Cinco años atrás participé en un interesante simposio donde uno de los expositores inició su disertación afirmando: “Hay que tomar conciencia de que la nuestra es la última generación de humanos puramente humanos que habrá.” A continuación llevó adelante sus comentarios para fundamentar tales dichos. En síntesis señaló que la tecnología médica, buscando extender la expectativa y calidad de vida humana, ya estaba trabajando en el diseño de elementos totalmente extrahumanos que pasarían a ser parte integrante del individuo.
Los hechos que van aconteciendo le dan la razón. El transhumanismo ya está con nosotros. Y no nos referimos a los avanzados experimentos que la empresa Neuralink –propiedad del bimillonario Elon Musk– ha dado a conocer recientemente, exhibiendo minúsculos chips para ser conectados al cerebro humano vinculándolo de manera directa con un enjambre de computadoras. Hay otras evidencias. Algunas han pasado un tanto desapercibidas al gran público, como lo es el hecho de que en enero de este año a una persona le fue trasplantado el corazón de un cerdo.
En efecto, la medicina comenzó este 2022 alcanzando el nuevo hito que significó lograr –por primera vez– trasplantar con éxito un corazón de cerdo a un humano. El receptor, un varón de 57 años, padecía una enfermedad cardíaca terminal, por lo que este órgano modificado genéticamente resultaba su última esperanza. Tres días después de haberse realizado dicho acto quirúrgico, el receptor se encontraba en buen estado y –claro está– bajo vigilancia médica. Dado que la buena evolución continuó, la operación resulta un hito que abre nuevas posibilidades para quienes requieren un trasplante pero no consiguen concretarlo dado la escasez de órganos disponibles para ello.
Esta cirugía histórica llevó poco más de ocho horas y fue realizada en el Centro Médico de la Universidad de Maryland. “Este trasplante de órganos demostró por primera vez que un corazón animal modificado genéticamente puede funcionar como un corazón humano sin un rechazo inmediato por parte del cuerpo”, explicaron los profesionales intervinientes.
“Ha sido una cirugía revolucionaria y nos acerca un paso más a la solución de la crisis de escasez de órganos. Simplemente, no hay suficientes corazones humanos de donantes disponibles para cumplir con la larga lista de receptores potenciales”, comentó Bartley P. Griffith, quien trasplantó quirúrgicamente el corazón del cerdo al paciente. En el mismo sentido se manifestó Muhammad Mohiuddin, director científico del programa de xenotrasplantes (de animales a seres humanos) de esa casa de altos estudios: “Si funciona, entonces habrá un suministro inagotable de estos órganos para pacientes que sufren.”
Es cierto que, dos meses después, el paciente falleció por causas que aún no bien establecidas. Para evitar el rechazo fueron utilizados los medicamentos habituales más uno nuevo creado a esos efectos. También se sospechó que el corazón de cerdo no hubiera sido capaz de cumplir correctamente las funciones necesarias para mantener con vida a la persona. O que la situación general del trasplantado ya no le permitiera seguir con vida.
Obvio que esto no detendrá la continuidad de las investigaciones en la búsqueda de órganos animales –genéticamente modificados– para nuevos trasplantes. A fin de cuentas, cuando Cristiaan Barnard (1922/2001) realizó el primer trasplante de corazón (3 de diciembre de 1967) de un humano a otro el paciente sobrevivió el breve lapso de 18 días, para fallecer víctima de una neumonía. Hoy ese tipo de actos quirúrgicos son habituales y la sobrevida es notable con personas que regresan a una actividad tan normal como la que hace cualquiera de sus vecinos.
El transhumanismo –término acuñado en 1957 por el biólogo inglés Julian Huxley– propugna el uso de la manipulación genética y la nanotecnología como métodos para mejorar a las personas. No está ajeno a todo esto el avance de la inteligencia artificial. Puede parecernos bien o no. Podemos estar de acuerdo o no. Lo real es que estos avances científicos y tecnológicos –como lo son todos– tienen sus aspectos favorables así como desfavorables. Todo depende de la manera en que sean utilizados.
Más allá de eso, esta Nueva Era de la Humanidad que ya hemos iniciado, incluye que el tiempo de los humanos naturalmente puros vaya esfumándose para dar lugar a las personas que, de una u otra manera, tendrán elementos ajenos incorporados a su cuerpo con la intención de conseguir vivir más años y con mejor calidad de vida. Lo que Carl G. Jung denominó el Arquetipo de la Inmortalidad, sigue vigente e intenso en la mente humana del Siglo XXI.