El domingo salió campeón Estudiantes (le ganó esa linda final de la Copa de la Liga a Vélez, por penales). Pero la noticia de la muerte de César Luis Menotti, que llegó casi en simultáneo con la definición del torneo, opacó el logro del Pincha. En realidad, lo corrió de escena para la gran mayoría de los amantes del fútbol en Argentina. La desaparición física del Flaco le puso un marco luctuoso a esa jornada que ya era gris cuando dejaba correr, incansable, la llovizna. La pelota estaba llorando, algo debe haber intuido desde temprano.
En el instante en que se conoció la muerte del filósofo entrenador, alto y desgarbado, los recuerdos de los veteranos y memoriosos explotaron. Con la gesta de Mundial 78 en la punta del iceberg como gran excusa, los logros deportivos de Menotti resurgieron. Pero no solo lo títulos que, tal vez, no fueron tantos (ni tan pocos) como el personaje lo ameritó. Sino los que no se pueden medir en copas. Los que cambian historias. Los que pueden fundar, engrandecer, afianzar, corregir, marcar un rumbo. Porque Menotti, qué duda cabe, viró el andar anárquico que llevaba el fútbol nacional cuando promediaban los 70.
Desde esa tarde, en medio de la bruma, empezaron a llover a cántaros las anécdotas sobre la vida del Flaco. Las entrevistas que le hicieron. Fotos, videos. Los ensayos sobre su figura. Aparecieron, en las bibliotecas, los extrañamente escasos libros que hablan de su persona. Uno de los mejores, la extraordinaria biografía que escribieron los periodistas Gustavo García y Carlos Viacava titulada Menotti, el último romántico, resurgió fundamental para poder acercarse, de alguna manera y apenas un poco (porque más era imposible) a esa intimidad que tan bien supo esconder. Y también es muy buena la obra que cuenta las idas y vueltas entre Menotti y Carlos Bilardo (Bilardo-Menotti, la verdadera historia), su gran enemigo íntimo, que tan bien pintaron otros dos colegas como Néstor López y Cayetano. Son, ambos trabajos, genial material de consulta para entender quién fue ese hombre que se crio de chico en Rosario Central y viajó al mundo para terminar su carrera futbolística siendo uno de los socios de Pelé dentro de la cancha y dirigiendo a Kempes y a Diego fuera, desde el banco de suplentes del Seleccionado nacional.
Dos libros que desmenuzan vida y obra del Flaco.
La memoria sirvió, sobre todo, para volver a hablar de sus ideas. Las ideas con que Menotti modificó el escenario, el tablero del fútbol argentino y mundial. Esa fruición que sentía por los secretos del juego que maravillosamente contaba generoso, cuando le preguntaban. Porque, el hasta su muerte Director general de Seleccionados nacionales los compartía con la sencillez de los sabios. Daba cátedra sin pretensiones de profesor. Hablaba y había que escucharlo. Del mundo entero venían expertos en la materia para aprender sus enseñanzas. Algo había pasado en estas tierras lejanas cuando irrumpió Menotti. Y en Europa querían saber.
El mejor del momento, el DT por excelencia que todos quieren imitar, fue uno de los primeros que cruzó el Atlántico para empaparse del tema con Menotti. Josep Guardiola, el actual entrenador del todopoderoso Manchester City y creador del Barcelona de Messi, Iniesta y compañía, que quedó sindicado como uno de los mejores equipos de todos los tiempos, quiso conocerlo a Menotti. Le pidió una audiencia y el Flaco le concedió varias.
“Siento una gran tristeza porque se ha ido alguien con el que he compartido no menos de 30 horas de conversaciones maravillosas, en las cuatro veces que visité Argentina. Para mí era un genio por su idea. Fue el más grande seductor del fútbol argentino”, contó agradecido Pep cuando se enteró de la muerte de uno de sus mentores. Y, como el español, fueron cientos y cientos los entrenadores que quisieron conocerlo para aprender de su verba lírica. Y que, una vez seducidos, se alistaron para siempre del lado de la escuela de Menotti.
Pep Guardiola no dudó en cruzar el Atlántico para charlar de fútbol con Menotti.
“El fútbol debe ser un espectáculo, un show para la gente. No podemos conformarnos con partidos aburridos y llenos de pelotazos”, fue una de las tantas máximas que bajaba si le prestaban un micrófono el extinto maestro. “Cuando yo veo que quieren transformar al fútbol en el mundo de los negocios me da tristeza porque siento una falta de reconocimiento con mucha gente que sostuvo esa pasión que la pelota despierta en cada esquina de la Argentina. El fútbol está en una lucha cruel con los poderes económicos, pero depende de los socios”, disparó hace poco, cuando el tema de las Sociedades Anónimas se volvió a instalar con la llegada del nuevo gobierno pese a que parecía una discusión saldada.
Menotti, zurdo políticamente, nunca gambeteó sus principios más allá de los enemigos que pudiera fabricarse declarando. Y menos lo iban a callar en sus tiempos otoñales. Podía sumergirse en la música, en la literatura. Hablar de pintores, escultores. Hacer analogías sabrosas. Pero el fútbol era su vida. “El gol debe ser un pase a la red”, era una de sus frases de cabecera. Parece una pavada, pero es otra de sus genialidades. Cuando decía eso, se refería a la estética. A la belleza. Al arte. “El 90 por ciento de los jugadores actuales no sabe jugar al fútbol entendiendo por tal un juego colectivo”, se quejaba.
El DT condujo a la Selección a su primer título del mundo.
De eso hablaba cuando hablaba de un pase a la red. “La táctica es programática. Por lo tanto, todo lo que sea programático en el mundo de la acción, donde aparece lo inesperado, no tiene mucho sentido”, explicaba. “El doble cinco es una mentira. El supuesto equilibrio exige más jugadores de contención que creativos. La pelota se puede recuperar no por acumulación de efectivos, sino desde la recuperación de espacios, como hacía la Holanda de Cruyff”, ejemplificaba referenciando a otro sabio de la pelota.
Menotti se fue el domingo y no habrá otro igual. El consuelo es que su obra queda. Como la de todo gran artista y pensador. Porque el hombre fue eso. Bisagra. Marcó un antes y un después en el juego de la pelota.