El rechazo en Diputados del proyecto del Presupuesto del gobierno, o mejor dicho de la precaria e improvisada caricatura de un presupuesto, merece varios análisis y enfoques. Probablemente el más relevante es que por fin se rompió la lógica ganadora y embaucadora peronista (un truco de tahúr) de amenazar con un mal mayor para conseguir que se apruebe un mal supuestamente menor. Esta vez la amenaza era que, de no aprobarse la ley de leyes, el gobierno podría usar el presupuesto 2021 con algunas modificaciones predeterminadas por ley, lo que le daría carta blanca para disponer de la recaudación inflacionaria adicional y otras reasignaciones de partidas. Esta determinación de ayer de la Cámara, por las razones que fueran, la libera, libera a la oposición y libera a la sociedad, de ese tipo de chantaje político incompatible con la democracia y la misma Constitución (Además de que la prórroga del presupuesto de 2021, gracias a las modificaciones introducidas durante el gobierno de Macri, es hoy mucho más restringida y complicada en su ejecución). Un cambio nada menor.
En la misma línea de logros, está el hecho de que los nuevos legisladores opositores - y por extensión los antiguos -, se sienten hoy más obligados hacia sus votantes, que claramente los eligieron como gladiadores para hacer escuchar su voz crítica y de protesta, aún sabiendo que eso no sería suficiente para cambiar las decisiones del peronismo. Para decirlo con más claridad, la sociedad los está vigilando. Es posible que eso se diluya a medida que pase el tiempo, pero hoy es un dato fundamental. Lo mismo puede decirse aun en los casos de bloques segregados, que no se atreverían a ceder con facilidad a los métodos de persuasión habituales en el justicialismo.
La acusación de ayer a la tarde de Guzmán y Fernández de que “la oposición deja al país, no al gobierno, sin presupuesto” es un exabrupto antidemocrático, un nuevo relato acusatorio de lluvia de mentiras al que el gobierno tiene acostumbrada a la sociedad, y muy en especial al peronismo duro fanatizado, que lo ha ayudado a perder la mayoría. Si la oposición entiende que el presupuesto es malo, sin fundamentos, no está explicado cabalmente o es dañino para el país, es su obligación moral y política rechazarlo, y es lo que esperaba la ciudadanía, harta del humo de la farsa de una discusión de un plan que no existe y de la puesta en escena política. Es falso que la oposición (mayoritaria finalmente) no haya dado alternativas y no haya estado abierta al diálogo. Al contrario. Basta analizar los discursos de las cámaras y los trascendidos publicados. Un relato irresponsable y gratuito.
La primera consecuencia evidente es que el FMI y la señora Georgieva se han quedado sin la hipocresía de pedir “un plan aprobado por el Congreso”, plurianual. No es casual que la primera decisión de Fernández haya sido la de correr a poner en sobreaviso telefónico a la burócrata máxima del Fondo, paladín de la inflación global keynesiana y ahora en serios problemas al no poder explicar su tolerancia al default con dos años de añejamiento en el que vive Argentina. Será muy difícil presentar un arreglo basado en un plan “de país” sobre el que hay consensos básicos y en base a ello aunque sea disimular sobre el papel la evidente “debacle” nacional. Ayer también se alejó cualquier posibilidad de consensuar plan alguno. Ahora sólo quedan palabras de ambos lados.
De las preguntas y críticas de los diputados al presupuesto, y las reacciones que ellas produjeron, inclusive el acto de prestidigitación por el que se hizo desaparecer el texto del proyecto completo de la página oficial para que no sirviera de base a los cuestionamientos, un acto pueril e inexperto, quedan varios puntos claros. El primero es que el gobierno no tiene un plan económico en el sentido del diccionario y aún de los textos de economía, o si tiene alguno lo quiere ocultar a ultranza. Sólo presentó un vergonzoso listado de objetivos, expectativas o suposiciones, sin fundamentar ni explicitar las políticas que se implementarían para llegar a ellos, mucho menos el financiamiento. Se encargó de delegar algunas funciones impositivas del Congreso en el Poder Ejecutivo, eso sí, para no perder la oportunidad. De modo que cualquier pregunta, opinión o crítica sólo produjo respuestas acusatorias, insultos o declamaciones que simplemente intentaron eludir cualquier respuesta, que era evidente que no estaba disponible.
Un pequeño grupo de diputados recién electos puso en apuros a la tremenda construcción dialéctica, de equipos, de burocracia, de leyes, reglamentos, presiones y carpetazos de que dispone el gobierno para estos casos. Ayer a la tarde el ministro Guzmán, luego de despotricar en su mejor estilo académico, anunció que, de acuerdo a la ley 24.516 y modificaciones, se prorrogaría el presupuesto de 2021 por decreto común. Sus múltiples asesores jurídicos deben seguramente haberle hecho notar que esa decisión conllevaba mayores responsabilidades para ejercerlas y serles demandadas. Teniendo en cuenta la inflación que se descuenta para 2022, el polvorín de las Leliqs-plazos fijos que no puede estirarse demasiado y la ausencia absoluta de crédito y confianza, ni este presupuesto ahora prorrogado, ni el que se rechazó iban a poder cumplirse ni siquiera remotamente, con lo que no hay demasiada diferencia.
El oficialismo estaba negociando con los gobernadores, y había empezado su accionar clásico sobre los diputados considerados convencibles, comprables o afines, tarea en la que Massa estaba cómodo y hasta había acordado que el proyecto volviera a Comisión. Hasta era factible que se aprobara el proyecto aún con todas sus falencias, de no mediar el berrinche de Máximo Kirchner, presidente del bloque peronista y del partido justicialista bonaerense, que, en su mejor estilo caprichoso, (lo que se hereda no se hurta, para variar) pareció imitar el discurso de Alberto cuando convocó a un gran acuerdo y luego se dedicó prolijamente a acusar a sus co-salvadores de la patria de todos los males heredados. Seguramente quiso debutar como presidente del justicialismo bonaerense con una pieza de oratoria memorable.
No logró exactamente eso, pero con una inexperiencia no sólo sobre el manejo de relaciones personales y políticas sino del funcionamiento parlamentario obligó a la oposición a enterrar la aprobación a regañadientes. La escena fue tan obvia que muchos piensan en una deliberada acción para producir la reacción negativa de la oposición, pero no es fácil comprender cuál habría sido el efecto buscado, salvo quedar como un patán. Ni siquiera el amor de madre puede justificar o perdonar semejante accionar, si bien fue una actitud bastante similar a la prepotencia, el capricho, la venganza, y el afán destructivo y autoritario que caracteriza a su ilustre progenitora. Tratando de ser comprensivos, algunos de sus empleados en el mecanismo de comunicación intentaron explicar que esa actitud era deliberada y que así intentaba dinamitar al presidente Fernández, y borrarlo del panorama político. O hasta un enojo con Massa. Tampoco está muy claro cuál sería la ventaja de semejante acción, cuando él mismo, Cristina, Alberto, el gobierno y todo el partido se han transformado en un colectivo de lame ducks que parecen esperar la muerte lenta hasta 2023, mientras llevan de rehén al cementerio a toda la sociedad, al peronismo y a la democracia.
El futuro económico es muy complicado. El camino del Fondo está bloqueado con el derrumbe. Eso augura tal vez ya mismo un duro efecto financiero, tanto en el dólar como en el crédito y en el riesgo país. La confianza, que ya no existía, empeora con esta delirante performance. La culpa exclusiva de esa situación recae en el gobierno y su manejo irresponsable de la economía y ahora de la política. No es que la economía se hubiera salvado con un arreglo con el Fondo, pero al menos habría marcado una intención de volver a una cuota de racionalidad algo tolerable.
Pero el Fondo no es la solución. Los problemas a que se enfrenta la economía nacional requieren habilidad política, generosidad, visión de estadista, acertar con las soluciones, tomar medidas duras y que requieren persuasión y explicación a la población, bajar el gasto, el déficit, la emisión y los impuestos, lo que parece imposible para cualquiera, y mucho más para el oficialismo, dependiente de las dádivas y los subsidios para asegurar lealtades y votos. En una palabra, hace falta gobernar, no aferrarse al poder como los reyes exclamando aquello de Luis XV: "Après moi le déluge” (detrás de mí, el diluvio)
Luego de este triste y repetido culebrón, lo que ha quedado claro y evidente es que el peronismo no tiene ningún plan, ninguna idea para discutir, ningún proyecto-país para proponer, enredado en su propia obstinación y en su propia negación de la realidad. Es también evidente que la idea gubernamental es licuar el déficit parcialmente con inflación, destrozando a empresas, capitales, contribuyentes y trabajadores en esa línea, y repartir más dádivas, más prebendas, más coimas, regalando soberanía y prohijando delincuentes de toda índole, dentro y fuera del gobierno.
Puede que Máximo Kirchner haya roto deliberadamente la negociación para dañar a Alberto Fernández. Puede que haya sido inexperiencia y hasta incompetencia o simple enojo. Nadie lo sabrá nunca. Pero ayer la Cámara de Diputados rechazó algo más que un seudopresupuesto confeccionado de apuro: rechazó el estilo K. Eso incluye a toda la familia.