Cultura
LA VUELTA DEL VIEJO LIBERALISMO REMOZADO Y EL DEBATE QUE ABRIO EN LA DERECHA, EN UN CLIMA DE DESCONCIERTO

En la dialéctica de la desesperación

Ninguna encuesta pudo anticipar la magnitud del descontento de los argentinos, una irritación que aún hoy es difícil de interpretar, porque atraviesa capas sociales e ideologías. Como tampoco nadie podía anticipar la intensidad del debate que abrió el triunfo del candidato aupado por ese mal humor, Javier Milei. Una figura igualmente compleja para descifrar, liberal pero contrario al aborto, opuesto a la casta pero ex asesor del Foro de Davos, cuyos matices generan ardientes polémicas, también entre los católicos más formados, en un clima de gran desconcierto. Para examinar estas cuestiones La Prensa conversó con dos escritores que habían anticipado ya en las redes sociales sus reparos a lo que estamos viviendo. Se trata del poeta y profesor de Literatura Eduardo Allegri, autor de numerosos libros de poemas, prosa literaria y ensayos, entre ellos Ignacio B. Anzoátegui o Un tal Chesterton, y del profesor de Historia Sebastián Sánchez, autor de Ernst Psichari, Diccionario de autores católicos de habla hispana y el más reciente El Altar y la patria. Los capellanes de la gesta de Malvinas.

-Mientras la bronca va dando paso en algunos sectores a una aparente ilusión, ¿por qué ustedes ven justificado el escepticismo sobre Milei?

-E.A.: Lo de Milei es un fenómeno, una aparición súbita. El problema es la exégesis de esa aparición. En mi opinión aquí lo que ha pasado es esto: con mucha sordina la clase dirigente y política ha advertido una pesadilla, la suma de sus peores horrores.

- ¿Cuál sería la pesadilla?

- E.A.: La pesadilla es que, lo primero que muestra la aparición de Milei es la crisis de un sistema de representatividad política. Está la crisis económica, la frustración. La gente está cada vez más postrada, más desilusionada, más desesperada. Está esa conclusión de que “Macri no, pero Cristina tampoco, y Alberto o Massa tampoco”. Y todo eso, a la vista de la gente que cada vez está peor, mientras los dirigentes lo pasan bien o discuten cosas que son absurdas porque responden a sus propios intereses. Eso se llama crisis de representatividad política. Y no es un fenómeno aislado. De hecho, algunas de las alianzas de Milei hacia afuera van en la misma línea.

NO ES AISLADO

-¿Ve entonces semejanzas con lo que sucede en otros países, con Trump, Bolsonaro, Vox?

-E.A.: El fenómeno Trump es lo mismo, el fenómeno Bolsonaro es lo mismo. Está más organizado en España. Está más vertebrado en Italia y tiene una aparición rara en Hungría, Polonia y otros países, donde parece que toda esta revolución de la derecha, o de una especie de derecha, está ganando un espacio que asusta al “establishment político”, al “statu quo” político, y al orden internacional. Suele suceder en casos así que una persona termina encarnando esa frustración y se encarama en la representatividad del descontento. Y luego es: “síganme los buenos”. Es decir: todo el que tenga alguna cuenta a cobrar. Y ahí van a parar una cantidad de cosas que tienen su reflejo planetario: el rechazo a las pandemias y los progroms sanitarios, a las agendas 2030, al cambio climático.

-¿Sebastián?

-S.S.: Coincido. El factor esencial es la desesperación. La desesperación en el sentido de ya no esperar nada. Una cosa que he ido escuchando en estas semanas de azoramiento es la manifestación de una preferencia por Milei aun entre quienes admiten tener reparos, con la idea de que se desarme todo de una buena vez y desde allí impulsarnos, desde el fondo, hacia arriba. ¿Quién nos ayudaría a impulsarnos hacia la superficie? Eso está por verse. Yo estoy bastante azorado. No tanto con el fenómeno Milei, sino con el liberalismo que él trae. En la noche de las primarias, mientras veía su discurso, me dejó perplejo esa oración laica que Milei entonó al unísono junto a casi todos los que lo rodeaban, y que fue creada por Bertie Benegas Lynch. “El respeto irrestricto por el proyecto personal del otro”.

-Esa imagen fue impactante...

-S.S.: Yo miro el liberalismo en clave histórica, miro lo que el liberalismo ha significado para la Argentina. Y miro también lo que nuestros grandes pensadores nos han enseñado. Y me veo azorado al comprobar que caímos en la trampa.

-¿Por qué?

-S.S.: Yo no sé si Milei es libertario, paleolibertario, o lo que sea. Lo que veo en esa oración laica es el liberalismo craso de toda la vida. Se sintetiza en una consigna vacua que es “la libertad avanza” y se aposenta en esto que señalaba Eduardo. Venimos de la locura pandémica, venimos de esta quita de libertades. Se aposenta allí. Pero nos entrampa. En realidad, como dice la Doctrina Social de la Iglesia, como ha dicho Bernanos, o como ha dicho Castellani, la cuestión es: libertad, ¿para qué? ¿En orden a qué fin? Bueno, el fin no aparece. Es una libertad individual: es “el respeto irrestricto por el proyecto personal del otro”. El “otro” entendido como desasido de los vínculos que lo sujetan a la autoridad política del Estado, porque el Estado es “la casta”, que es intrínsecamente mala. Pero también libertad en el sentido de la emancipación ética respecto del otro. Y sí, Milei puede ser “provida”, digamos. Plantea que está en contra del aborto. ¿Y el tema del cambio de sexo, y los matrimonios, y la eutanasia, y la venta de órganos? Todo eso es proyecto personal del otro. Eso es liberalismo puro. Castellani, en “Esencia del liberalismo”, nos dice todo lo que hay que saber sobre el tema. Entonces, no me corro de lo contingente, de las próximas elecciones. Pero entiendo, como también decía Castellani, que hay que correr los ojos de la inmediatez. No quedar subyugado con la elección. No pensar: si no es Milei, entonces es Bullrich, y si no Massa. Y poner los ojos en la verdad de largo alcance.

-Hoy puede verse el replanteo de ese liberalismo.

-S.S: Es el viejo liberalismo reactualizado. No es algo que surgió hoy. De hecho, sin liberalismo no se explica ni el peronismo, ni el radicalismo, ni tampoco el marxismo, ni la “batallita cultural” que hay que darle a ese “marxismo”. A nosotros el liberalismo nos viene desde tiempos indianos. Que más de doscientos años después estemos hablando como una novedad de ese liberalismo que hemos padecido durante tanto tiempo es asombroso.

IDEA ALQUILADA

- Eduardo, ¿qué opina al respecto?

-E.A.: En mi opinión, Milei alquila la idea de la batalla cultural. Que le venga por Victoria Villarruel, por los amigos de Vox, no sé. En la serie de cosas que he estado escribiendo últimamente está esto de la batalla cultural. Me parece central para la interpretación de un grupo en particular, de una forma de pensamiento, que súbitamente se ilusiona con Milei en el centro de la escena, y uno no se explica cómo se confunde, cómo se traga la galletita.

-A ver, ¿cómo es eso?

-E. A.:¿Cómo se explica, como plantearon ustedes en el inicio, que gente que entiende ciertas cuestiones no se da cuenta que el tipo fue de shopping y se trajo lo que encontró y le servía de las góndolas? El tipo, de origen presuntamente católico, investiga cómo entrar en el judaismo. Yo no soy nazi ni soy antisemita. Ahora, ¿eso no forma parte del sumario que hay que revisar cuando uno habla de “batalla cultural”?

-El debate que se abrió en la derecha, y entre los católicos, es intenso. Hay mucho desconcierto.

-E.A.: En este momento no hay espacio intelectual ni espiritual para hacer una operación de micro cirugía y mirar exactamente de qué se trata. No hay espacio. Me doy cuenta. En la gente que conozco, y que tiene un cierto pensamiento, no hay espacio. Porque se habla dialécticamente. Entonces a uno le contestan: pero entonces ¿qué querés? ¿Qué sigan los kirchneristas que son un desastre? ¿Que siga Massa, que es un panqueque? ¿Qué vas a hacer: le vas a dar el poder a Patricia Bullrich? Son argumentos dialécticos que no están en el grado de análisis que uno tendría que tener para esto. Especialmente desde determinadas posiciones. Sin ese grado de análisis, serán ciegos que guían a ciegos. Hay que ver con qué marco de análisis uno analiza las cosas. Porque no vaya a ser que uno crea que esto es una partida de ajedrez y en realidad sea una guerra mundial.

-El tema de la batalla cultural es central. El error de diagnóstico está muy extendido. Sucede mucho entre antikirchneristas.

-E.A.: Ciertamente. Es que una cosa es la cabeza y otra el corazón. Tampoco las personas bien formadas están libres de la desesperación. En retórica hay una cosa que se llama “prueba ética”, que es lo que persuade. En este caso la ética es la propia batalla cultural, la de la persona que está hablando, no la de Milei o la de Victoria Villarruel. Entonces uno se asocia a la credibilidad o al afecto que tiene por las notas que le presentan de esa batalla cultural. Y ahí es donde el análisis se vuelve medio anémico. Porque a uno le preguntan: “¿Quién más se opone al aborto, quién más se opone a los antivida?”. Entonces esa persona que pregunta termina prestando fe, dando su consentimiento, inclinando su opinión, por esas notas. Ya no se trata de ser solamente antikirchnerista. Macri también lo era. Ahora se trata de que viene a gobernar alguien que me gusta. Por eso digo: Milei está alquilando una idea, porque no son consistentes sus postulados. Y un cristiano, ¿no puede recurrir a la Doctrina Social de la Iglesia? ¿No encuentra ninguna advertencia respecto del liberalismo allí? ¿O la suspende en términos dialécticos y porque lo que hay ahora es esto? Mire: si lo van a matar, mejor que lo maten por las razones verdaderas, no por una razón alquilada o porque le prestó fe a una cosa que no era consistente. Como dice Chesterton, hablando de acciones políticas: “Porque somos pocos, y estamos en contra de todo, debemos ser todos filósofos”. Hace falta cierta lucidez, y cierto coraje. Se necesita menos coraje para subirse desde una derecha católica a Milei, que para bajarse. Porque esa persona queda a la intemperie.

-Bueno, hoy cualquier recelo que se manifieste ante Milei desde ese sector del que hablamos es visto como un purismo exacerbado.

-E.A.: A muchos jóvenes amigos que se han metido en política, yo les respondí: Yo tengo sangre italiana. A mí no me vengan con rigideces españolas. Nosotros vemos las cosas y nos fijamos qué se puede hacer. Después vemos cómo. Lo que ocurre es que hay recreos y hay horas de clase. Hay momentos de la historia que son serios. Hay que ponerse más serios. A estos jóvenes siempre les he dicho: hay que seguir el camino largo.

COSMOVISION

-Da la impresión de que aquellos que se ilusionan con una reversión del aborto o de la educación sexual en los colegios pierden de vista que también podría terminarse con lo que queda de la adhesión formal del Estado a la fe católica. El mero liberalismo a ultranza, por lógica, tiende a eso.

-E.A.: Estoy de acuerdo con usted en que ese tipo de cosas terminan erosionando una cosmovisión. Insisto: ¿cuál es la opción de fondo que está tomando un adherente que no sea liberal? ¿Cuál es la opción fundamental? Esta es la pregunta seria que yo le haría a un votante preocupado, que hace todas estas alquimias, ajedreces. Si la respuesta es meramente situacionista, del estilo “en este momento es lo único que veo”, entonces le preguntaría si está dispuesto a hacer esa aclaración. Porque lo que uno ve es que no están dispuestos a hacer esa aclaración. A aquellos que piden no ser tan cerrados y ampliar la mirada yo les contesto: momentito. Esto tiene aduanas. Porque, si no, después va a haber problemas. La historia de las sublevaciones militares, incluso de las asociaciones del nacionalismo católico con Perón siempre terminaron de la misma manera porque los dos bandos tienen puntos a no ceder. Y esto es lo que quería decir: No hay nada más totalitario en términos políticos que el catolicismo. Hace un tiempo, a propósito del matrimonio homosexual y la cuestión de género y todo lo demás, Roma emite un documento que se titula “Y Dios los creó varón y mujer”, que supuestamente era una delicada forma de presentar amablemente la doctrina católica. Un periodista radial dijo no saber si el documento estaba bien o mal, si era para discutir, si era medieval, pero dijo que lo que no podía admitir era el título. Porque había tres palabras inadmisibles. “Dios”, “varón” y “mujer”. Listo: ya no tenemos nada más que discutir. Y tiene razón. Por más esfuerzos discursivos que se hagan es un tema inadmisible. En ese sentido digo que si el votante de una determinada fisonomía va a apoyar o va a ser un apóstol de Milei y su equipo, quiero saber en qué está pensando, a dónde va, qué pretende conseguir. Porque acá no se trata de si lo que se plantea es inviable o no es inviable. La pregunta es anterior: es ¿cuánto creés realmente de lo que decís creer?

-Sebastián, ¿usted cómo lo ve? ¿Y cómo ve esa alianza entre liberales y nacionalistas?

-S.S.: Yo no tengo sangre italiana sino española (risas). Estoy muy de acuerdo con lo que dijo. Hace poco, Luis María Bandieri señaló, en La Prensa, un dato que no es menor, aludiendo a las primarias. Es el hecho de que Milei ganó con siete millones de votos, pero entre votos en blanco, nulos y ausentismo hay catorce millones de electores que no manifestaron su preferencia. No es un tema menor. Hay catorce millones de personas que dicen “no” a cuarenta años de democracia. Si es por desesperación, si es gente enojada que “es recuperable”, como dijo un periodista, no sé. Lo que hay es un hastío, un cansancio moral, una desesperación que debe ser tomada en cuenta. Eso, por un lado.

-Es cierto, ya íbamos a ir a eso. Para la próxima elección ya se quiere presentar al voto en blanco o al ausentismo como las opciones propias del abatimiento o del que se lava las manos, cuando puede ser un síntoma de algo mayor.

-E.A.: Sí, pero ojo. Me gustaría confirmar mi tesis de que está en crisis el sistema de representatividad, pero quiero ver qué pasa cuando es por los puntos.

-Claro. Es cierto. Pero interrumpimos a Sebastián, que iba a agregar algo…

-SS: Si uno se remite a la Revolución Libertadora, con los matices y diferencias que se quiera, no sé quién será hoy el Lonardi, pero sé que está lleno de Aramburus y de Rojas. No sé si puede entenderse que esto de hoy es una alianza. A Victoria Villarruel la conozco y le tengo mucho aprecio, pero no creo que ella esté representando allí al nacionalismo, a ese movimiento intelectual y cultural. Sí sé que en la noche de su triunfo ella no recitó la oración laica. Y su ubicación allí le genera tranquilidad a quienes son parte de la desesperación. No tenían nada que esperar y encontraron a Villarruel. Y eso me preocupa. Por todos nosotros y por la propia Villarruel. Está en una situación difícil. Creer que ella va a tener incidencia en Seguridad, en Defensa, que se va a comprar armamento, y que así se va a restaurar algo que está roto, me genera azoramiento. No hay ninguna posibilidad de que eso sea así. Coincido en que hay que hacer el camino largo, aunque sea difícil. Yo también estoy desesperado. Pero eso no significa someterse a las falsas promesas de quienes no traen ninguna novedad. Traen más de lo mismo, en un contexto en el que a la cultura argentina le han roto el espinazo y nosotros tenemos que juntar los pedazos. Y eso se hace estableciendo fines. El fin de la comunidad política es el bien común. ¿Ustedes escucharon a alguien hablar del bien común? La desaparición del bien común, como noción discursiva, es otro de los síntomas

-E.A: El “camino largo” tiene que estar medido con la teología de la Historia. Porque si la gente cree que eso que se llama Restauración, Contrarrevolución, significa diez mil años de gobierno de los buenos, a lo mejor le está errando el vizcachazo. Como decía Castellani: “a mí no me piden vencer, me piden no ser vencido”.

La equívoca “batalla cultural”

Para interpretar la ilusión que abrió en sectores de la derecha católica la candidatura de Javier Milei o, más bien, la posibilidad de que con él avancen iniciativas propias de esa corriente de pensamiento, es necesario examinar más de cerca eso que se llama la “batalla cultural”. Así lo considera Eduardo Allegri, quien estuvo escribiendo en los últimos días sobre ese tema.

Allegri se pregunta, por ejemplo, si quienes adhieren a Milei le pasan el escáner completo, inclusive al hecho de que el candidato, con un origen católico, supuestamente está investigando cómo entrar en el judaísmo.

“Cuando uno mete lo que tiene que meter en la mochila para aprestarse a combatir en una batalla cultural, ¿qué cosas pone?”, se interroga. “¿Qué aduanas tiene el que está pensando en términos de batalla cultural para dejar pasar o no dejar pasar determinadas cosas?”.

El poeta advierte que su planteo nada tiene que ver con  “una posición meramente antagónica”.

“No”, aclara. “Yo lo que quiero es una cosa homogénea si me voy a presentar como combatiente. Y quiero saber cuáles son las razones del combate en esta batalla cultural”.

“Una persona que tiene un mínimo de discernimiento, ¿no se da cuenta de la mochila que le están preparando para ir a combatir? Le están poniendo cosas que no tienen lugar. No son cosas que ‘no va a usar’. Son cosas que ‘no quiere usar’, que no tendría que permitir”, argumenta.

“Así como una persona del conurbano profundo no tiene idea de las propuestas económicas (de Milei) y lo votó igual, así como el mapa se tiñó de violeta, lo mismo pasa con un sector determinado, que se ha transformado en una especie de apóstol ferviente de la figura de Milei y de lo que esa figura significa”, afirma.

“¿No tendrían que palpar un poquito mejor las ideas, ver la consistencia, la coherencia, respecto de su propio pensamiento? Del suyo, no del de Milei”, insiste.

“Algunos -continúa Allegri- me dicen, en estos mismos términos de la batalla cultural: ‘En realidad yo no sé qué hace Victoria Villarruel ahí’”.

“Yo tampoco”, responde el poeta. “Y no sé si me interesa saber lo que hace allí”.

NO ES EL MARXISMO

Sobre la batalla cultural, Sebastián Sánchez recuerda lo que dijo el jurista y escritor español Miguel Ayuso durante su reciente paso por Buenos Aires. “Más allá de los distingos, matices y aun disgustos que nos provoca don Miguel -comenta Sánchez-, dijo una cosa interesante, entre otras muchas. Dijo: ¿qué es esto del marxismo cultural, de la batallita cultural? No, no. Eso es liberalismo”.

Al respecto, Sánchez recuerda que “los maestros que profundizaron en esto, como Castellani, o Julio Irazusta, siempre entendieron que la cuestión no estaba en el marxismo. Siempre entendieron, como en su momento el sacerdote Félix Sardá y Salvany, o el cardenal Villot, que el liberalismo es pecado, y es más: es una herejía”.

Buscar pretendidas soluciones o caminos hacia la salvación de la Argentina, en el marco de lo que ofrece el juego partidocrático, es una ingenuidad”.

En relación al tan remanido tema de la agenda 2030, continúa, “creo que es partir de una ingenuidad suponer que desde lo discursivo, desde lo retórico, se puede oponer”.

“Es el poder internacional del dinero, que siempre está presente”, recuerda Sánchez. “Y creo que eso es lo que está detrás. Es el poder internacional del dinero que no nos deja vivir, que impide nuestra existencia. Porque, si no, terminamos hablando de conceptos alquilados”.

“Yo creo -dice Sánchez- que el concepto de batalla cultural en la Argentina, en los últimos diez años, ha sido ideológicamente utilizado. Y ha partido de la utilización de causas nobles, para imponer causas que no son nobles”.

“Nadie está a favor del aborto, pero se ha hecho del aborto el epicentro de la causa provida”, argumenta. “Y la verdad es que la causa por la vida, junto con la causa propatria y proiglesia, es mucho más amplia”.

“Si alguien me preguntara por dónde un candidato tendría que empezar a hablar, bueno, empecemos a hablar por lo que hicieron los radicales y lo que hizo la clase política argentina en el 85 cuando sancionó la ley del divorcio, para no irnos más atrás”.

“¿Cuándo empezó a romperse el espinazo de la cultura argentina?”, se pregunta Sánchez. “Claro, están las leyes laicas, el liberalismo alberdiano. Pero el espinazo empezó a romperse con el alfonsinismo. Ahí es donde tenemos que centrarnos para hacer este recorrido de cuarenta años de democracia”.