En honor a la verdad, O mito chegou es uno de los mejores clips políticos del siglo. Búsquelo en YouTube y descubrirá algunas razones del sismo político del otro lado de la frontera, que afortunadamente traerá consecuencias para todo el vecindario. Hay sed de cambios profundos.
De factura impecable, el video muestra como el cerro Pao de Azúcar se convierte en un gigante de roca que se levanta y camina, ante la mirada azorada, divertida o esperanzada de la gente. Hay un pilantra moreno que observa temeroso. Ese coloso es Brasil. Con Jair Bolsonaro, Brasil dejará de ser el gigante adormecido, nos dicen.
El mensaje va al hueso de las aspiraciones de millones de nuestros vecinos, frustrados porque las historias de éxito y desarrollo de los otros miembros del BRICS no se han encarnado en su magnífica nación. "Gigante pela própria natureza,/ ƒs belo, és forte, impávido colosso,", proclama su himno nacional.
Justamente, el talón de Aquiles durante este siglo de nuestro principal socio (del modelo lulapetista, mejor dicho) ha sido su enclenque crecimiento, muy atrás del de China o India, incluso del promedio mundial. Más aun, la incompetente Dilma Rousseff causó la peor recesión desde los años treinta, lo que selló su legítima expulsión del cargo y el repudio en esta elección presidencial (quiso ser senadora por Belo Horizonte, pero terminó en el cuarto lugar).
Orden y Progreso, proclama la bandera de Brasil. Justamente, si las demandas de progreso han sido una de las causas del espectacular triunfo del capitán del Ejército de 63 años, la angustia de los ciudadanos por el sangriento desorden que cunde en las grandes ciudades explica la reacción antiestablishment, que es tanto de carácter político (se hundieron los tres partidos de la rosca hegemónica desde 1984: PT-MDB-PSDB) como cultural (rechazo al garantismo, al coitadismo, al relativismo cultural).
LA LETRA
Otro elemento destacado del clip O mito chegou es la canción rapera (creación de un inmigrante venezolano, vaya paradoja) que recoge, con una fina sensibilidad, el sentir popular:
"O povo já cansou de mentiras, tantas falácias e hipocresía/
Nos tempos de hoje claramente posso ver/
Ele defende o Brasil acima dos seus interesses/
Uma nova onda tomou conta do Brasil/
De forma espont‰nea como jamais se viu/
A honestidade chegando e voltando a cena/
Por isso Bolsonaro é aclamado onde chega!/"
Después hay un palazo al principal grupo periodístico de Brasil y se recoge la divisa positivista de la bandera:
"TV, rádio, revista, jornal, artistas, atores da Globo passam mal/
Mamaram na teta do Governo marginal/
Boquinha vai secar, tá ligado, passa mal/
Ordem e progresso! Quero pro meu país/".
Habla un niño contra la ideología de género en las escuelas, que allí también levanta ampollas entre la laboriosa población cristiana:
"Bolsonaro! Representara um futuro mais feliz/
Ir a escola por que quero aprender, ciencia, matemática, física e portugues/
Sexo! Nao tenho idade pra isso/
Ideologia de género, oh que nojento/
Nasci menino! Vou me tornar um homem/
Deus quis assim, nao me incomode/"
Orden y progreso, insistimos, es la clave. Reconstruir el principio de autoridad en las calles y en la escuela, un deseo -como van las cosas- de media humanidad. Baste recordar que entre las cincuenta ciudades más inseguras del mundo, diecisiete están en Brasil. Más de sesenta mil homicidios por año, guarismos de una guerra civil. Mano dura en las calles, manos limpias en la política, la Patria y la creencia religiosa por encima de las ideologías. Es la convicción de la mayoría del pueblo brasileño (y apuesto doble contra sencillo, de la mayoría de los argentinos). El discurso de Bolsonaro ha conectado con esa aspiración simple, pero a contrapelo de la cultura progresista dominante. No existía a mano nada más antiestablishment.
¿Y la homofobia, el racismo, la misoginia y la violencia de las declaraciones de Bolsonaro (algunas de mucho tiempo atrás, por cierto)? Sí es verdad, el presidente electo es un hombre que pierde fácilmente los estribos y que ha tratado de llamar la atención de la peor manera, pero juró respetar la Constitución. Los gritos histéricos de la izquierda proclamando la llegada del fascismo tropical es un bluff, un ardid de campaña, que le permitió recortar la diferencia de votos tras una campaña electoral más propia de los años sesenta o setenta que del chirle siglo XXI.
El sistema político de Brasil (y la cultura tolerante de su pueblo) tiene los suficientes contrapesos como para impedir un fujimorazo. Por cierto, es el mismo progresismo que adora a la siniestra dictadura cubana y que lame las botas de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.
Además, Bolsonaro deberá gobernar con un Congreso híperfragmentado: 30 partidos representados; ninguna formación contará con más del 12% de los votos. Vale decir, estará obligado a negociar acuerdos. Su base de sustentación legislativa será las tres B: buey, Biblia y bala. Es decir, los diputados y senadores que, independientemente de su filiación partidaria, defienden los intereses de los productores rurales, de la inmensa población evangélica, y los ex policías y militares. Es una sofisticación política que habilita la ausencia de las nefasta lista sábana, que la Argentina populista se empaca en mantener.
NUEVA ERA
Entramos así en la era del Nacionalismo del Siglo XXI, con instintos antiliberales en lo político (para escándalo de The Economist) pero ortodoxo en lo económico lo que permitirá liberar las energías del sector privado, atontadas por la creciente presión impositiva y el estatismo. Es el modelo Donald Trump, un espejo en el que el presidente electo de Brasil gusta de mirarse. El Poder Ejecutivo recupera el protagonismo en defensa de los intereses nacionales, merced a un liderazgo poderoso, a menudo proveniente de los márgenes de la política. Es una respuesta áspera a una globalización, que ha destruido millones de empleos bien pagos en Occidente. El mundo de Bolsonaro, Trump, Putín, Erdogan, Xinping -todos estadistas con musculatura- interpela a los politólogos. ¿No hay lugar para los débiles?
Por otra parte, todo indica que el profesor Paulo Guedes, será el zar de la economía de la administración Bolsonaro. Es probable que se convierta en el Hernan Büchi del Brasil, su modelo mental es el de Chile de los Chicago Boys. Es factible que se apruebe más pronto que tarde la reforma del sistema previsional, incluso más ambiciosa de los que propuso, sin éxito, Michel Temer.
"El problema fundamental de la economía de Brasil es el déficit fiscal originado por el disruptivo sistema de seguridad social. Es un sistema donde no hay edad mínima para jubilarse, ni para hombres ni para mujeres. Por eso es que en amplios sectores de la burocracia estatal proliferan los jubilados con 40 años de edad. La clase social privilegiada en Brasil no es la burguesía financiera sino la alta burocracia del Estado", explicó a este diario el analista Jorge Castro.
El prestigioso economista Antonio Delfim Neto, ministro de Hacienda entre 1967 y 1974, destacó en su última columna en Folha de Sao Paulo que Bolsonaro tiene detrás un buen staff económico, muy profesional, proveniente de la Universidad de Brasilia y de IPEA, "donde predomina una fuerte inclinación empírica".
"Usan una buena teoría y piensan los problemas que han impedido al país restaurar su desarrollo económico, sin el cual a la distribución social es una quimera", escribió el padre del milagro económico de los setenta.
Ante semejante competencia del otro lado del río Iguazú, la Argentina deberá poner las barbas en remojo. Deberá acometer una tarea largamente bloqueada por los intereses retrógrados que ha aglutinado el peronismo: la reforma del Estado.