Las finales de los Mundiales de fútbol rara vez se pierden en los laberintos del olvido, mucho menos para los amantes del juego. Suelen tener, esos partidos históricos, momentos que se graban como suspiros de éxtasis en la memoria. El 9 de julio de 2006, la final que disputaron Italia y Francia que se llevaron los tanos en la definición por penales después de jugar más de 120 minutos, tuvo sus mojones, como todas. Y uno fue el primer gol francés, que llegó tras la ejecución magistral con un disparo desde los doce pasos de Zinedine Zidane. Zizou se la picó al gigante Gianluigi Buffón, la pelota dio en la parte baja del travesaño y entró apenas unos centímetros dentro del arco. Inolvidable.
Ese gol que abrió el partido en el Olímpico de Berlín fue un puñal en cámara lenta. Nunca antes se había visto tamaña aventura en una final de Copa del Mundo. Atrevido y único, el crack galo, quien ya había logrado el Balón de Oro en 1998 y fue elegido entonces como el mejor del mundo por la FIFA y mejor futbolista europeo de los últimos 50 años por la UEFA, tenía espalda para envalentonarse. Y para definir de esa manera que puede hasta resultar canchera, displicente, casi obscena.
El fin de semana que se fue, Francisco David Fydriszewski, quien surgió en la Primera de Newell´s hace diez años y pasó por Villa Dálmine en el Ascenso, Argentinos Juniors y clubes de Chile y Ecuador, quiso hacer lo mismo que Zidane en aquella final mundialista pero en otro contexto y sin, con todo respeto, gozar de la clase ni la trayectoria que tenía el francés. Encima el hombre eligió un mal momento. Uno pésimo. El peor. San Lorenzo necesita cada punto que disputa para seguir respirando y, frente a Godoy Cruz, completó un partido que había quedado inconcluso en mayo por incidentes, cuando estaban empatando en un gol. El nuevo miniencuentro (se jugaron dos tiempos, uno de 22 minutos y otro de 23), una nueva oportunidad que tuvo el elenco de Boedo, no alteró el resultado pese a que, en el epílogo del complemento, el árbitro Jorge Baliño dio un penal para el Ciclón.
Fantasía pura: la exquisita definición de Zinedine Zidane contra Gianluigi Buffon en la final de Alemania 2006.
La chance de marcar el segundo gol, el de la victoria, estuvo en los pies de Fydriszewski. El delantero, quien acaba de llegar a San Lorenzo (lleva jugados apenas 4 partidos con la camiseta azulgrana) se hizo cargo de un penal que ni siquiera le correspondía ejecutar, puesto que el designado de antemano para la ocasión era el consagrado español Iker Munian. El delantero hizo caso omiso de aquella elección del DT, tomó carrera y sumergió su botín derecho en el césped más de lo aconsejable con la intención de ganar el partido sutilmente y ¿dejarlo en ridículo a Franco Petroli? Pero su disparo fue tan blando que el arquero del Tomba, quien se había arrojado a su izquierda, pudo reincorporarse y tomar la pelota con ambas manos, como una bendición del destino.
El partido se terminó allí y a San Lorenzo se le escaparon dos puntos tremendos. Y como su campaña ya es tan pobre que lucha por no descender, todo se magnificó. La acción de Fydriszewski, que alguien puede interpretar como una genialidad si termina en la red y como una payasada si no es gol, permitió que se disparara un escándalo. La manera en que ejecutó el penal el delantero desató la ira de rivales, compañeros y del entrenador Leandro Romagnoli, quien incluso renunció a su cargo horas después, víctima del nuevo mal resultado. Ni hablar del enojo de los hinchas del Ciclón.
No es por demonizar al pobre Fydriszewski. Son muchos los players que intentaron la misma polémica maniobra con suerte dispar. Pero picar un penal está mal. No tiene mucho sentido. Es sobrar al rival. Es correr un riesgo innecesario. Es negligente. Es mayor el peligro que la recompensa. Si bien el fútbol es el arte del engaño, no todos los futbolistas son grandes artistas. Quizá tengan otra virtudes pero no todos son magos. Amagar es hacerle creer al rival que uno va a hacer algo que no va a hacer. Y para patear un penal en el último minuto, con la responsabilidad que puede conllevar eso dependiendo de las circunstancias del partido (resultado parcial, la tabla de posiciones, clima de la semana, momento del equipo, paciencia de los hinchas), hay que reducir riegos. Por lo menos, no ser irresponsable.
Con una publicación en sus redes sociales, el atacante azulgrana les pidió disculpas a los hinchas.
Tras el encuentro y luego del estallido, el delantero se lamentó. "Quiero pedir disculpas a los hinchas de San Lorenzo y a todos mis compañeros. Sé que la forma en la que ejecuté el penal fue imprudente y perjudiqué al equipo", publicó en sus redes. Lo primero es reconocer el error. Fydriszewski se equivocó y pagó. Ya está. Le puede pasar a cualquiera en cualquier rubro.
Pero lo peor llegó después. Y acá el riesgo de subestimar situaciones en un país irascible como el nuestro, donde la violencia encuentra excusas hasta en un penal mal rematado. En la mañana del martes otra escena absurda, anacrónica e inexplicable volvió a suceder a la vista de todos. Un grupo de barrabravas (nutrido, dicen que eran más de 40 los enajenados) visitaron el entrenamiento de San Lorenzo con el objetivo de apretar a los jugadores bajo el eufemismo de pedir explicaciones.
Dicen testigos del episodio que los delincuentes hostigaron a quienes deberían alentar. Que les exigieron que les ganen el domingo a Barracas Central porque, si no lo hacen, los van a matar. Cuentan que los jugadores se defendieron de las acusaciones habituales, que los más grandes del plantel intentaron decir que ponen huevos siempre, pero que a los violentos nos les importó nada y les gritaron de todo. Es posible que a Zidane nunca le haya tocado vivir una situación semejante por un resultado adverso o una magra campaña de su equipo.
Tras el error de Fydriszewski, renunció Romagnoli y unos días después el plantel fue apretado por la barra brava.