Las imágenes se alborotan en la mente. Todas se encadenan hacia un final feliz. Diego Maradona lucha contra la celosa marca de Lothar Matthäus. José Luis Brown salta a la gloria con un cabezazo goleador. Jorge Valdano ratifica su condición de delantero de elite definiendo con categoría. Karl-Heinz Rummenigge y Rudi Völler imponen una inesperada cuota de suspenso. Diego se libra de las ataduras y saca un pase exacto, delicioso para la corrida triunfal de Jorge Luis Burruchaga, quien le gana a ese atleta incansable que era Hans-Peter Briegel y define ante la salida de Harald Schumacher. El Tata Brown aguanta con su hombro hecho añicos… Y la deseada Copa llega a las manos de Diego… ¡Argentina otra vez campeona del mundo! Pasó en México ´86. Se recuerda por siempre…
El duelo a pura velocidad de Burruchaga con Briegel parece imposible. No se antoja lógico que esos dos hombres corran de ese modo en un momento de la finalísima en el que las fuerzas parecían extinguidas. El hambre de gloria no se agota. Y Burru se impone a ese prodigio de exuberancia física que en su juventud había sido decatlonista y puntea justo la pelota para superar la resistencia de Schumacher. ¡Golazo!
Ese tanto había nacido del genio sin límites de Maradona. Diego, que en el primer tiempo había sufrido la asfixiante persecución de Matthäus y en el segundo había tenido que lidiar con el rigor de Karl-Heinz Förster, metió un pase perfecto para que el gol fuera posible. Porque ese inmenso Diego que vistió la camiseta celeste y blanca en las canchas mexicanas como el mejor de los abanderados podía superar cualquier adversidad. No se rendía. Era un prodigio.
CONTRA TODAS LAS CRÍTICAS
En realidad, esa Selección construida por Carlos Salvador Bilardo tenía una fuerza interior muy particular. Se había sobrepuesto a las críticas recibidas en los momentos en que su nivel de juego dejaba todas las dudas y ninguna certeza. Afirmado en sus creencias, el equipo mostró en México una solvencia indestructible. Fortaleza defensiva y esfuerzo colectivo para que Maradona brillara como nunca. “Era una familia donde para que uno descanse, diez laburan”, explicó con notable claridad el periodista Enrique Macaya Márquez en el libro Menotti, el último romántico (librofutbol.com, 2018).
Las huestes del Narigón trabajaron muy bien ese duelo del 29 de junio de 1986 en el estadio Azteca. El técnico le había explicado a Valdano que la final se iba a definir en función de quién ganara el duelo individual entre él y Briegel. Y mientras el entonces delantero del Real Madrid fue clave, el defensor del Verona italiano no tuvo incidencia en el funcionamiento de su selección.
Franz Beckenbauer, el mítico Káiser que dentro de la cancha había revolucionado la función del líbero, estaba al frente de Alemania. Le confirió a un excelente futbolista como Matthäus la marca de Maradona. Seguía un antiguo concepto de una gloria del fútbol como Alfredo Di Stéfano. La Saeta Rubia creía que la mejor manera de anular a la figura del conjunto rival era encargarle la custodia al mejor de su equipo. Y ese día Matthäus cumplió casi a la perfección su tarea.
El mediocampista del Bayern Munich derribó a Maradona sobre el costado derecho del ataque argentino. Burruchaga envió el tiró libre en forma de centro al área alemana. Schumacher falló en el cálculo y quedó fuera de escena. Justo detrás de él apareció, enorme y decidido, Brown para mandar la pelota al fondo de la red con un cabezazo inolvidable.
EL HEROICO TATA BROWN
Ese gol representaba un triunfo personal para el Tata, quien era uno de los integrantes más discutidos del plantel, pero se aseguró en lugar en la historia debido a la ausencia de un fenómeno como Daniel Passarella. También fue una apuesta exitosa de Bilardo, quien confiaba a muerte en zaguero que había sido un pilar en Estudiantes, el equipo al que condujo al título en el torneo Metropolitano de 1982. No le importaba que en esa época ningún club tuviera a Brown en sus planes…
Alemania intentó reaccionar, pero se encontró con la firme retaguardia albiceleste. A Rummenigge se le presentó con una buena oportunidad para empatar, pero no tuvo éxito. Maradona se juntó con Burruchaga en una acción conjurada por el arquero. Los dirigidos por el Káiser no conseguían dañar el entramado defensivo de un rival que podía castigarlos sin piedad si a Diego le aparecía un resquicio para sacar a relucir su clase sin par.
Beckenbauer procuró dotar de mayor poderío ofensivo a su selección con el ingreso de Völler por el intrascendente Klaus Allofs. También le dio libertad a Matthäus y dispuso que Förster tratara de frenar al capitán argentino. Los planes no resultaron como el entrenador esperaba….
Argentina hilvanó un contraataque casi de manual y el Negro Héctor Enrique habilitó a Valdano. El santafesino recorrió casi media cancha con el balón dominado y cuando Schumacher trató de achicarle el arco, el atacante exhibió su frialdad para cruzar la pelota y ponerle la firma a un golazo.
Con 35 minutos por delante, se antojaba que el partido estaba definido. De pronto, Brown chocó con un alemán y en su caída sufrió la luxación del hombro derecho. Su rostro se desfiguraba por el dolor. La lógica aconsejaba que dejara la cancha, pero él no pensaba hacerlo. Valiente, el Tata no estaba dispuesto a renunciar. Agujereó la camiseta con sus dientes e introdujo los dedos en ese orificio para inmovilizar la articulación herida. ¿Cómo iba a bajar los brazos si estaba ante la oportunidad que esperó toda su vida?
BURRU, AUTOR DE UN GOL ETERNO
Los europeos aumentaron la presión con el ingreso del grandote Dieter Hoeness. Era a todo o nada. Pudo haber sido nada cuando Enrique y Valdano estuvieron cerca de aumentar la ventaja argentina. Pero fue todo porque Rummenigge, dejado en absurda libertad por los defensores albicelestes, enterró en el arco de Nery Pumpido la pelota desviada por Völler tras un córner ejecutado por Andreas Brehme. Y poco después, un tiro de esquina idéntico fue cabeceado por Thomas Berthold y luego por Völler, quien, prácticamente cara a cara con el guardavalla, selló el inesperado empate.
Un DT tan meticuloso como Bilardo jamás logró digerir esos dos goles. Constituían casi una afrenta para un ideario que no admitía errores de esas características. Faltaban diez minutos y la final ya era otra. Había desaparecido por completo la comodidad con la que el equipo del Narigón dominaba. La amenaza del tiempo suplementario se hacía cada vez más explícita.
Sin embargo, rodeado por tres adversarios, Maradona encontró el hueco para enseñarle el camino al éxito a Burruchaga con un pase fantástico. Burru corrió perseguido por Briegel. Se acercaba al arco. Cada metro transitado parecía alejarlo de la posibilidad de anotar. Salió Schumacher y los espacios se percibían aún más reducidos, pero el gran mediocampista que en ese tipo vestía la camiseta del Nantes francés tocó la pelota con un derechazo que desarticuló el cierre del arquero y le dio a la Selección su segundo título del mundo con un gol impecable.
El estadio Azteca se tiñó de celeste y blanco. La alegría era solo argentina. También la gloria. La Copa del Mundo estaba en las manos de Maradona, el mejor jugador del planeta.
Argentina 3 - Alemania Federal 2
Argentina: Nery Pumpido; José Luis Cuciuffo, José Luis Brown, Oscar Ruggeri; Héctor Enrique, Ricardo Giusti, Sergio Batista, Jorge Burruchaga, Julio Olarticoechea; Diego Maradona, Jorge Valdano. DT: Carlos Salvador Bilardo.
Alemania: Harald Schumacher; Thomas Berthold, Ditmar Jakobs, Karl-Heinz Förster, Hans-Peter Briegel; Lothar Matthäus, Norbert Eder, Andreas Brehme; Felix Magath; Klaus Allofs, Karl-Heinz Rummenigge. DT: Franz Beckenbauer.
Incidencias
Primer tiempo: 23m gol de Brown (ARG). Segundo tiempo: Rudolf Völler por Allofs (ALE); 10m gol de Valdano (ARG); 17m Dieter Hoeness por Magath (ALE); 29m gol de Rummenigge (ALE); 35m gol de Völler (ALE); 38m gol de Burruchaga (ARG); 45m Marcelo Trobbiani por Burruchaga (ARG).
Estadio: Azteca (Ciudad de México). Árbitro: Romualdo Arppi Filho, de Brasil. Fecha: 29 de junio de 1986.