Aunque no oculta sus simpatías radicales, Sáenz Quesada se esfuerza a lo largo del trabajo por cumplir su tarea con mirada equilibrada, sin caer en juicios tajantes, tendenciosos o partidistas.

El resultado es un libro destinado al público general, una obra de divulgación que no pretende defender ninguna tesis sino recuperar, en pocas pinceladas, el espíritu de una época y agregar información nueva o especifica sobre ciertos episodios, por lo general a partir del relato de protagonistas directos o de impresiones recogidas por sus descendientes.

Un tono de ligero distanciamiento y el buen uso de una amplia gama de citas (obras generales, bibliografía especializada, prensa de la época, recuerdos y entrevistas personales) multiplica el efecto evocador de un momento en el que se quiere ver el anticipo de grandes calamidades. Desfilan también distintos personajes, aludidos o entrevistados, que cumplieron su papel en aquel drama: Facundo Suárez, Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín, Jorge Vanossi, Mariano Grondona, José Claudio Escribano, Liliana Heker, Torcuato y Guido Di Tella, por nombrar sólo a algunos.

¿La síntesis de la síntesis? Tal vez esta frase que cierra el capítulo 13 dedicado a la fractura del catolicismo en aquel período turbulento, imagen y símbolo de la que pronto descalabraría a todo el país:

“La historia no se escribe según la voluntad de unas cabezas dirigentes, sino como consecuencia de situaciones y respuestas a menudo imprevisibles. Nacionalistas y liberales, católicos preconciliares y posconciliares, laicos y clérigos, militares y civiles, en pos de altos ideales, de oscuros intereses, o simplemente como consecuencia de vivencias personales, contribuirían al caldo en que se cultivó la tragedia argentina de los años setenta”.