Desde su designación como candidato por el Frente de Todos, y mucho más luego de haber sido ungido presidente, Alberto Fernández ha mostrado su afán de complacer y halagar a Cristina Fernández. Como un marido gordo, viejo y feo casado con una belleza deslumbrante y deseada que cree no merecer y a la que trata de conformar y cuidar para no enojarla o ganarse su desprecio. En algún punto recuerda al personaje central de Of Human Bondage, (Servidumbre humana) la imprescindible novela de Somerset Maugham, el Philip Carey rengo enamorado de una mujer, Mildred, que lo ningunea y lo tortura, a la que trata de satisfacer, por encima de sus posibilidades, hasta la humillación.
Esa humillación empezó por tener que tragarse sus tremendos críticas y acusaciones previas contra Mildred, (perdón, contra Cristina) pero fue aumentando con cada muestra de enojo, de reproche, de insatisfacción, hasta transformarse en un sumiso, hasta consentir un gobierno de ocupación, auditado y maniatado entre La Cámpora, un juego de playstation maligno y caro - para los ciudadanos – propiedad del delfín de su dominatrix, que le copó las cajas, y el kristinismo de amazonas fanáticas y mayormente ignorantes e impresentables que le copó el poder y el relato y lo basureó.
Durante dos años fueron evidentes sus concesiones y genuflexiones, sus caras y gestos para complacer a su inalcanzable compañera de fórmula, hasta llegar a reivindicar a dictaduras mundiales y contratos indefendibles, culminando con la woodyalleana visita a China y la inoportuna, incomprensible y malhadada capitulación ante Rusia, sabiendo que semejante vodevil complacería a su inalcanzable lideresa, cuidadosa de sus secretos caucásicos. Asustado ante la posibilidad de que le cayera el estigma del default en la cabeza, el presidente continuó su derrotero de sometimiento, esta vez ante Occidente, que hizo como que creía que había cambiado y ahora estaba en favor de las democracias, porque Occidente también ha perdido el rumbo y sus burócratas jerarcas necesitan que no se hagan olas que pongan al descubierto su impericia, su incapacidad, su enriquecimiento y su fatal arrogancia, que cada vez quedan más en evidencia, lo que también lo subordina ante las dictaduras del mundo, desde Venezuela a China.
Esa vocación de sumiso le hace ahora sobreactuar el cumplimiento de lo acordado con el FMI. De ahí sus dos declaraciones más conspicuas en los días recientes: “no necesitamos emitir a lo loco” y su declaración de guerra a la inflación, que empezó ayer a última hora. En rigor, cualquiera sabe que ninguna de las dos patas de la fantochada se cumplirá. Porque para no emitir enloquecidamente se requeriría un grupo de medidas inmediatas que nunca se tomarán, porque el presidente no tiene ni la convicción ni el coraje para parar el despilfarro federal, provincial y municipal que se le ha ido de las manos, si alguna vez los tuvo entre las manos. Por eso insiste repetitivamente en que el gasto no bajará, por eso y por su sumisión a su jefa, cuyo proyecto es destruir la sociedad, como alguna vez lo fue el de Eva Perón, poseída de un odio imparable y atávico a la clase media, simbolizada por la Capital Federal, ya que, en el resto del país, salvo Córdoba, se ha ocupado de multiplicar una clase baja avasallada y deliberadamente embrutecida y drogada.
En cuanto a la guerra a la inflación, otra exageración idiomática pueril y sumisa, tiene que ver con la ambición de su nueva dominatrix, Kristalina Georgieva, que le está exigiendo subir las tasas, devaluar, terminar de bajar el déficit. Mientras su otra dominatrix, Kristina, y el coro de gobernadores y Jefe de Gobierno, lo urge con piquetes y “tomando la calle” para que no baje el gasto, savia del peronismo y sus otros socios políticos en el poder. Y de paso poniendo un ojo en el año electoral, sabiendo la vocación a la coima que tienen sus electores y favorecedores.
Alberto Fernández es ahora sumiso de varias Cristinas. Un mosaico imposible de armar porque es incompatible con las aspiraciones e intereses de cada uno, y porque los milagros económicos no existen, son los padres.
El proyecto cristinista es inviable, como se ha demostrado en todos sus mandatos, hasta hoy. El proyecto del FMI es técnicamente insostenible. El proyecto de la oposición no existe, fuera de declamaciones y medidas que no se tomarán, porque, además de las convicciones de cada uno pesan los intereses de todos. Cualquiera fuera el camino que se tomare, se encontrará una oposición abroquelada, cambiante y sin un mínimo de grandeza, incapaz de ningún tipo de concesión o sacrificio interno. La división que se advierte en el gobierno, simboliza exactamente esa realidad. La división o confusión que se advierte en la oposición quiere decir lo mismo. Cualquier acuerdo o accionar conjunto será en función de los intereses de la burocracia política, y no tendrá nada que ver con las convicciones, más allá de las palabras.
El plan del FMI y todo el arreglo que tantos salvadores de la Patria se ufanan de haber aprobado, cierra solamente con nuevos impuestos a la producción, al trabajo, al ahorro a la clase media. La relación entre los que trabajan y los que no trabajan seguirá en su ratio 1 a 3, o 1 a 4. Y es muy factible que haya por delante, en menos de dos años, la amenaza de uno o dos defaults: el default interno en pesos, y el default externo, que nunca se resolvió. El voto del arreglo con el FMI no ha salvado ni a la patria ni a nadie. Sólo permite que no explote el sistema de corrupción multipartidaria en vigencia.
Ese andamiaje de corrupción y podredumbre es lo que se llama pomposa y eufemísticamente gobernabilidad.
Con ese cuadro, el camino único será continuar achicando la escuálida clase media, la producción remanente casi heroica, hasta lograr la redistribución e igualdad por pobreza que, casualmente, va en línea con lo que quieren los movimientos en auge en el mundo, que en muchos sentidos también está corrupto en sus estamentos políticos y también se está coimeando a los pueblos para comprar impunidad y derecho a ejercer esa farsa que se llama “la vocación de poder”, que no es nada más que la vocación arrogante y fatal burocrática a expoliar a los pueblos, porque el destino no ignorado de esas políticas es la miseria feudal, la pobreza dickensoniana universal. Por eso las guerras son funcionales a las burocracias, desde siempre. Porque permiten la excusa suprema del patriotismo heroico, el último refugio de los canallas. Y la vocación de poder es canallesca, cuando no está domeñada y limitada por la vocación de servir.
Luego de este introito, que obra como un marco de situación, cabe el análisis de lo que vendrá, y de las actitudes que tomarán el gobierno, sector Alberto, el gobierno, sector Cristina, el gobierno, sector Massa, el gobierno, sector Máximo, la oposición sector Larreta, la oposición sector PRO, la oposición sector UCR, la oposición sector Macri, o, para peor, la idea de que habrá una mescolanza salvadora que se unirá para salvar al país, a esta altura exhausto y exangüe de tanto ser salvado.
El único punto en el que no hay duda alguna, que se ha publicitado, se ha confirmado y se ha digerido, es que el gasto no bajará. O sea, el gasto político no bajará. Y por gasto político debe incluirse todo el costo de la burocracia nacional, provincial, de CABA y de las intendencias. Y aquí hay que trazar una línea roja: por burocracia, en este espacio se entiende todo el gasto no operativo, el de pagar los miles y miles de cargos inútiles no operativos, no a los policías, a los maestros, a las enfermeras, a los médicos, sino al enorme paquete de funcionarios supernumerarios e inútiles de todas las jurisdicciones y de todos los partidos que pueblan todo tipo de ministerios, secretarías, observatorios, departamentos de articulación, de igualdad de género, de resiliencia y otras excusas similares.
Por supuesto que el gasto se puede bajar sin generar una catástrofe, gracias al robo acumulado y creciente de los últimos años. Hay que tener las ganas políticas de hacerlo, el conocimiento técnico, la paciencia para meterse dentro de la estructura de partidas contables y la valentía de romper la asociación ilícita de los partidos. Cuando usando grandes números se dice que el gasto no se puede bajar sin lesionar a la sociedad, se miente descaradamente. Quien lo repite de buena fe es ignorante descaradamente. Y quien lo cree, es iluso descaradamente.
Descartada la baja del gasto y la obra pública, que también es gasto (y vital para repartir con privados cuaderneros los beneficios y retornos), lo que está consensuado con el Fondo, lo que queda en firme del plan es un aumento de impuestos en sus diversos formatos, que pueden cambiar sus víctimas, pero no sus efectos. Eso incluye retenciones. O sea, se espera bajar el déficit con inflación y aumento de impuestos, que es lo mismo. La evidencia empírica abrumadora y sólida dice que cuando se opta por el camino impositivo para cerrar las cuentas, la recesión inherente dura varias veces más que si se optara por bajar el gasto. De modo que los efectos de este arreglo que se ha votado durarán varios años y serán perniciosos y pauperizadores. Sin lugar a duda alguna. Lo que significa que se castigará a lo poco que queda de clase media, pymes y definitivamente el sector exportador y productor.
Se ha pactado la suba de la tasa de interés en pesos de los plazos fijos, en busca de conseguir fomentar la retención de pesos por parte del sector privado para bajar la demanda, que, más allá de si tiene éxito o no, (provocando un efecto recesivo) aumentará la deuda interna en pesos, un proceso que no puede terminar bien, como nunca lo ha hecho, y culminará en alguna forma de default. Tampoco aquí hay lugar a dudas.
El plan deforme que se ha pergeñado condena a la sociedad a un mayor intervencionismo del Estado, que se agravará a medida que se produzcan los efectos negativos colaterales de este tipo de ajustes voluntaristas. Nadie puede predecir el alcance ni la gravedad de ese intervencionismo, menos aún en un gobierno desordenado, desquiciado y carente del conocimiento, la pericia y la experiencia requerida en las áreas clave.
El sector externo no tiene un mejor panorama, a pesar del aumento de los valores de materias primas, porque el país también es importador de materias primas y otros componentes vitales y porque no existe ningún estímulo a inversión adicional de los productores, ni están en condiciones de encararla. Los dólares seguirán escaseando y el campo será una víctima esquilmada, un rehén explotable y odiado. No hay ningún elemento que permita suponer un aumento de la confianza interna o externa, ni una mejora en la administración del país y sus recursos. Al contrario, el tema de las tarifas energéticas se agravará, y será una fuente inagotable de venganza contra el enemigo, o sea los sectores que hayan votado en contra del gobierno, o que simplemente sean odiados por los burócratas a cargo. Este tema será explosivo, una bomba que estallará en meses, y que torpedeará la balanza de pagos, o el consumo, o acaso ambos. Algo parecido sucederá con la estúpida ley de alquileres, que amenaza con ser otro elemento distorsivo no sólo en lo económico sino en el derecho de propiedad y aún en el cercenamiento de la libertad, porque más allá del arreglo con el FMI, subsisten los odios y prejuicios típicos que terminan lesionando mucho peor a la acción humana, es decir a la economía.
Al no haber un enfoque integral, serio, profundo y consensuado, y teniendo en cuenta los efectos de la emisión, que aún faltan reflejarse en la economía, los aumentos de las materias primas tanto propias como las que se importan, las presiones de todo tipo que el gobierno ha tolerado o fomentado, la inflación empeorará, lo que hará más inviable la inversión, e impedirá cualquier planificación seria, tanto estatal como privada.
Se podría hacer una larga lista de males, pero es mejor resumir la situación usando un único elemento común: no hay confianza en Argentina, ni en su gobierno, y consecuentemente, nadie tomará riesgo alguno ni hará ninguna inversión, y sólo participarán en la economía quienes no tengan otra alternativa que hacerlo, o quienes tengan algún grado de colusión con el gobierno o con el sistema.
Es decir que el arreglo no ha arreglado nada. Ni los salvadores de la patria han salvado nada, salvo cambiar de disfraz. O lo han empeorado. O han aumentado las cifras que no se puedes pagar. El valor total o monto de la quiebra. Pero hay un detalle. Muchos de estos pasos requieren de la aprobación de leyes, o fuerzan la ley de modo tal que las decisiones son apelables y discutibles. Frente a eso, ¿cuál será la actitud de ese inasible ente que generosamente se engloba como oposición? ¿Volverá a salvar a la patria votando lo que diga el oficialismo? ¿Se dejará
engañar con alguna tramoya como ha hecho tantas veces? ¿Se dejará llevar por sus volubles convicciones? ¿Simplemente dará quorum pero votará enérgicamente en contra sabiendo que las leyes se aprobarán de todos modos con alguna magia peronista, como ha pasado tantas veces? ¿Usará el recurso de no dar quorum para impedir las sesiones o caerá de nuevo en la trampa del patriotismo y la gobernabilidad en que con tanta frecuencia ha caído, y luego dirá que ha sido engañada y que se rompió el pacto?
Muchos sectores han sostenido que dar el acuerdo al endeudamiento con el FMI no implica aprobar las leyes. ¿Serán coherentes con esa promesa implícita? ¿O siempre habrá una excusa, un tránsfuga, un vendido o un desprevenido que colabore a convalidar lo que inexorablemente se viene? ¿Se defenderá en la justicia los derechos del ciudadano, como en el caso de la Capital Federal, que está siendo duramente penada a pura prepotencia y lo será más?
Quienes sueñan con alianzas con algún sector del peronismo, ¿se animarán a ponerse en contra de sus futuros socios? ¿Se atreverán a denunciar su accionar en la Justicia si no se atiene a los preceptos constitucionales? Hay que mirar la historia. No será la primera vez que se paraliza a un rival prometiéndole que será una figura central de unidad, o de consenso. Hasta dictadores militares han caído en esa trampa.
Hace rato que la ciudadanía intuye –comenzando por esta columna– que se está en presencia de una gigantesca representación teatral en la que cada político y cada partido cumple un papel, un rol que se le ha asignado, pero que luego de la función todos los actores se van a cenar juntos. Una especie de Toy Story de la política. La Nueva Clase de Milovan Djilas, o la burocracia de fatal arrogancia de Hayek. Una puesta en escena con la corrupción de trasfondo.
En su discurso de anoche, con el que comenzó la anticipada guerra contra la inflación, el presidente calificó la inflación como multicausal, y acusó a los que especulan con ella y a los que “profetizan la inflación” como responsables. Ese diagnóstico, junto a la decisión de mantener el actual nivel de gasto inútil y alevoso auguran un mal final. El negacionismo del origen monetario de la inflación garantiza el fracaso de cualquier plan y cualquier guerra que se declarase basada en esa ignorancia. Lo mismo que su absurda percepción de que un aumento del 50% en los precios de lo que el país exporta es un problema, cuando simultáneamente habla de la necesidad de aumentar las reservas. ¿Qué puede fallar?
Su decisión de crear un Fondo de Estabilización ante esa suba de commodities es otro intervencionismo y otra confiscación que afecta la propiedad y la libertad de comercio, que quién sabe qué efectos puede llegar a generar y hasta qué exageración llegar. El peronismo tiene una larga historia de barbaridades semejantes, que se profundizan cuanto más fracasan.
Lo mismo ocurre con la resurrección de la ley de abastecimiento, los controles de precios y el llamado a un Gran Acuerdo Nacional, unido a la lucha contra los malditos ambiciosos especuladores. También el peronismo tiene aquí una larga lista de desaguisados en lo económico y en la persecución a las personas, los productores y los empresarios. Y por supuesto a toda la cadena de comercialización, que tanto odia el movimiento justicialista, en lo que se asemeja al comunismo que a veces parece amar. También faltó su agradecimiento específico a la oposición, que salvó a la patria de la deserción de una parte de sus propios partidarios, que ahora parecen no serlo.
Peor aún es la sensación que deja de que las futuras mediadas serán arbitrarias y fuera de todas las garantías constitucionales. Con lo que el peligro es que se actúe dejando de lado al Congreso. Es una guerra de papel, que una vez más, como en 1947, 1953 y de ahí eternamente, culmina con las amenazas, el alambre de fardo, las multas y la policía apresando almaceneros y supermercadistas y con algún mecanismo delirante de limitación de exportaciones.
Las mismas soluciones que fracasaron siempre, pero que esta vez seguramente funcionan. Cualquier argentino lo comprende.
Con lo que se puede volver nuevamente a la pregunta central: ¿Qué hará la oposición? ¿Copiará la sumisión presidencial o le declarará la guerra a este avance totalitario e ilegal contra la libertad, el derecho y la propiedad, hasta contra la misma sociedad? We are watching you, dirían los anglófilos, con perdón del canciller.
…
Para los que se hayan quedado con curiosidad sobre el desenlace de la novela de Somerset Maugham, Mildred muere sola, consumida, desnutrida y desquiciada en un hospital. Y Philip deja de renguear por la vida y se casa con otra.