Opinión
UNA NUEVA FORMA DE PENSAMIENTO UNICO CONSIGUIO BORRAR A LA DERECHA DEL DEBATE NACIONAL

El progresismo ya no tiene rivales

En temas como el aborto o el matrimonio gay, pocos dirigentes se animan a contradecir las opiniones dominantes en los medios. Ese poder intimidatorio frustra incluso el masivo reclamo ciudadano contra la inseguridad.

En apenas unos años el progresismo argentino ha logrado lo que no pudo conseguir en décadas de arduo esfuerzo: borrar de la faz pública a su odiado enemigo derechista. Con hidalguía, hay que reconocer que ha sido un triunfo categórico, digno de estudio y felicitación.

Tan contundente fue su éxito que, acaso por superstición o falsa modestia, los progres no se animan todavía a cantar victoria. Pero deberían hacerlo. Deberían salir a las calles con sus banderas y desfilar gritando una sola consigna: ¡Ganamos!

Para comprobarlo basta con mirar la escena política y cultural del país, donde casi nadie quiere estar en la vereda opuesta del progresismo. Si lo que se discute es el matrimonio homosexual, a izquierda y derecha dirán que es "la tendencia que se impone en el mundo" y un "avance hacia la igualdad". Los disidentes ocultarán su rechazo proponiendo "uniones civiles" y objetando con tibieza el derecho de los gays a adoptar, pero claro, serán derrotados.

Si el motivo de discusión es el aborto, el progresismo en su versión feminista avanza sin frenos. Abortar es un derecho de las mujeres sobre su cuerpo y nadie, mucho menos un hombre, puede contradecir semejante verdad alegando el inexpresable derecho del feto a vivir. Quien lo haga sacará de por vida cédula de machista y retrógrado y también él (o ella) se quedará fuera del mundo.

¿Y qué decir de la "despenalización" de la droga? El nuevo pensamiento único, que de la noche a la mañana descubrió que el cigarrillo es nocivo para la salud y ahora persigue a los fumadores como si fueran terroristas, sostiene que prohibir el consumo de drogas es una gravísima intromisión del estado en la vida individual, que además fomenta el delito y el narcotráfico. Conclusión: todo opositor a la inminente droga libre es un autoritario o un narco.

Los progres pueden festejar, incluso, cuando se habla de la inseguridad porque también ahí se anotaron una victoria, aunque, es cierto, algo más modesta.

En este caso tuvieron la astucia de detectar que sus posiciones garantistas son todavía un poco incómodas frente al masivo reclamo popular de mano dura. Por eso suelen no contradecir directamente la opinión ciudadana y optan por un piadoso silencio ante cada asalto, secuestro o muerte cotidianas.

REFLEJOS IMPLACABLES

En cambio son implacables cada vez que el tema de la inseguridad se filtra en la arena política y mediática. Entonces exhiben sus reflejos bien entrenados en décadas de pugna ideológica. ¿El objetivo? Impedir que ninguna figura pública pueda convertirse en un líder que unifique el reclamo de más seguridad en las calles y lo transforme en una sólida plataforma electoral.

La maniobra no sólo es admirable sino también comprensible, ya que si no existiera esa barrera podría abrirse una pequeña fisura en el mayor de los éxitos progresistas. Se trata, desde luego, de la condena a los genocidas de la última dictadura militar.

Esto ocurre porque en el universo mental del progresismo, pedir más seguridad es el principio de un peligroso camino que lleva a pedir más represión. Y en la Argentina la palabra represión, como todos sabemos, remite exclusivamente a los años 1976-1983. Por lo tanto, tolerar que el discurso masivo a favor de la mano dura se afiance en 2010 equivale a permitir que también lo haga hacia atrás en el tiempo, y eso es lo que no puede aceptarse.

De ahí que la bala de plata contra todo dirigente que trate de acaudillar la lucha contra la inseguridad sea acusarlo de represor en potencia y apologista tentativo de la dictadura. De ahí también que ese clamor generalizado, constante y verificable de millones de personas (y votantes) no conduzca a nada en el Congreso ni en el Poder Ejecutivo.

Por eso, amigos progres, llegó la hora de festejar. Si les quedan dudas piensen en el destino de sus hermanos del exterior, que todavía siguen peleando para conseguir una mínima porción de lo que ustedes ya disfrutan. Piensen en los liberals norteamericanos (así les dicen allá a los progres), humillados en las urnas cada vez que sale a votación un referendo sobre el matrimonio gay. O en los colegas italianos que soportan a un primer ministro conservador que hizo campaña contra el izquierdismo de la justicia y la prensa, y ganó. O imaginen por un momento el dolor de sus compadres españoles, obligados a tolerar la afrenta de un juicio contra -horror de horrores- el juez Baltasar Garzón.

Ya no lo duden más: levanten las copas y brinden a su salud, porque ganaron. Ganaron.