El paso por este mundo del general José de San Martín fue de tal magnitud que se convirtió en leyenda en vida, en un mito viviente, y pocos resistieron a la tentación de conocerlo personalmente y dejar para la posteridad su relato de cómo era realmente el Padre de la Patria.
El general británico William Miller (1795-1861) dejó escrito sobre San Martín: “Su rostro era de color moreno, sus ojos eran negros, rasgados y penetrantes”. Según el viajero, también inglés, Samuel Haigh (1795-1860) su semblante era “muy expresivo y se caracteriza por su color aceitunado obscuro. Sus ojos grandes y negros eran como llenos de una animación que los haría notables en cualquiera circunstancia”.
Otro oficial británico de la marina, Basil Hall, luego de entrevistarse con San Martín a bordo de la goleta Motezuma, cerca de Lima, expresó: “Era un hombre alto, erguido, bien proporcionado en estructura anatómica, con gran nariz anatómica y cubierta su cabeza con abundante cabello negro”. También habla del “color cetrino de su rostro y ojos grandes prominentes y penetrantes”.
También hubo muchos compatriotas que lo conocieron en persona y dejaron su testimonio. El general mendocino Gerónimo Espejo (1801-1889) destacó que “su boca era pequeña y sus labios de un grueso regular y un tanto acarminados. Una dentadura blanca y pareja. Nariz aguileña, grande y curva. Y ojos grandes de mirada cautivante y largas pestañas, arqueadas y renegridas”.
Ya en el exilio europeo, San Martín recibió, entre otros, a Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento. Al primero le llamó la atención “sus grandes cejas negras que suben hasta el medio de su frente cada vez que se abren sus ojos. Y una boca pequeña y ricamente dentada”. Mientras que el segundo quedó cautivado por la mirada fulminante del general: “Ningún retrato ha podido reproducir aquella mirada que desconcertaba a los enemigos, y cuantos han emprendido la obra han fracasado”.
SIETE VECES POSO
La imagen de los héroes tiene que ver no solamente con el imaginario colectivo que se quiere instalar dentro del hito fundacional de una Nación, sino también como cada héroe -persona de carne y hueso- se percibe a sí mismo para la posteridad. Sin bien San Martín “no claudicaba ante la extravagancia teatral de su época”, al decir de su biógrafo José Pacífico Otero (1874-1937), más allá de las numerosas pinturas que existen sobre él o sobre momentos históricos que lo tuvieron como protagonista, solamente en siete oportunidades habría posado especialmente ante un pintor para que lo retratara.
La primera vez fue en 1818, a sus 40 años, en Chile y frente al pintor peruano José Gil de Castro (1785-1841). La segunda oportunidad se originó en Bélgica en 1825, ya durante su exilio europeo, y fue ante el pintor belga Francois-Joseph Navez (1787-1869). El general tenía 47 años.
También en Bruselas, a pedido del Rey de Bélgica Leopoldo I, posó para el grabador Jean Henri Simon (1752-1834). El artista belga lo acuñó de perfil en una medalla.
En 1828 posó por cuarta vez en su vida para el pintor francés Francois Bouchot (1800-1842). San Martín tenía 50 años y curiosamente esta pintura se encuentra en la Academia Militar de West Point, Estados Unidos.
En dos oportunidades más el Padre de la Patria se dejó retratar. Una de ella originó el cuadro más famoso -casi canónico- en el cual se lo ve con una bandera argentina. Según los investigadores su autor está en discusión. Para unos es el pintor belga Jean-Baptiste Madou (1796-1877). Y para otros, su hija Mercedes junto a su profesora de pintura.
La autoría que no está en duda es la litografía de 1828 que pertenece a Madou. Ese año, el ya nombrado general Miller -que había estado al servicio de las armas del Perú, durante la Guerra de la Independencia- le pidió a San Martin un retrato para incluirlo en sus memorias. El Libertador le envió la litografía de Madou y le escribió lo siguiente: “Los que lo han visto dicen que, aunque se parece bastante, me ha hecho más viejo y los ojos se encuentran defectuosos. Ello es lo mejor que se ha podido encontrar para su ejecución".
DAGUERROTIPO
Y la séptima y última vez que posó fue para un daguerrotipo, el sistema que estaba siendo furor en París, y que es considerado el antecesor de la fotografía.
El pintor francés Louis Jacques Mandé Daguerre (1787-1851) fue el creador del daguerrotipo, el primer proceso fotográfico comercial de la historia. En 1839, la Academia de Ciencias de Francia -luego de más de una década de experimentos realizado por Daguerre y su socio, Joseph N. Niepce- anunció públicamente la invención del daguerrotipo.
El nuevo sistema se extendió rápidamente por todo el mundo y originó un antes y un después en las memorias colectivas de las sociedades. El reflejo o el recuerdo de un rostro o un acontecimiento ya no dependería más de la mano -prodigiosa o defectuosa- de un pintor, ahora la nueva tecnología ofrecía una fidelidad indiscutida y un acceso sin clases sociales.
Gran parte de su exilio, San Martín lo pasó en la casa de la ciudad francesa de Grand-Bourg a 25 kilómetros de París, exactamente en el Nº 35 de la calle Sg. George. Allí vivió entre 1834 a 1848. Los primeros meses de este último año San Martín, ya de 70, tenía en su mente dos preocupaciones. Uns era las cataratas en sus ojos que arrastraba del año anterior. Y la segunda, la crítica situación política que enfrentaba Francia a principios de ese año. A fines de febrero de 1848 una violenta revolución puso fin a la monarquía de Luis Felipe, sembrando el caos en las calles parisinas y cientos de muertos.
Vislumbrando la posibilidad de una guerra civil, vende esa casa y el 16 de marzo se traslada a Boulogne-Sur-Mer “para evitar el que mi familia volviese a presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París”, según le cuenta a Rosas en una carta fechada en noviembre.
LAS DOS UNICAS FOTOGRAFIAS
Pero antes de partir, su hija Mercedes -que ya contaba con 32 años- lo convenció de sacarse un daguerrotipo. En las calles de París existían por aquella época más de treinta estudios, entre aficionados y profesionales, que se dedicaban a comercializar esa técnica. A un costo de cinco francos se vendían en promedio 100 mil por año.
Durante una mañana primaveral de alguna de aquellas primeras semanas de marzo, entonces, antes de partir hacia Boulogne-Sur-Mer, San Martín y Mercedes se dirigieron a un estudio -que algunos aseguran que fue el de Robert Bingham en el N° 58 de la rue de Larochefoucauld y otros el de los hijos del marqués Alejandro Aguado, amigo y vecino de San Marín- para realizar un daguerrotipo.
La sesión, en la galería, duró una hora. San Martín se sacó dos tomas. El tiempo que tuvo que mantenerse inmóvil fue de aproximadamente entre 40 y 60 segundos. Como se ve puede observar, vestía un levitón negro de amplia solapa y cuello, con doble fila de botones, camisa blanca de cuello alta y un gran corbatón de seda negro. En la primera toma aparece con una mano sobre el brazo del sillón y la otra dentro de la abotonadura del levitón. En la segunda fotografía, está con las dos manos apoyadas sobre el sillón.
Hay que tener en cuenta que los daguerrotipos salían en sentido invertido. Por lo tanto, para ver el perfil verdadero y la fisonomía auténtica del Libertador hay que verlo como a través de un espejo, como se ilustra en esta nota.
El original del primer daguerrotipo se conserva en el Museo Histórico Nacional y fue donado por José P. de Guerrico (hijo de Manuel, amigo y vecino de San Martín en Francia) el 29 de abril de 1900, a pedido del entonces director del museo, Adolfo Pedro Carranza. Es el mismo que se exhibió la semana pasada en el Museo Histórico Nacional, después de un lustro, y tan solo por cinco días por cuestiones de conservación y para evitar que la luz y el ambiente lo dañen. Conserva su tamaño original de 12 centímetros por 10 dentro de un marco oval de madera oscura con virola metálica y dorada.
El segundo daguerrotipo se perdió, sólo se conserva una fotografía del mismo que había mandado a sacar Mercedes, en 1868, al estudio de Bingham con el objetivo de repartirlas entre familiares, amigos y personalidades públicas.
En la primera San Martín aparece con un rostro más enérgico, aunque con la mirada perdida por el avanzado estado de las cataratas en sus ojos. Y en la segunda como más fatigado. Estas dos imágenes comenzaron a conocerse en la Argentina a partir de 1870 cuando el Correo imprimió un sello postal con una reproducción, no muy nítida, que circuló hasta 1873. Fue reimpresa en 1978.
IMPORTANCIA DE SU IMAGEN
A principios de 1933 el Instituto Nacional Sanmartiniano, en ocasión de su fundación, realizó la primera exposición iconográfica del Libertador. En aquella oportunidad, su creador y primer presidente, José Pacífico Otero al inaugurar dicha muestra logró expresar en pocas palabras la importancia de poder contar con la imagen del Padre de la Patria: “San Martín no debe ser una figura puramente decorativa en nuestra historia. Su nombre no debe ser explotado por actitudes políticas ni invocado tampoco por ventaja de esta o aquella situación personal o de círculo. Su nombre es un símbolo a la par que una doctrina, y es por esto que creemos que su imagen de vivir en la masa del pueblo porque se trata de un héroe en el cual todos los atributos de la bondad edificante y del bien se aúnan. Su imagen moral -el físico la trasunta en su energía y despejo- debe ser el arquetipo del niño y del anciano, del ciudadano armado para defender la patria como del ciudadano que debe gobernar a ésta desde la banca legislativa o del comicio. Es una imagen que con solo ser evocada debe servir para definir órbitas a todas las jerarquías, aplicación a todos los valores, estímulo a todas las nobles iniciativas y odio a todos los principios y factores anárquicos y disolventes”.
EL PROCESO
El daguerrotipo se realizaba sobre una placa de cobre bañada en plata y yodo. La toma en sí no tardaba más de un minuto. Luego de expuesta se revelaba con vapores de mercurio, los que se adherían a las zonas que habían recibido más luz y dejaba brillante aquellas menos iluminadas. Una vez obtenida la imagen se ponían es estuches de vidrio fabricados exclusivamente. La foto no admite copia ya que se trata de un original único. En 1860 fue reemplazado definitivamente por la fotografía.