Opinión
El análisis del día

El presidente Milei en la ONU, en Brasilia, el magnate Musk

El debut de Javier Milei ante la Asamblea General de las Naciones Unidas esta semana mantuvo, en términos generales, la coloratura de otras intervenciones suyas ante audiencias presumiblemente globales, que inauguró en enero, con su filípica del Foro Económico Mundial, en Davos.
Esta vez, sin embargo, la índole del compromiso lo sacó de su zona confort (el diseño apodíctico de una lógica económica apoyada en la escuela austríaca) y lo empujó al terreno más intrincado de la política internacional, donde su congruencia tambalea.

“LO QUE VA A OCURRIR”
Sin abandonar su vocación profética (“No vengo aquí a decirle al mundo lo que tiene que hacer; vengo aquí a decirle al mundo lo que va a ocurrir…”), Milei vaciló entre el elogio a la historia de la ONU (“bajo la tutela de esta organización durante los últimos 70 años la humanidad vivió el período de paz global más largo de la historia, que coincidió también, con el período de mayor crecimiento económico de la historia”) y la condena a una actualidad que, después de la glorificación de “los últimos setenta años”, no está claro cuándo se inaugura pero que, según él, se habría transformado “en un Leviatán de múltiples tentáculos que pretende decidir, no sólo qué debe hacer cada estado-nación; sino también cómo deben vivir todos los ciudadanos del mundo” y que se basa en “un programa de gobierno supranacional de corte socialista”.
En su contradictoria catilinaria, Milei cuestionó a la ONU por imponer su impronta a todos sus miembros y, simultáneamente, por su impotencia para cumplir objetivos (que interesan a Milei pero quizás no forman parte de las metas específicas de la entidad) como “una incapacidad total de responder al flagelo del terrorismo” o para “brindar soluciones a los verdaderos conflictos globales”, o para la “misión de defender la soberanía territorial de sus integrantes, como sabemos los argentinos de primera mano en relación a las Islas Malvinas” (pero la ONU no tiene la función de defender la soberanía argentina, sino, en todo caso, la de vehiculizar la negociación de una controversia. La defensa corresponde a la propia Argentina y en ese sentido hasta ahora todos los presidentes recordaron esa reivindicación soberana ante la Asamblea, un paso que Milei omitió).
El discurso cuestiona la presunta omnipotencia de la ONU que querría ejercer como supergobierno mundial, subraya al mismo tiempo su impotencia para hacerlo y remata ese silogismo dislocado con una propuesta propia: Milei formula un programa de sus preferencias ideológicas y convoca: “Esa idea fundamental no debe quedarse en meras palabras. Tiene que ser apoyada en los hechos… diplomáticamente, económicamente y materialmente, a través de la fuerza conjunta de todos los países que defendemos la libertad”. Más que una renovación de las Naciones Unidas, Milei ofrece la construcción de un nuevo bloque … (¿uno que pueda encarar con verdadera potencia el programa de gobierno mundial que él asigna a la ONU?). Así, el discurso vaciló entre argumentos soberanistas y ráfagas globalizantes.

NO IMPORTA EL COLOR DEL GATO
La originalidad del texto no se limitó a su impugnación casi solitaria a la organización en la que conviven la mayoría de los estados del mundo independientemente de sus regímenes económico-sociales y de sus estructuras políticas (desde los que Milei más admira -Estados Unidos e Israel- hasta China, Irán, Rusia, Ucrania, India o El Salvador). Milei también cargó en su intervención de Nueva York contra la tradición diplomática argentina: “A partir de este día -advirtió- sepan que la República Argentina va a abandonar la posición de neutralidad histórica que nos caracterizó, y va a estar a la vanguardia de la lucha en defensa de la libertad”. Habría que interpretar esa manifestación como una postergación del criterio realista que se inclina por defender prioritariamente el interés nacional con independencia de lógicas facciosas y su reemplazo o determinación en función de identidades ideológicas. Importaría más el color del gato que su capacidad de cazar ratones.
A su manera -deshilvanada pero atrevida- Milei fijó la mirada en una honda problemática de época: la tensión de un mundo integrado por la tecnología y las redes financieras, productivas y de comunicación que, sin embargo, no cuenta con un superestado mundial sino que se sostiene en una autoridad política fragmentada cuyos fundamentos son las sociedades y los estados nacionales.
En estas semanas se ha producido en el vecindario un ejemplo de esas tensiones cuando la Justicia de Brasil le reclamó a la red X (ex Twitter) propiedad del magnate tecnológico Elon Musk, que identificara a los propietarios de determinadas cuentas de esa mensajería a través de las cuales se habrían cometido delitos. Musk rechazó esa decisión judicial en nombre de la filosofía de su empresa (si bien esa filosofía ya había exhibido su flexibilidad cuando aceptó cerrar perfiles de usuarios turcos a pedido del gobierno del presidente de ese país, Recep Tayyib Erdogan.

GLOBALIZACION Y AUTORIDAD NACIONAL
No sólo la empresa de Musk, sino todas las grandes plataformas de Internet (Facebook, Google, Telegram y otras) suelen resistirse a la identificación obligatoria de sus usuarios por varios motivos, que van desde principios de privacidad hasta preocupaciones sobre la viabilidad técnica y el impacto en su modelo de negocio.
Las plataformas suelen además argumentar que la identificación obligatoria de usuarios podría ser el primer paso hacia una mayor censura. Los gobiernos podrían usar esta información para controlar contenidos y castigar a aquellos que expresen opiniones contrarias.
Omiten probablemente señalar que la manipulación de los algoritmos por parte de las propias plataformas puede estimular la difusión de ciertas ideas e informaciones o limitar otros.
La Justicia de Estados Unidos, en general, ha protegido a las plataformas de las intromisiones externas. Quizás el primer caso clásico en tratar directamente la regulación del contenido en Internet haya sido el que se conoce como "Reno vs. American Civil Liberties Union", de 1997. La Ley de Decencia en las Comunicaciones, aprobada en 1996 intentaba regular el contenido obsceno o indecente en Internet para proteger a los menores de edad e imponía sanciones a quienes difundieran material considerado "indecente" o "obsceno" en línea si estaba accesible para menores. En una decisión histórica, la Corte Suprema falló unánimemente en contra de las disposiciones clave de la ley, argumentando que las restricciones propuestas allí eran demasiado amplias y violaban los derechos de libertad de expresión garantizados por la Primera Enmienda.
Aunque la Corte Suprema americana ha revisado diversos aspectos de la regulación del contenido en Internet, no ha emitido fallos que limiten significativamente los principios establecidos en "Reno vs. ACLU". La tendencia general ha sido la de proteger la libertad de expresión en Internet. Las decisiones más recientes han abordado casos específicos de regulación, pero el principio central de proteger la libertad de expresión en Internet sigue siendo fuerte.
El último caso resonante data de 2017 (Packingham vs. North Carolina (2017). En este caso, la Corte evaluó una ley de Carolina del Norte que prohibía a los delincuentes sexuales registrados usar redes sociales donde podrían interactuar con menores. Por decisión unánime dictaminó que la ley era inconstitucional porque limitaba desproporcionadamente el acceso a una plataforma pública crucial para la expresión en la era digital. La opinión mayoritaria señaló que Internet es uno de los foros más importantes para el ejercicio de la libertad de expresión, y cualquier restricción debe ser analizada con gran cuidado.
Así, las plataformas han contado en Estados Unidos con un fuerte respaldo judicial. El clima cultural comienza a cambiar a raíz de los debates que genera el desarrollo de la Inteligencia Artificial, donde florecen ya posturas proclives a la regulación y autoregulación.
Europa, entretanto, ha incursionado en tendencias regulatorias. En agosto, el número uno de Meta, Mark Zuckerberg, y el de Spotify, Daniel Ek, se pronunciaron a través de un artículo contra los límites que la Unión Europea impone al desarrollo de la inteligencia artificial. Advirtieron que harán que Europa “quede atrás”.
En Francia, en tanto, argumentando que la plataforma Telegram permite actividades ilícitas (desde pornografía infantil hasta tratos entre bandas) y no ofrece información necesaria para combatirlas, el creador de la plataforma, el ruso Pável Dúrov, fue detenido y tuvo que pagar una cuantiosa fianza para quedar en libertad.
Fue en ese contexto en el que Elon Musk comenzó a desarrollar su guerra contra el Estado Brasilero. Ante la negativa de su plataforma a colaborar con la justicia, Musk fue forzado a suspender las operaciones de X en Brasil y fue acusado por obstruir a la Justicia e incitacitar al crimen por negarse a impedir la difusión de cuentas que viralizaban fake news.
Musk acusó al juez Alexandre de Moraes, el miembro de La Corte brasilera que lleva el caso, de ser “un tirano” y también atacó al presidente de Brasil, Lula Da Silva. “¿Quién se cree que es? -estalló Lula, y señaló el punto en discusión-. Porque tiene mucho dinero no puede faltar el respeto. Tiene que aceptar las reglas de este país".
En efecto, el diferendo ejemplificaba un choque modélico entre la globalización, con sus plataformas tecnológicas como avanzada, y Brasil como estado nacional, que no niega el gran aporte tecnológico, pero que pretende sujetarlo a la legalidad propia.
Con los principios enunciados por Milei en su arenga ante la ONU, ¿cuál podría deducirse que sería su posicionamiento frente a un caso como este? ¿Se allanaría a las “fuerzas de la libertad” que invocaba su amigo Musk o enfrentaría, como los brasileros, a lo que él mismo definió, al hablar de la ONU, como “un modelo de gobierno supranacional que pretende imponerle a los ciudadanos del mundo, un modo de vida determinado”?.
Su amigo Musk le ahorró la solución del dilema: el magnate se allanó al reclamo judicial de Brasil, depositó una multa de más de 3 millones de dólares. Entre los titulares de esas cuentas hay un alto funcionario de Javier Milei, Fernando Cerimedo.
Del caso Brasil versus Musk no cabe deducir que haya habido un retroceso del proceso de globalización, que -con el empuje del cambio tecnológico- sigue siendo el gran motor de transformaciones de esta época. Ha habido, sí la voluntad nacional de sumarse a la transformación con sus propios rasgos y sus propias normas, que de eso se trata un estado nacional. Ni aislamiento ni disolución.