Sólo un desinformado se sorprenderá por el sablazo con que el presidente le recortó de prepo su coparticipación a la Capital Federal. Las provincias, y en especial el peronismo, no quieren a la Ciudad de Buenos Aires. Desde Eva Perón, que siempre fue despreciada en sus círculos sociales y culturales, el justicialismo le tiene una tirria particular. Tampoco Juan Perón se sentía demasiado cómodo en ella, ni Buenos Aires con él. Néstor, un soprano puntero usurero de pueblo, sólo se entendía con los círculos capitalinos con amenazas, prepotencias y gritos, comprando voluntades y manejado prebendas. Ese sometimiento era su escudo y su defensa. Cristina también la odia, (un odio no exclusivo ya que odia todo). Salvo Menem, deslumbrado por sus luces y oropeles, y además perceptivo, el resto del peronismo no se entiende con la Ciudad. Y viceversa.
Una ciudad cosmopolita, todavía con buena educación promedio, de importante raigambre intelectual, muy informada, de pensamiento independiente y crecientemente participativa, no es la mejor materia prima para el populismo, ni para los pichones de tirano. El odio, ese sentimiento precario, complejo y motivador, es entonces comprensible.
El escueto artículo 129 de la Constitución reformada en 1994, que permite la elección de una suerte de gobernador con capacidades diferentes fue redactado apretándose la nariz, de compromiso, inmediatamente neutralizado al año por la lamentable ley Cafiero, que mantiene la suela de la Nación sobre la Reina del Plata, y le crea un yugo de hierro en varios puntos centrales. Si bien formalmente CABA, que licuó hasta su nombre en esa instancia, tiene algo mas de autonomía que hasta entonces, todavía podría hacer suyo el reclamo de los padres de la patria americanos: “No taxation without representation”.
El obstáculo sistemático se notó cada vez que la Nación en manos peronistas tuvo que cederle, junto con algunas funciones que se le delegaron, los fondos respectivos, como ocurrió en el caso de la policía, de larga discusión, en algunas escuelas y hasta en los subtes. La de la justicia es la próxima estocada del sable albertista, que blande en defensa de la honra y el capricho de su dama política, que obligará al distrito a pagar su generosidad presupuestaria en su reforma que impondrá. No es sólo cuestión económica, es también una maniobra de dominación y sometimiento político.
Los resultados electorales de los últimos 20 años aumentaron el odio de la viuda de Kirchner, que además se siente despreciada hasta por el portero de su edificio, de modo que este avance no empieza ni termina aquí. Los ciudadanos de Buenos Aires seguirán sufriendo y siendo atacados en cada pandemia, cada vez que haya un reclamo salarial o de cualquier índole que se le pueda endosar y cobrar de algún modo, con algún otro recorte, alguna traba, algún impuesto, alguna restricción, alguna tramoya legal, alguna reforma judicial. Y ello no ocurrirá dentro de varios años, ocurrirá de nuevo en cualquier momento. El límite de la coparticipación, ya injustamente reducido antes, tiende ahora a cero. Pero el gobierno es capaz de agudizar el ingenio, como dice el copresidente, y sacar alguna otra magia de la galera. Cero no es el límite.
Porque el exabrupto de Fernández muestra una faceta que pasó desapercibida: que las exigencias del FMI ya comenzaron. Entre ellas, las limitaciones que impone para otorgar algún standby salvador. No está permitido ya emitir a lo loco ni será tan fácil lanzar bonos en pesos para pagar gastos corrientes. Por eso se recurre a este zarpazo. Por eso se “agudiza el ingenio” sobre el dinero ajeno. Y por que habrá más reclamos y más funcionarios ineptos a los que salvar, habrá más ataques presupuestarios. No todo se trata del odio a los helechos y los agapantos de la presidente emérita, que reprodujeron con tanta fidelidad sus repetidores de wifi Alberto y Máximo.
En lo ideológico, el argumento de que Buenos Aires es bella y opulenta a costa de las provincias es de una estolidez equiparable a sostener que los ricos lo son porque crean pobreza. Y anticipa el camino que seguirá el gobierno, tanto en lo político como en lo económico. También visible en el argumento infantil de Máximo Kirchner, que sostiene que como CABA es rica, merece menor porcentaje en el reparto de recursos federales. Un disparate jurídico y político que aleja cada vez más la ley de coparticipación que manda la Constitución de 1994 y hace dudar de la posibilidad de cualquier diálogo racional sobre el tema. Con lo que se seguirá distribuyendo a dedo. De paso, la sesuda frase del heredero presidencial anticipa más impuestos y redistribuciones de riqueza. El populismo crecerá y será costeado con más impuestos. Ese es el camino de hierro.
Frente a este panorama, se esperaba la reacción del Jefe de Gobierno. Más allá de su efímero enojo, casi de rigor, su entrega fue de circunstancias. Muchos lo vieron como un discurso presidencial, que aprovecha el protagonismo que le regaló el gobierno con esta traición percibida. Es posible que Rodríguez Larreta se autoperciba como candidato en 2023, y que esté defendiendo sus propias convicciones dialoguistas como ha manifestado. Habría que recordarle que, desde Braden, el peronismo es muy hábil en la elección de enemigos. Si Cristina le apunta con sus cañones, es porque le conviene como rival.
Pero antes de pensar en lejanos sueños presidenciales, hay que pensar en la semana que viene. El Jefe de Gobierno tiene un compromiso con sus ciudadanos. Tal es el de defenderlos de los ataques de un gobierno nacional delirante e incompetente, que se burla de la Constitución, del derecho y de los pactos. No basta con recurrir a una Corte débil por culpa propia y por las manipulaciones y amenazas de desguace o licuación que sufre a diario. Ese proceso, se sabe, no se resolverá sino cuando no importe.
¿Qué hará Rodríguez Larreta mientras tanto? ¿Se aferrará a sus principios dialoguistas mientras su Ciudad es bastardeada y saqueada? ¿Confiará en persuadir a Cristina o en hacerla recapacitar? ¿Seguirá impávido en su interna mientras el dual Lousteau y el tenebroso Nosiglia fraternizan con el gobierno tejiendo pactos que los votantes de Juntos por el Cambio no quieren? Este recorte unilateral significa para el ciudadano porteño una de dos cosas: más impuestos y tasas, o menos y peores servicios. O ambas cosas. El mandatario tiene todo el derecho a pensar en su futuro político. Y a defender su estilo y sus principios no confrontativos. Pero tiene también una obligación con los porteños. ¿Los condenará a sufrir el despojo al que son y serán sometidos? ¿Presentará el recurso ante la Corte y volverá al show del barbijo solidario con los dos victimarios de la Ciudad?
Buenos Aires ha sido y es muy generosa con el resto del país, en especial el conurbano. Con sus hospitales, sus escuelas, aún con el uso de los parques que urtican a Cristina. Y también lo ha sido con los países limítrofes, que usufructúan sus escuelas, su medicina, sus villas gratuitas y su marginalidad rentable. ¿No habría que convocar a un referéndum para ver lo que la sociedad piensa de esa generosidad en esta instancia o en cualquier caso? Ello incluye el tratamiento diferencial del acceso vehicular, como ocurre en muchas grandes ciudades del mundo. Desde un congestion tax mucho más oneroso a los permisos de estacionamiento diferenciales para vecinos . Las solidaridades tienen costo, y alto, en especial cuando los que la proclaman no son los mismos que los que la pagan. ¿Y no es también hora de hacer de la Ciudad un polo aún más fuerte de creación de empleo y de generación de producto bruto propio? La amenaza de la sangría coparticipacioncita recién nace. Empeorará. La desesperación del gobierno central es evidente, sus limitaciones de todo tipo crecen, los reclamos de los hasta ahora gremios amigos lloverán ante la presión de las bases. El populismo se derrumba y enloquece cuando se le acaba la plata. Alguien tiene que defender a la Capital de ese riesgo que no es ni lejano ni imaginario. Máxime en una jurisdicción donde la gobernabilidad depende tanto de la economía. La burocracia multipartidaria tampoco funciona sin plata.
Por caso, ¿quién pagará los costos de la parte que le toca a la ciudad de la justicia, que alegremente se están aumentando ahora con una asignación política de cargos al voleo y a pedido? ¿No será hora de que la Ciudad de Buenos Aires tenga el mismo status que cualquier provincia que aporta 20 veces menos que ella a la torta que se reparte? Aquí se podría sostener el reclamo americano al revés: no representation without taxation. Los contribuyentes porteños tienen derecho a decidir quién y como se atienden en sus hospitales gratuitos, se educan en sus escuelas o entran a la ciudad. Gratis no es una opción. No estaría bueno que Rodríguez Larreta estuviera más preocupado tejiendo sus alianzas y defendiendo su política dialoguista que defendiendo los derechos de sus ciudadanos ante la nación o ante quien fuere. La carrera política de su conductor no le importa mucho a la Ciudad. Hay que hacer lo que hay que hacer. Eso incluye independizarse en la lucha contra la pandemia, para no tener que coparticipar la inutilidad e ineficiencia sanitaria con algunos gobiernos que vienen negociando con la salud hace rato, o cultivando marginales de alta vulnerabilidad.
Por eso el discurso del Jefe de Gobierno no fue el del jueves. Su discurso empieza el lunes. Mejor que enojarse es ponerse firme. Acaso allí se puede empezar a plasmar el verdadero liderazgo de quien pretenda competir por la presidencia de la Nación. Sería una buena variante empezar a demostrar los liderazgos en momentos de crisis. Y la Ciudad de Buenos Aires, además de la pandemia y del desastre económico que no ha culminado, ha entrado en una crisis existencial inducida. Aunque no lo quiera saber.