POR CARMEN VERLICHAK
Los tatuajes de las mujeres croatas de Bosnia y Hercegovina fueron, hasta donde se sabe, un caso único de la antropología. Fueron realizados durante centurias como una marca de identidad y, a la vez, como un recurso de defensa. Los tatuajes se mostraron en la frente, en las palmas de las manos, en los dedos, las muñecas, los antebrazos y el pecho.
Este fenómeno, que responde a una necesidad concreta, tendría, al menos unos mil años de antigüedad, y hay algunos estudiosos que creen que esta práctica se remonta a la prehistoria. Los tatuajes se usaron sobre todo en los 400 largos años de la amenaza y la ocupación otomana, que se extendió desde 1463 -al comienzo de la guerra turco-veneciana- hasta 1878, cuando finalizó la guerra ruso-turca.
Estas marcas de identidad tuvieron una importancia enorme, porque muchísimas veces las niñas eran raptadas antes de su pubertad y alejadas para siempre de todo sus vínculos. Y pasado el tiempo, ellas desconocían su origen. Los tatuajes permitieron saber que eran croatas y católicas (cabe señalar aquí que Bosnia y Hercegovina tenía una población mayormente croata).
Esa era la manera de que ellas y los otros supieran que eran parte del pueblo católico (no sabemos si eso aumentó la crueldad del invasor y ocupador). Eran pues, desafiantes, y muchas veces, el raptor desistía en el caso de que el tatuaje fuera visible (por eso era habitual que se tatuaran las manos, parte del cuerpo de impracticable ocultamiento). Parece haber sido el caso, precisamente, que cuando el tatuaje era muy visible, las jóvenes eran dejadas en libertad y, si efectivamente eran llevadas, el tatuaje les aseguraba el recuerdo de su origen.
LA CEREMONIA Y LA CRUZ
El momento en que las niñas se tatuaban era motivo de celebraciones muy importantes, se trataba de ritos de iniciación que tenían lugar cuando ellas rondaban los 10 años.
Se realizaban en los días religiosos de la primavera. Los testimonios dan cuenta de que las festividades elegidas eran el día de San José –patrono del pueblo croata-, el domingo de Ramos o el día de la Anunciación.
La ceremonia del tatuaje representaba un nuevo ciclo en la vida de las niñas. Vesna Haluga, en su libro Znamen na koži (Marcado en la piel), de 2003, describe pormenores de la ceremonia y del procedimiento para lograr que el tatuaje fuera indeleble.
El procedimiento en sí era extremadamente doloroso y llamaba al coraje; se usaban agujas o espinas con las que se hacían pequeños agujeros sobre la piel que ya tenía delineado el dibujo. La tinta utilizada era producto del carbón (quemaban madera de abeto y molían el carbón hasta convertirlo en polvo, con un hacha), mezclado con miel, agua bendita, leche de oveja negra, alguna vez saliva o incluso leche de una nodriza que amamantó a un hijo de ojos azules (a diferencia de lo que sucedía entre los turcos, entre los croatas eran muy habituales los ojos claros, verdes o azules, de allí la importancia del color).
El símbolo más usado en los tatuajes fue el de la cruz. En muy diversas variantes se registraron 317 motivos en que las cruces aparecen individualmente o en combinación con otros. La mayor parte de las veces las tatuaban en la frente, o alrededor de las muñecas, en forma de pulseras.
Aún hoy se pueden ver estos tatuajes en la región: ya sin la necesidad de entonces, hay quienes muestran con orgullo esas marcas que las definen como pertenecientes a la nación croata y a la religión católica. Símbolos de una tradición de fuerza y valentía.