“Acercate a mí, que entre los dos vamos a hacer capote”. La leyenda cuenta que Antonio Sastre le dio ese mensaje a un pibe rosarino que tenía un puñado de partidos en la Selección argentina. Vicente de la Mata, el muchacho de 19 años, no podía contradecir al Cuila, figura de Independiente y del fútbol nacional. Fue tan obediente que se convirtió en la carta de triunfo en la finalísima del Campeonato Sudamericano de 1937. Marcó los dos goles albicelestes para vencer a Brasil en un duelo brutal que empezó el 1 de febrero y terminó a la madrugada del día siguiente.
De la Mata hacía dos semanas había cumplido 19 años y un día después, casi como un apropiado regalo, había debutado en la Selección en el 1-0 sobre Perú. Luego fue parte de la derrota por 3-2 a manos de Uruguay. Ese traspié representó un golpe duro para Argentina, que peleaba el título del torneo que hoy se denomina Copa América, pero que en aquel entonces recibía el nombre de Campeonato Sudamericano.
El Seleccionado era conducido técnicamente por Manuel Seoane, legendario goleador de Independiente en el tramo final del período amateur y en los albores del profesionalismo. En realidad, La Chancha hacía lo que podía con los jugadores que escogían los dirigentes de la Asociación del Foot Ball Argentino, la denominación original de la actual AFA. Es cierto que, más allá del curioso hecho de que la elección del plantel no pasara por él, el entrenador contaba con un excepcional grupo de futbolistas.
La Selección argentina contaba con un plantel de notables figuras.
Permanecían en el equipo tres sobrevivientes del Mundial de 1930 como Carlos Peucelle, Francisco Varallo y Roberto Cherro. Estaban Enrique Guaita -había sido campeón en 1934 jugando para Italia-, Alejandro Scopelli y Alberto Zozaya, miembros de Los Profesores, mítica delantera de Estudiantes; debajo de los tres palos se plantaba un arquero fantástico como Fernando Bello y en el medio se lucía Ernesto Lazzatti, el Pibe de Oro de Boca. En la punta izquierda hacía magia El Chueco Enrique García y, por si fuera poco, quemaba sus últimos cartuchos el primer gran ídolo popular argentino: Bernabé Ferreyra. Y estaba Sastre…
DOS CANDIDATOS FIRMES
Con ese equipazo, Argentina se presentaba como firme candidato al título en ese Sudamericano que tenía como escenario principal a la cancha de San Lorenzo, el viejo y entrañable Gasómetro de avenida La Plata. Algunos encuentros se disputaban en el estadio que River tenía en el corazón de la Recoleta, en Alvear -hoy Del Libertador- y Tagle y en el que Boca era local antes de la construcción de La Bombonera, en Brandsen y Del Crucero (la actual calle Del Valle Iberlucea). Sus principales rivales eran Uruguay -ganador del certamen de 1935- y Brasil.
Los celestes atravesaban por ese entonces un período de renovación. Ya no contaban con los antiguos próceres olímpicos de 1924 y 1928 y del elenco campeón del mundo en 1930 solo quedaban el arquero Enrique Ballestero y el técnico Alberto Supicci. En la defensa estaba Avellino Cadilla, quien en 1941 llegó a River para integrar el equipo que albergó a esa magnífica delantera que quedó en el recuerdo como La Máquina. Y en el ataque aparecía Severino Varela, futura pieza clave de Boca en los campeonatos de 1943 y 1944. Sí, el hombre de la boina blanca que cabeceaba como los dioses…
Brasil, el gran rival en la lucha por el título.
Adhemar Pimenta, entrenador de Brasil, había desechado en esa oportunidad a dos fenómenos como el defensor Domingos Da Guía y el genial atacante Leónidas, apodado El Diamante Negro. Así y todo, podía jactarse de disponer de notables jugadores como el guardavalla Jurandyr -en la Argentina se lució en Ferro y en Gimnasia-, el defensor Jaú, el mediocampista Oswaldo Brandao -futuro DT del Independiente ganador del Nacional de 1967- y los delanteros Tim, Patesko, Luisinho y Carvalho Leite. La base de ese plantel cumplió un destacado papel en Francia 1938.
Cuando la pelota comenzó a rodar, argentinos y brasileños mostraron una clara superioridad sobre los otros contendientes. El hoy pentacampeón del mundo todavía no usaba camiseta amarilla, sino que vestía una blanca con vivos azules. Más allá de los colores, le ganó 3-2 a Perú, 6-4 a Chile, 5-2 a Paraguay y 3-2 a Uruguay. Los locales, por su parte, habían dado cuenta de Chile por 2-1 y luego habían derrotado 6-1 a Paraguay y 1-0 a Perú. La caída por 3-2 a manos de los celestes complicó la definición.
El Sudamericano, que por primera vez incluyó partidos nocturnos y permitió la sustitución de jugadores, era un hexagonal en el que los equipos se medían todos contra todos. En la última fecha, con dos puntos de ventaja, Brasil se encontró con Argentina. Los tablones del Gasómetro albergaron a 65 mil espectadores que disfrutaron el éxito albiceleste con un gol del Chueco García. Ese resultado dejó a ambos conjuntos igualados en el primer puesto con ocho unidades. La reglamentación obligaba a llevar a cabo un desempate.
El Chueco García fue el autor del gol que hizo posible el desempate contra Brasil.
MÁS QUE UNA FINAL, UNA BATALLA
El duelo del 1 de febrero -se jugó 48 horas después del anterior- era una final con todas las letras. Seoane y los dirigentes de la AFA decidieron prescindir de algunos titulares como el centromedio José María Minella, el zaguero Juan Carlos Iribarren y el Conejo Scopelli. Entraron Lazzatti, Luis Mario Fazio y Cherro. Brasil optó por mantener a la mayoría de los que habían perdido el partido anterior, incluido Tim, quien tres décadas después fue el técnico de Los Matadores, la formación con la que San Lorenzo ganó en forma invicta el Metropolitano de 1968.
La finalísima fue mucho más que un partido de fútbol: resultó una batalla despiadada entre dos rivales decididos a todo. Poco después del pitazo inicial del árbitro Luis Mirabel, Britto castigó sin piedad a Cabecita de Oro Cherro, el goleador de Boca. Al rato, Zozaya se cobró venganza en nombre de su compañero y arremetió contra Brandao. Carnera le pegó a Varallo y Cañoncito se dio vuelta y se desquitó con una trompada. De jugar, ni hablar.
El puñetazo de Varallo al defensor brasileño desató una pelea generalizada en el medio de la cancha. Saltaron al campo varios hinchas que no quisieron perderse la oportunidad de dar unos buenos golpes. El partido estuvo suspendido durante 40 minutos. Cuando la paz volvió -al menos para que se reanudara el encuentro- quedó demostrado que solo había habido una tregua, ya que la furia era ama y señora de esa noche en la cancha de San Lorenzo.
Una multitud se acercó al Gasómetro para presenciar el partido que definió el título del Sudamericano de 1937.
Brandao le devolvió gentilezas a Zozaya y Cherro a Britto. Por alguna extraña razón, luego de esas últimas escaramuzas, por fin Argentina y Brasil comenzaron a mirar con más ambición el arco de enfrente que las piernas de sus adversarios. Fue el momento en el que la habilidad del Chueco García impulsó las pretensiones argentinas, secundado por la experiencia de Peucelle y el empuje de Bernabé Ferreyra. Barullo y La Fiera habían entrado por Cherro y Zozaya, respectivamente. También había ingresado en lugar de Pancho Varallo el pibe De la Mata, quien debía seguir el consejo de Sastre, porque juntos podían “hacer capote”.
El 0-0 se extendió durante 90 minutos. La paridad era absoluta. Eso llevó la definición al suspenso del tiempo suplementario. El 1 de febrero había quedado atrás hacía largo rato y ya el reloj se acercaba a las 2 de la madrugada del segundo día de ese mes. Cuando estaba a punto de extinguirse el primer cuarto de hora del alargue, el Chueco mandó un centro que Bernabé no pudo conectar por la buena respuesta del arquero Jurandyr y la pelota le cayó a De la Mata. El muchacho rosarino la empujó al fondo del arco brasileño.
Bernabé Ferreyra, el primer ídolo popular del fútbol argentino, saluda al joven Capote De la Mata.
Ya cerca del final del partido, Peucelle se escapó con la pelota dominada y lanzó el pase preciso para que De la Mata terminara de cubrir su cuerpo con el traje de héroe para hacer realidad el 2-0 que le dio el título a la Selección argentina. Tenía razón Sastre, ese jugadorazo que llevó de la mano al pibe que sacó chapa de crack y que, desde ese día, perdió su nombre y ya no fue Vicente de la Mata, sino Capote De la Mata.
Argentina 2 – Brasil 0
Argentina: Fernando Bello; Oscar Tarrío, Luis María Fazio; Antonio Sastre, Ernesto Lazzatti, Celestino Martínez; Enrique Guaita, Francisco Varallo, Alberto Zozaya, Roberto Cherro, Enrique García. DT: Manuel Seoane.
Brasil: Jurandyr; Carnera, Jaú; Britto, Brandao, Afonsinho; Roberto, Luisinho, Cardeal, Tim, Patesko. DT: Adhemar Pimenta.
Incidencias
Segundo tiempo: Carlos Peucelle por Cherro (A); 13m Carreiro por Roberto (B); 16m Bahia por Luisinho (B); 20m Bernabé Ferreyra por Zozaya (A); 36m Vicente de la Mata por Varallo (A); 36m Carvalho Leite por Cardeal (B). Primer tiempo suplementario: 12m gol de De la Mata (A). Segundo tiempo: 7m gol de De la Mata (A).
Estadio: San Lorenzo. Árbitro: Luis Ángel Mirabel, de Uruguay. Fecha: 1 de febrero de 1937.