En la Rusia de finales de los años 30, el régimen comunista (en su eterno afán de arrasar y luego refundar la sociedad a su imagen y semejanza) puso los ojos en el calendario. La excusa era organizar la semana de forma que pudiera mejorar la productividad del país. Fue entonces que Yuri Larin propuso la semana de trabajo continua durante la celebración del Quinto Congreso de los Trabajadores, Soldados y Campesinos Soviéticos. El buen Larin consiguió acceso a la oreja de Stalin e inmediatamente la prensa comenzó a poner en agenda y ensalzar la idea.
Una vez que Stalin se pronunció a favor de la semana continua no pararon de lloverle partidarios. En pocas semanas el Consejo de Ministros declaraba esencial que se prepare la transición al nuevo sistema en empresas e instituciones. Luego de un prolongado desfile de burócratas para ver quién presentaba la idea más patética, se decreta una semana de 6 días. Los días de la semana pierden su nombre y se les asigna un color o un número romano. A cada trabajador se le asigna un color o número. El nuevo calendario también racionalizó la duración de los meses, que pasaron a ser todos de 30 días o sea tenían 6 semanas de 5 días. Los 5 días que sobraban se consideraba que no pertenecían a ningún mes y se situaban intercalados entre ellos. Una pinturita.
Al objetivo incrementar la productividad y permitir que las fábricas permanecieran funcionando todos los días del año, se sumaba el intento de que el nuevo calendario, carente de connotaciones religiosas, borrara de la sociedad la tradición de festejos. Por otro lado, la adopción de una semana de laboral de 5 días, en la que el día de descanso no tenía por qué coincidir con el domingo, hacía más difícil asistir a los oficios religiosos o de cualquier otra festividad que tradicionalmente se celebrara el domingo. El hecho de que el día de descanso no fuera el mismo para todos hizo que la vida familiar se empiojara bastante y lo mismo pasaba con la vida social, ya que era muy difícil mantener el contacto con las amistades de otro color. El intento de deconstruir la estructura familiar y social era evidente y notará el lector que nada nuevo hay bajo del sol aunque nos vendan ideas viejas como la vanguardia del pensamiento.
Pero la productividad no se incrementó, y para colmo, con el nuevo ritmo de trabajo, la maquinaría se estropeaba más rápido al no haber paradas semanales para el mantenimiento. La impopular inutilidad de la semana continua llevó a Stalin a condenar la idea y en junio 1940, se elimina el único vestigio de la reforma que aún quedaba en el calendario. Se abandonó la semana de 6 días y volvió la de 7 días, con el domingo como día de descanso.
INGENIERIA SOCIAL
Este es sólo un ejemplo de la amplia biblioteca de fracasos que los totalitarismos generan cuando la emprenden con el diseño de sociedades según su ideología. Sin embargo resulta una constante el pensamiento totalitario el barrer las condiciones antropológicas que están en la base de las necesidades fundamentales del ser humano: raíces, identidad, lengua, tradiciones en las que poder anclarse y reconocerse, en suma, de inscribirse en un conjunto cultural con conciencia de sus ancestros. De ahí la reincidencia en considerar al pasado como culpable de todo.
Una versión novedosa de este pensamiento surge con lo que se da en llamar lenguaje inclusivo que sostiene la idea de que somos una porquería aunque no nos demos cuenta, y que por lo tanto hay que destruir y cambiar la forma en la que hablamos. Para dejar de ser esta bolsa de horrores debemos deconstruirnos y no seguir siendo seres atrasados. Al cambiar la forma en la que hablamos mágicamente se terminará con los males del planeta.
La idea de que se puede introducir a las piñas un nuevo lenguaje diseñado por algún iluminado se parece mucho al pensamiento infantil según el cual si se es una persona positiva alejada de ideas negativas, se producirá una conexión nigromántica con el universo que logrará que se realice aquello que se desea; de la misma infantil manera los ideólogos de “lenguaje inclusivo” consideran que a través de esta imposición terminaremos por comprar sus formas de pensar y ver el mundo.
Ganar la batalla cultural a través del discurso les abre las puertas del dominio político y ante nuestras narices han emprendido una guerra de palabras. Este intento retorcido de fijar con la fuerza de la voluntad ideológica el pensamiento de una sociedad será un eslabón más en la cadena de estupideces dictatoriales pero hasta que fracase habremos retrocedido. Vamos a los ejemplos:
La excusa del lenguaje inclusivo es que busca no discriminar a ninguno de los sexos. Para esto utiliza expresiones cercanas a la comedia burlesca como las impronunciables niñ@s, niñxs, alumnes amigues. Se sustituye la “o” del masculino neutro por alguna cosa que pretende abarcar a todas las sexualidades diversas dado que parece que la letra “o” es sumamente dañina y traumática para los individuos.
En esta línea cuando quiere referirse a ambos sexos los expresa con: todos y todas, alumnos y alumnas, ciudadanos y ciudadanas y así hasta el sopor final. Este tipo de desdoblamiento artificioso es insoportable de leer y mortífero de escuchar pero es además innecesario desde el punto de vista lingüístico. Existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar a todos los individuos sin distinción de sexos.
NEGOCIOS MILLONARIO
Tengamos en cuenta que el lenguaje inclusivo se ha convertido en un negocio millonario que mueve suculentos subsidios pagados con nuestros impuestos para observatorios, comisarías de género, cátedras, cursos y protocolos que son en la actualidad de carácter obligatorio. Con la excusa de la lucha contra la letra “o” se ha inventado un medio fabuloso para controlar y recortar libertades. Y para vivir de arriba, digamos todo.
La pugna por fijar el lenguaje inclusivo no es un hecho aislado ni una idea de locos sueltos. La ONU ha comenzado a imponerlo, el gobierno lo está utilizando, las fuerzas políticas lo toman como bandera y se ha instalado de forma institucional en la educación. El lenguaje inclusivo inserto en ese marco, ya no es una propuesta si no un conjunto de normas destinado a señalar a quienes no siguen sus instrucciones. El ansia dictatorial de los comisarios del lenguaje inclusivo ya no se molesta en discutir sus ideas, sino que descalifica a quien no lo acepta, impone anatemas y condena al infierno. Quienes no apuesten a hablar con la e, con la x o a repetir masculinos y femeninos hasta el hartazgo serán gente no abierta, no plural, no global o sea señalada como pichones de fascistas.
Este construccionismo social, la idea de que no hay vestigios de condición natural o biológica en la sociedad si no que todo es una construcción de los aparatos de dominación y que por tanto puede ser reemplazada por otra, tiene un lado oscuro. En principio porque nada nos garantiza que los nuevos constructores sociales no sean tan despóticos como los viejos. Pero en segundo lugar nos expone a la refutación de los logros científicos, tecnológicos y sociales más importantes. Si todo es una mera construcción, la ciencia médica, la declaración de los derechos universales o la patria potestad son sólo una construcción viciada, mañana algún iluminado como Stalin podría decidir “deconstruirla” según su buen entendimiento.
Camuflados tras la idea de la lucha contra un lenguaje al que acusan de males que imaginan terroríficos, los gerentes del lenguaje inclusivo se han hecho de pingües negocios desde los aparatos del poder político y para sostener sus privilegios actúan como modernos Torquemadas, persiguiendo a los que discrepan con su ideología hasta extremos que jamás imaginamos ni creímos posibles en plena democracia.
El totalitarismo volverá a fracasar, ya tenemos sobradas pruebas de su ferviente inutilidad pero en el mientras tanto nos va sometiendo con estos embustes, sin prisa pero sin pausa mediante la técnica de no tolerar discrepancias so pena de considerarse víctima de la intolerancia que el mismo totalitarismo profesa. Está en nosotros que fracase por nuestro rechazo o que caiga por su propio peso, la diferencia es el tiempo...y el tener que escucharlos hablar.