Si el bicentenario de la Revolución de Mayo se celebró bajo el imperio de un modelo de concentración del poder, intolerancia con los disidentes y populismo, el bicentenario de la Independencia lo hace bajo un signo exactamente opuesto. En contraste con el extinto "modelo K", el de Mauricio Macri sintoniza con la parte de la sociedad que, cansada de enfrentamientos y faccionalismo, ha aceptado un ejercicio del poder más horizontal, el relativismo ideológico y la convivencia pacífica.
Más allá de que ese haya sido o no el proyecto original de regeneración política que prometía el macrismo, el cambio se produjo en los hechos y la diferencia con el pasado inmediato es profunda, cultural, no de circunstancia. El cambio está por encima incluso de la coyuntura económica. Por eso el ajuste no derrumbó a Macri, ni fortaleció a Cristina Fernández. Los votantes siguen anclados en diciembre; es soportar el ajuste o volver al kirchnerismo.
El esquema armado por el macrismo es, además, una combinación de conservadorismo y renovación. Al no desafiar a los poderes preexistentes preserva el `statu quo', pero al mismo tiempo introduce la novedad de que no usa los recursos del Estado para arrinconar a los demás actores económicos y políticos. Este `modus vivendi' garantizó hasta la fecha que las duras reformas se llevaran adelante sin protestas masivas, ni violencia callejera. Los demás poderes del Estado, por ejemplo el Congreso, las acompañaron. Cuando la Corte Suprema se pronuncie sobre el aumento de la tarifa de energía el cuadro podría estar completo.
En 2003 los Kirchner hicieron lo contrario. Asumieron como Mauricio Macri en una situación de debilidad institucional. No controlaban ni los demás poderes del Estado, ni los corporativos. Para fortalecerse optaron por la confrontación, la fuga hacia adelante. Señalaron enemigos reales o imaginarios y los embistieron ostentosamente: los militares, las fuerzas de seguridad, los productores rurales, algunos medios, la Justicia no adicta, etcétera. Ese maniqueísmo no era novedoso, pero dio resultados perdurables.
Macri obró al revés y mostró sus cartas desde el principio con el nombramiento de dos jueces en la Corte. Pretendió designarlos por decreto, pero la dura reacción del hegemónico bloque de senadores peronistas lo hizo retroceder. Reconoció el espacio de poder de los senadores y optó por una salida negociada. Hizo algo original para la política doméstica: abandonó la idea de avasallar a un poder institucional que no controlaba. A pesar de eso su autoridad no quedó dañada. Al mismo tiempo la legitimidad de los nuevos ministros de la Corte estuvo a salvo.
Otra novedad fue no usar el Tesoro para realinear políticamente a sus opositores. Ni clienteliza dirigentes, ni sueña con un `tercer movimiento histórico'. Su objetivo excluyente fue conseguir financiamiento para la transición. Con ese propósito hizo aprobar el pago a los `buitres' y el blanqueo. Lo logró repartiendo fondos como nunca lo hicieron los Kirchner. Compró tiempo, pero no voluntades. Las voluntades las alquiló.
A lo que hay que añadir que el equilibrio de poder de estos seis meses es de hecho, no de sistema. El de sistema que prescribe la Constitución nunca funcionó. Siempre prevaleció el poder presidencial y cuando no lo hizo la anarquía estuvo a la vuelta de la esquina como en 2001.
La neutralidad ideológica, por su parte, corrió paralela a la diversidad de voluntades necesarias para garantizar la gobernabilidad. La tolerancia y el pluralismo sólo fueron desafiados por los intentos `K' de deslegitimar al gobierno. La actitud de un Moreno o una Bonafini fue complementada por la oposición intransigente de la Cámpora. Para ese sector todo lo que plantee Macri es constitutivamente malo. Aunque lo modifique. Aunque proponga un blanqueo como los que el kirchnerismo votó siempre.
Una condición indispensable para que Macri haya podido desarrollar sin mayores sobresaltos su estrategia de pacificación y el método de prueba y error es la postración del peronismo. La megacorrupción, más la falta de conducción y de un dirigente con posibilidades ciertas de éxito electoral mantienen fragmentado a su peor enemigo y olvidadas por el momento las prácticas de desestabilización. Pero ya se está organizando para las elecciones del año próximo en el que la consistencia del `modelo Macri' será puesta realmente a prueba.