Opinión

En torno a cacerolazos y banderazos

Nuevamente vuelvo a la carga sobre un tema que antecede a todos los demás. Es el sine qua non de una sociedad civilizada. En este contexto, estimo que las manifestaciones callejeras contra abusos del poder político son indispensables y están plenamente justificadas al efecto de poner coto a los atropellos del Leviatán. Por otra parte, el derecho a la resistencia a la opresión se encuentra consignada en todos los documentos independentistas del mundo libre. Es la forma de hacerse oír en la esperanza de rectificar el rumbo.

Pero habiendo dicho esto, debemos percatarnos que las instituciones civilizadas no se mantienen a puro rigor de cacerolazos y banderazos. Es crucial sustentar las protestas en ideas bien fundamentadas que muestren claramente las ventajas de vivir en una sociedad libre. A veces resulta más fácil la manifestación callejera, el cántico y el alarido circunstancial que el detenido estudio y difusión de valores y principios clave, pero sin esto último no hay manera que se mantengan.

No es posible que la sociedad abierta se mantenga a flote sin que cada uno de sus integrantes perciba que es su indelegable responsabilidad el contribuir al respeto recíproco. Todos estamos interesados en que se nos respete por lo que todos debemos trabajar en la faena de preservar ese respeto, que no es automático ni viene del aire. Es el resultado de tareas cotidianas. No importa a que nos dediquemos si a la jardinería, la música, la literatura, la economía, la medicina, el comercio o lo que fuera, todos pretendemos respeto.

Tal como he consignado antes, Alexis de Tocqueville ha advertido el peligro cuando en el contexto de gran progreso moral y material la gente da eso por sentado. Es el momento fatal pues los espacios los ocupan otros con otras ideas a contracorriente de la libertad. También el mismo autor insistió que debe estarse especialmente precavido de los atropellos en los detalles pues lo gordo es más fácil detectarlo. Es un lugar común pero no por eso menos valedero el ilustrar el peligro con una rana puesta en agua que poco a poco incrementa su temperatura pues se acostumbra y cuando quiere reaccionar ya es tarde, a diferencia de la situación en la que se la coloca en un recipiente con agua hirviendo que hace que inmediatamente salte fuera. Eso es lo que sucede con los humanos.

No es admisible que se actúe como si se estuviera en la platea de un inmenso teatro en el que se mira a quienes están en el escenario esperando que ellos resuelvan los problemas. Esa es la mejor manera para que el teatro se desmorone sobre todos.

Transmitir valores

Como también se ha dicho, la forma más fértil de trasmitir los antedichos valores y principios es a través de la cátedra, el libro,  el ensayo y el artículo pero no son las únicas formas. Las reuniones de ateneos de lectura de pocas personas en casas de familia donde se expone por turno y se debaten buenos libros son canales sumamente provechosos y de notable efecto multiplicador en lugares de trabajo, reuniones sociales y equivalentes.

Es desesperante pero la mayoría de los supuestos defensores de la libertad solo se dedican a sus actividades particulares que si son legítimas bienvenidas sean pero no sobreviven si no se apuntalan con los mencionados esfuerzos diarios. No es una exageración sostener que todas las noches antes de acostarnos debemos preguntarnos que hicimos durante la jornada para que nos respeten. Si la respuesta fuera nada no tenemos derecho a la queja. Es por eso que los Padres Fundadores estadounidenses machacaban con aquello de que “el precio  de la libertad es su eterna vigilancia”.

Cuando la situación es buena hay irresponsables que consideran que no es necesario preocuparse y ocuparse de mantener el sistema y cuando es difícil esos mismos distraídos argumentan que no están capacitados para la pelea intelectual. Así no hay salida posible. Es menester poner manos a la obra sin pretextos de ninguna naturaleza. Ya sabemos que el tiempo y las energías son limitados y que las demandas de asuntos personales son muchas y muy variadas, pero lo que dejamos planteado es un asunto de supervivencia y que todo lo demás que apreciamos se desmorona si no se cuenta con marcos institucionales compatibles con una sociedad libre.

Y no es cuestión de concentrarse en temas de coyuntura sino en poner la mira en temas de fondo que son los que permitirán correr el eje del debate y marcar agendas. Para recurrir a un argentinismo, enredarse en la marcha de las Leliqs y equivalentes hacen perder tiempo y consumir glándulas salivares en lugar de analizar asuntos que, entre otros cosas, mejorarán las coyunturas del futuro.

Abro el anteúltimo capítulo de mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos (donde me refiero al declive de ese país, otrora ejemplo extraordinario en la defensa de los derechos de las personas) con un epígrafe de Etienne de la Boétie quien concluye: “Son, pues, los propios pueblos los que se dejan o, mejor dicho, se hacen encadenar, ya que con sólo dejar de servir, romperían las cadenas”, en cuyo contexto destaco lo escrito por Aldous Huxley que resume nuestros desvelos: “En mayor o menor medida, entonces, todas las civilizaciones modernas están hechas de una pequeña cantidad de gobernantes corruptos por demasiado poder y por una cantidad muy grande de súbditos corruptos por una irresponsable obediencia pasiva.

Entonces, como queda dicho, esto no es para desmerecer en lo más mínimo las valiosas expresiones de protesta, se trata de comprender que deben ser acompañadas vigorosamente con propuestas concretas bien razonadas y argumentadas para no quedar en el vacío. No es justo ni posible dejar la tarea exclusivamente en manos de periodistas que con coraje y demostración de independencia y buen criterio hacen su trabajo todas las jornadas, es urgente que todos los que suscriben la trascendencia de la Justicia se embarquen con rigor y entusiasmo en esta empresa vital.