Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

El proteccionismo, paso previo al socialismo

Tal vez la inflación pandémica no sea permanente, como jura la Fed. Pero este resucitado enemigo del comercio y el progreso mundial llegó para quedarse.

Sin necesidad de profundizar demasiado en los textos clásicos o en la teoría, la economía suele responder a una lógica intuitiva y natural, que no requiere de demasiadas complicaciones intelectuales, salvo que se persiga la pobreza universal e irredenta. Tiene sentido, si se acepta el concepto de la praxeología, la acción humana como base de los hechos económicos individuales, que en un paso posterior se transforman en los hechos económicos colectivos, o sea, en la economía, que por eso no puede ser considerada sino una ciencia social. (No es lo que le suele gustar a los políticos ni a los marxistas, socialistas u otros apodos, que pretenden tener poder y control sobre la vida, la naturaleza, el clima y la felicidad)

Es que no resulta demasiado sofisticado comprender que si alguien hace un buen trabajo gana más que quien lo hace mal, o quien maneja sus cuentas con prolijidad vivirá mejor que quien hace lo contrario. O quien se ocupa de aprender y formarse tendrá mejor remuneración que quien no lo hace, o que el endeudamiento personal irresponsable termina en catástrofe, o que controlar los precios produce desabastecimiento y pérdida de calidad,  o que si se paga por no trabajar a la larga nadie querrá hacerlo, y los que trabajen ganarán menos que los que no lo hagan, que el que paga las deudas y cumple su palabra tiene crédito y respeto, un activo,  o -como decía el Viejo Vizcacha- que “los que no saben guardar, son pobres aunque trabajen”.  Y aún en otros aspectos más complejos, como el estatismo, los impuestos abusivos confiscatorios, el avance del Estado sobre la libertad, la importancia de ser capaz de procurarse el sustento y el bienestar, la defensa de la propiedad y del saqueo del rey, del gobierno o de los que quieren vivir del trabajo ajeno. Como la importancia de mantener el orden, hacer cumplir la ley, respetar la libertad y el derecho. 

El efecto del proteccionismo comercial, en cambio, no tiene igual análisis ni tratamiento. Tal vez porque en primera instancia el aperturismo comercial resulta contrario a la lógica, y hasta es contraintuitivo. El miedo, inventado o no, fomentado o no, justificado o no, parece enervar (primera acepción de la RAE) la intuición y aun el razonamiento, la lógica. A primera vista parece una defensa del trabajador, de las empresas, del empleo. Sin embargo, entre otros males, el proteccionismo es contrario a la acción humana. Produce efectos que van contra el ser humano en su función de consumidor y de protagonista de la economía; lo transforma en esclavo mendicante, lo atrasa, le resta bienestar, lo llena de dudas sobre su propia capacidad, o sobre sus chances de adaptarse. El individuo se esconde detrás de la soberanía, de la nación, o para ser más contundente, detrás del estado. Así como en el feudalismo los pobladores de una comarca se transformaban en siervos de un Señor para que los dejara entrar en su castillo y así protegerse de las guerras que los propios señores feudales provocaban, los seres humanos temen perder su trabajo frente a la convicción de que, si su país importara lo que ellos producen desde siempre, se quedarán sin nada que producir y exportar a su vez. Algo no probado jamás. Al contrario. Además de no responder a ninguna teoría seria.  El gobierno peronista es la mejor muestra de los efectos deletéreos de semejante creencia, en todos los campos. 

En el fondo, cobardía

Los conceptos fundamentales de la acción económica moderna y de la lógica, ejemplificados en la conocida metáfora de la mantequilla y los cañones usada por Samuelson para explicar el principio de los mercados comparados o las ventajas comparativas, no suelen ser digeridos, ni aceptados, ni permitidos. Grandes dictaduras fueron inspiradas por la “defensa” de la producción local, el fácil ejemplo de Hitler, incluyendo el comienzo del holocausto, la ineficiencia del estatismo militar de Mussolini, el desabastecimiento y el raquitismo de la producción soviética, la miseria del maoísmo y su uniforme igualitario y su lucha ahora resucitada contra la “penetración extranjera”, son ejemplos cercanos de cómo los pueblos, inclusive los sectores que se consideran poderosos, ricos o mejor formados, caen en el miedo, la inseguridad, la falta de vocación de competir y mejorar, la cobardía de enfrentar el futuro, transforma a las sociedades en dictaduras, porque en definitiva terminan por prohibir la competencia, o sea, por querer modificar la realidad en función de su conveniencia, sus temores o su inseguridad. 

No importa si en este proceso son acompañados por sus gobernantes, o son conducidos o arriados por ellos y su discurso. Importa que, a lo largo de los siglos, el mecanismo se ha probado equivocado en lo económico y mucho peor en lo que respeta a las libertades. No hay ninguna diferencia conceptual ni práctica entre el control de precios y el proteccionismo. Ni en sus efectos, ni en sus abusos ni en sus distorsiones tanto de mercado como de derechos personales. Esta columna fue crítica de Donald Trump no por su estilo, ni por su formato diplomático (suponiendo), ni por su trayectoria privada, ni por su concepción de la política nacional o internacional, sino porque se hizo eco de los reclamos de miles de individuos, y también de miles de empresarios, de actividades perimidas, que habían resistido y resisten el concepto de que una nación no debe dedicarse a producir lo que es caro, obsoleto o simplemente no puede hacer bien y competitivamente. Mucho menos a impedir o prohibir que el consumidor reemplace esos bienes por otros sustitutos o más baratos producidos en el exterior. 

Obviamente, también critica con igual o mayor dureza a Joe Biden cuando ahora aumenta y consolida esas prácticas, nacionalistas y totalitarias, como hace la China de Xi en esta etapa simétrica de nacionalismo y totalitarismo en la que parece que desembocarán los fétidos ríos de la pandemia. Importa recordar el famoso New Deal de EEUU, en 1930 una farsa proteccionista sostenida por periodismo y especialistas sin respaldo de ningún tipo en las cifras, que fuera destrozada por los análisis de los economistas serios. (Algunos liberales y otros no, pero serios) En nombre de lo que fuera, el proteccionismo es malo en cualquier momento y en todo lugar. No sólo en lo económico, sino por su ataque dictatorial a las libertades y derechos de los individuos, sin importar los intereses de uno u otro lado. 

Si bien hay una tendencia permanente al proteccionismo, que vuelve una y otra vez y recrudece, los escasos períodos donde esa tendencia cede han sido los mejores de la humanidad, o de aquellos países donde se logra salir de esa trampa. Nadie daba un centavo por Singapur, o por Malasia, que en teoría nada tenían para vender o exportar. Cuando se analiza la historia del peronismo, se suelen comparar los gráficos de crecimiento del PBI desde ese momento en adelante, con resultados catastróficos. Nadie parece advertir la tremenda influencia de una de las primeras orgas regionales, la CEPAL, y su terrible invento de vivir con lo nuestro, (que quiere decir vivir con lo vuestro, o sea con los ahorros e ingresos de los otros) que fue comprada en Argentina, Uruguay y otros países con resultados lamentables por décadas. 

Y al hablar de la primera época de Perón, no es posible omitir que Argentina fue la mayor víctima del default británico, fruto de las políticas proteccionistas y monetarias de John Maynard Keynes en ese país, del que fuera factótum económico, también afecto a vivir con lo nuestro, o con lo suyo, lector.  

La mayor de las demagogias

El proteccionismo es, en términos de capitalismo, la mayor de las demagogias y de los populismos. Porque equivoca a todos los protagonistas, perpetúa la ineficiencia y anula cualquier futuro, al estar concentrando el esfuerzo y la inversión en una falsedad nacionalista insostenible en los números. Que lo hagan muchos, durante mucho tiempo, no le da valor de verdad, ni anula la evidencia empírica. Bastan ver los resultados de los 30 años de máxima libertad económica desde Clinton hasta el virus. 

Y para el socialismo, (que en una paráfrasis de una frase ajena podría llamarse el marxismo de buenos modales democráticos), el proteccionismo es un magnífico abrepuertas, un gran desbrozador del camino de la tiranía y la planificación central. Habrá que recordar que la izquierda (que es siempre neomarxista) odia y odió siempre la libertad de comercio, así en el orden local como en el internacional, porque entre otras características, pone en evidencia la total incompetencia de sus experimentos domésticos, regionales y globales. 

Lamentablemente, los pocos tratados de libre comercio que se firman hoy son tratados de no-libre- comercio, justamente preocupados de proteger industrias ineficientes, obsoletas, caras, y con mucho lobby, o con muchas oportunidades de demagogia y populismo con los individuos desplazados, que han sido acostumbrados a la comodidad de un trabajo que les duraría toda la vida, inexistente hoy. Hace cuarenta años comenzó a publicar su gran serie de libros Alvin Toffler: Future Shock, The Third Wave y Powershift. En ese último, hace 30 años el gran escritor y futurista de la tecnología y la era digital advierte que un individuo, que antes cambiaba de empleo 3 o 4 veces en su vida, ahora debería cambiar tres o cuatro veces en su vida pero de oficio o profesión. Posibilidad inaceptable para el estatismo, los gobiernos populistas, las empresas perdedoras y los individuos pusilánimes que tienen terror a enfrentar la vida y procurarse su sustento. Y el comunismo en todos sus formatos, que no puede permitir que los siervos saquen la cabeza de la masa. 

Los déspotas de Bruselas

Europa, que resucitó temporaria y vampíricamente tras el euro y el endeudamiento que el monopolio continental conque soñara Hitler le permitió, se debate hoy al borde de la confusión y el museo, pero refuerza su proteccionismo, del que Argentina, por ejemplo, es una de las víctimas. Además del consumidor europeo. No es casual la protesta sistémica contra la conducción despótica de Bruselas que crece en muchos países de la región. No es una protesta contra el capitalismo, como quieren creer algunos. Esta Europa residual es estatista.

Quienes ven televisión española, habrán visto un infomercial de amplia difusión en sus canales abiertos. Muchos productores y supuestos consumidores protestan porque se importan lentejas, en un país en el que sobran los silos con lentejas. Son más baratas, simplemente, algo que saben todos los países del mundo, todos los mercados del mundo, muy en especial el de las frutas. Se importan las que están más baratas. Lo contrario va en contra del consumidor y del bienestar. Pero el aviso hace creer que los ineficientes protegidos tienen razón.  

Una vez más, tras la pandemia, como luego de las guerras o las grandes catástrofes, la respuesta más simplista es el proteccionismo, que encarece más los precios, aleja la eficiencia, eleva la inflación, desestimula la inversión, aunque parezca lo contrario, y demora exponencialmente el proceso de recuperación de cualquier crisis de confianza, y de consumo. 

Con persistencia y terquedad animal, usando de excusa a la pandemia que ya ha servido para permitir la inflación libre, ahora se va por el proteccionismo, que atrasará a todos los pueblos, como siempre. Nada mejor para ayudar al neomarxismo. En algún punto, esta lucha entre EEUU y China también implica un atraso en el desarrollo de los proyectos de Inteligencia Artificial y conexos, otro modo de demorar el progreso, otro modo de que el miedo y la inseguridad personal se impongan sobre la innovación y el espíritu emprendedor. Otro modo de promover el feudalismo protector del Estado.