No hace mucho hemos fundado una mesa de amigos, donde pensamos reunirnos el último miércoles de cada mes. Como dos de los fundadores son aviadores navales, la hemos bautizado La Mesa del Pez Volador.
Y me propongo formular aquí el elogio de las mesas, sobremesas y tertulias que faciliten reuniones aptas para conversar sosegadamente con gente afín.
Porque los tiempos que corren conspiran contra ello, con sus apuros y sus urgencias. Lo cual me recuerda una estrofa del verso de Juan Carlos Dávalos titulado Mi Ford, donde el gran poeta salteño dice:
"Yo no tengo apuro, negocios, ni estancias,
pero quien me viera veloz como el viento
tragar las distancias rugiendo mi Ford
cree que me protestan algún documento
o me ocurre un caso de fuerza mayor".
DESPACIOSAMENTE
También, aunque resulte paradójico, el exceso de comunicación conspira contra ella. En efecto, los emails, los whatsapp y el mismo teléfono han llevado a que la comunicación fácil torne innecesario reunirse para tratar un asunto o, sencillamente, para conversar.
Remediar tal situación es lo que nos ha llevado a conformar la Mesa del Pez Volador, a fin de poder conversar despaciosamente de cualquier cosa. Y de elegir con quiénes vamos a hacerlo.
Las cosas van mal cuando la gente no se detiene a charlar. Santa Teresa de Avila señalaba que las almas necesitan un desaguadero, momentos para hacer confidencias y oír consejos.
Porque si el hombre se encierra en sí mismo para rumiar sus cosas, difícilmente hallará solución para ellas y correrá el riesgo de caer en la misantropía.
A fin de conjurar tal riesgo es preciso crear espacios para el encuentro, para la charla, para la confidencia. Y eso es lo que hemos procurado al fundar La Mesa del Pez Volador, seleccionando con cuidado sus comensales.