Opinión

¿El plan de Milei, o de Bausili?

Una serie de medidas monetaristas han ayudado a dar el primer paso con éxito. Ahora hay que continuar con los pasos acertados

Con todas las explicaciones que se puedan dar, sin necesariamente disputarlas, el proyecto original del presidente -aunque le enoje mucho leer esta opinión a el y sus fanáticos– ha mutado. De una declaración de libertarismo a ultranza, que excedía los principios del liberalismo clásico, ha pasado a ser un esquema monetarista de Banco Central, (ex quemado).

Como si tras su conversión del keynesiansimo a la escuela austríaca, hace seis años según su propia confesión, ahora se hubiese convertido a la rama más extrema de la escuela de Chicago. Habrá que ver adónde lo llevan las sucesivas conversiones. 

Para tratar de ayudar a entender los pasos que han llevado a dar forma a este plan, habrá que empezar por comprender que se ha aplicado luego de varias vueltas un equivalente al plan Bonex de Erman González, que fuera el paso necesario hábilmente impulsado por Cavallo antes de su gestión como ministro de economía que posibilitó la Convertibilidad. 

Empezando por el problema de las leliqs, lebacs y pases, que creaba un doble intríngulis: si se quería dolarizar o liberar de algún modo el tipo de cambio, empezando por el cepo y siguiendo por un mercado sin intervención del Central, esa deuda con los bancos, finalmente calzada con los plazos fijos bancarios en manos de la sociedad en general, creaba una potencial demanda de dólares tres veces superior a la base monetaria. Eso obligaba a mantener una tasa de interés altísima para evitar la fuga al dólar que aumentaba el problema al generar nuevas deudas estatales en pesos que crecían exponencialmente. 

Esa misma situación impedía usar la tasa de interés para controlar la inflación, aumentándola para sustituir consumo por ahorro y al mismo tiempo para reducir la velocidad de circulación del dinero bancario, una manera de no fomentar la demanda. 

La solución, que consistió en traspasar la deuda del Banco Central al tesoro y luego emitir un bono indexado en dólares (ahora respaldado en parte por el préstamo del FMI) es ni más ni menos que un plan Bonex con otro nombre, con la ventaja que no incide sobre los particulares. Por supuesto que hay una tácita ¿o explícita? garantía del Central a los bancos de que en caso de un retiro masivo tendrán un respaldo del estado. 
Algo parecido ocurre con las deudas de los importadores. Está claro para cualquiera que el acreedor no era el proveedor del exterior, sino el propio importador que había pagado con sus propios dólares esa deuda, para evitar perder su crédito, que ahora recibirá en Bopreal, o sea otro bono indexado en dólares, o sea un plan Bonex con otro nombre. 

Lo mismo ocurre con la deuda por dividendos de los últimos años con las empresas/inversiones extranjeras, que se acaba de resolver con la emisión de otra serie de Bopreal, o sea otro Plan Bonex. 

Es decir que han desaparecido los grandes obstáculos que requerían disponer de cifras desproporcionadas de divisas para poder dolarizar, o simplemente aplicar una libre competencia de monedas, o, para denominar correctamente el sistema, para permitir la libertad de contratación en cualquier moneda. 

Lo que significa que salvo la liberación a los particulares, que permite que ahora puedan comprarse o vender divisas sin intervención del estado ni límites, (salvo la indefendible y arbitraria retención impositiva en las tarjetas de créditos y los pasajes, una estafa en toda la regla) y  los limiges creados por el sistema antilavado que es una excusa que excede la potestad de los gobiernos nacionales, las dificultades del sistema se han limpiado con una suerte de acción estatal unilateral y no consensuada, o al menos forzada. 

Es posible, y razonable, que no haya habido otro camino, o al menos no se le ocurre a la columna otra salida mejor muy distinta de la actual. Como se ha dicho aquí, es positivo que se haya dado el paso de eliminar el cepo a los particulares y aún el control estatal del mercado de cambio (que es otra cosa). Por supuesto que esa libertad sólo funcionará mientras el precio de la divisa no toque ninguna de las dos bandas, momento en el cual dejará de serlo. Lo ideal sería que esas bandas desaparecieran en el momento en que el gobierno se sienta más seguro de los efectos de la libertad que pregona a los gritos. 

Otro elemento que se ha incorporado que debería revisarse es el plazo de 6 meses de parking concedido a las inversiones extranjeras, que casi garantiza un carry trade que no debería ser fomentado ni tolerado. Esa nueva norma debe ser revisada de inmediato.  

También debe revisarse el mecanismo de sugerir a los supermercados que no acepten nuevas listas de precios con aumentos de sus proveedores, que no sólo se aleja drásticamente de las ideas de libertad, sino que es un mal mensaje cuando se necesita imperiosamente de inversiones cuya condición sine qua non es la libertad y la no intervención estatal. Esta creencia sobre los mecanismos de formación de precios es peligrosamente parecida a la de la peor izquierda, a la vez que se contradice con el mensaje gubernamental de que “no hay pesos, en consecuencia no habrá inflación”.

En la misma línea, es improcedente la amenaza/advertencia al agro de que las retenciones podrán reimplantarse en breve para empujarlos a la liquidación de sus importaciones. No solamente se trata de una importante intervención del mismo estado que supuestamente debía desaparecer, sino que reivindica el concepto confiscatorio de que los dólares son de los importadores, no del estado. Algo contradictorio también cuando se tiene en cuenta que la más rápida reacción inversora y generadora de divisas legítimas y auténticas es  la del agro, ahora intimidado. La eliminación de las retenciones debe ser entonces una prioridad absoluta, no un garrote amenazante para forzar la venta de dólares propios. 

Si bien es cierto el establishment empresario prebendario nacional no es partidario de una unificación/liberación real cambiaria, lo que le quitaría las ventajas de su proteccionismo peronista/cepaliano/mussoliniano, la liberación y unifiación cambiaria general lisa y llana es también otra condición imprescindible para las nuevas inversiones, esenciales para el crecimiento, sin el que ningún futuro es auspicioso. 

Aun comprendiendo la necesaria solidaridad con pobres, planeros, jubilados de favor, empleados estatales, jubilados sin aportes que cobran la mínima y que reciben bonus, provincias de generosidad y robo incontrolables, el mecanismo estatal nacional, luego de décadas de creciente solidarismo, ha fomentado el consumo de productos básicos de poco valor agregado en vez de los productos que consume la clase media, que son los que producen el real crecimiento y la inversión asociada  previa o consecuente, que es lo que en definitiva genera más empleo, también imprescindible para hacer un país sostenible. 

Se ha alcanzado un cierto estatus de equilibrio imprescindible para continuar trabajando en un sentido posible para el país. Pero es imprescindible reforzarlo, sostenerlo y mejorarlo con los pasos siguientes y sobre todo no desvirtuarlo ni dejarse confundir en el camino a seguir, para lo que el gobierno a veces parece muy permeable. Hay quienes insisten en la necesidad de “cuidar al presidente”.  Ese consejo no debe confundirse con “influir sobre el presidente”, un planteo que puede ser interesado y ayudar a confundir el objetivo. 

Este momento de aparente tranquilidad y equilibrio se ha alcanzado otras veces, ciertamente con otros marcos de responsabilidad fiscal. Pero ahora es trascendente tener en cuenta también la calidad del superávit fiscal, no solamente los números fríos de una planilla. Y ahí se abre otra incógnita que no es menor.  Y menos aún electoralmente. 

Como en todas las circunstancias de la vida de los pueblos, el paso inicial de apertura parcial del cepo y hacia el libre mercado es positivo. Ahora importa no equivocarse ni dejarse equivocar en el paso siguiente, y así en los sucesivos pasos.