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El gran Willy

El baúl de los recuerdos. Guillermo Vilas ganó el Abierto de los Estados Unidos en 1977. Doblegó a Jimmy Connors en un partidazo. No fue el número uno del mundo, pero fue el mejor.

El approach de Jimmy Connors pareció haber salido ligeramente ancho. De todos modos, el norteamericano siguió corriendo hacia la red y definió con una volea cruzada luego de la débil respuesta de su rival. Ese adversario era Guillermo Vilas, quien había devuelto con poca confianza mientras miraba al juez que estaba cerca de la línea de base. El gesto de ese hombre con traje gris y gruesos lentes era inequívoco: la pelota había picado fuera de la cancha. Entonces, con el 2-6, 6-3, 7-6 (4) y 6-0 consumado, el argentino levantó los brazos al cielo y disfrutó el dulce sabor de la victoria. Villas acababa de ganar el Abierto de los Estados Unidos de 1977. Willy, el gran Willy, había hecho historia.

Vilas llegó al US Open con una impresionante colección de títulos. Entre ellos nada más y nada menos que el Abierto de Francia. Festejó en Springfield, Buenos Aires, Virginia Beach, Roland Garros, Kitzbühel, Washington, Louisville, South Orange y Columbus. Y luego de imponerse a Connors en la final del Grand Slam estadounidense sumó los éxitos en París, Teherán, Bogotá, Santiago (Chile), otra vez en Buenos Aires y Johannesburgo. Sí, 16 títulos… Y por si fuera poco había sido finalista en el Abierto de Australia. Una máquina de ganar.

Su duelo con Connors en Forest Hills confirmó esa impresionante capacidad para perseguir el triunfo. Si algo caracterizó a Vilas fue su mentalidad ganadora, el afán por perfeccionar constantemente su técnica y su inteligencia para afrontar cada partido. Y, por si fuera poco, además sus 62 títulos que incluyen cuatro de Grand Slam y un Masters, le legó al tenis una jugada que perdurará por siempre con su nombre: La gran Willy.

La victoria ya está consumada y Guillermo Vilas se lanza en un salto triunfal.

Vilas arribó a la final del 11 de septiembre sin perder un solo set. Se quitó de encima sucesivamente al español Manolo Santana (6-1 y 6-0), a los estadounidenses Gene Mayer (6-3 y 6-0) y Victor Amaya (6-3 y 6-3), al español José Higueras (6-3 y 6-1), al sudafricano Raymond Moore (6-1, 6-1 y 6-0) y a otro jugador local, Harold Solomon (6-2, 7-6 y 6-2).

El duelo con Connors, que tampoco había cedido parciales a lo largo de ese torneo que se disputó por última vez sobre esa superficie parecida al polvo de ladrillo, pero algo más rápida antes de mudarse a Flushing Meadows, preocupaba al argentino. Era consciente de que además de un título de Grand Slam estaba en discusión el primer puesto del ranking mundial.

La noche anterior durmió poco. Su entrenador, el rumano Ion Tiriac, le había sugerido que para contener la vehemente naturaleza ofensiva de su contrincante le jugara con slice. La idea era que la pelota le bajara lo suficiente a Connors, de manera que no pudiera atacar. Los nervios ataban a Willy. No le habían servido para librarse de la tensión las casi dos horas que estuvo peloteando antes del partido. Por esa razón, el primer set fue para Jimbo, quien se impuso 6-2 al aprovechar la obstinación del argentino por recurrir al top y dejarle la pelota a pedir de sus exactos drives de zurda que no hallaban respuesta en Vilas.

En el segundo set afloró la tranquilidad de ese marplatense por adopción que se abrazó a la estrategia de Tiriac. El efecto del slice complicaban los tiros planos de Connors. Le costaba levantar la bola y, de ese modo, jugarse a todo o nada apuntando a las líneas ya no era posible. En esa batalla de fenomenales zurdos empezó a prevalecer Vilas, quien se llevó ese parcial 6-3 después de haber ejecutado un formidable passing que dejó parado a su adversario casi en la mitad de la cancha, esa tierra de nadie en la que si no se llega a volear se corre el riesgo de quedar en ridículo.

Después de dos horas de acción y con el partido igualado en un set por lado, Connors se recuperó. Logró una cómoda ventaja de 4-1. Claro que contra un luchador inclaudicable como Vilas esa diferencia no significaba demasiado. La brecha se redujo a 4-2 y el argentino volvió a cambiar el plan de juego. Contraatacó con precisión quirúrgica. Parecía tener un sexto sentido que le indicaba el lugar al que irían los tiros del norteamericano. Lo desacomodaba con el revés y definía con el drive. Uno-dos… Se antojaba la perfecta combinación de un boxeador dispuesto a noquear a su oponente con un trabajo de lenta pero sostenida demolición.

La raqueta en la mano izquierda, la vincha... Willy en todo su esplendor.

Pelotas lentas seguidas por otras veloces y potentes. El repertorio de Vilas era inmenso. El estadounidense había perdido el ritmo del partido. Así y todo, llegaron 6-6 al cierre del tercer capítulo. Jimbo no solía rendirse fácilmente… El tie break fue para el argentino por 7-4.

El cuarto parcial le perteneció a Willy. Dominó de principio a fin. En realidad, su rival había quedado ofuscado por una pelota que le cantaron mala en el tie break y que él creyó buena. Esa situación pareció haberlo sacado de eje. Cuando regresó al partido perdía 5-0. Vilas estaba 40-0 arriba y tenía todo para ganar. Connors se jugó a todo o nada. Levantó tres match-points, pero los dilapidó con una doble falta concediéndole otra oportunidad a su adversario.

Jimbo sacó al drive de Vilas. La devolución fue al fondo de la cancha. Connors apuntó otra vez al vértice izquierdo. La respuesta llegó con un tiro algo más corto. El estadounidense se lanzó hacia adelante y buscó apretar con un approach muy ancho. El argentino le pegó flojito, con la certeza de que el triunfo era suyo. Por más que el número uno del mundo definió con una volea cruzada, la mirada de Willy estaba clavada en el juez que custodiaba la línea de base. Sí, había sido mala. La victoria estaba sellada. Vilas festejó y fue paseado en andas. Willy, el gran Willy, había consumado su obra maestra.

Sí, fue el número uno

Ese 11 de septiembre de 1977, Guillermo Vilas demostró que era el mejor por más que el ranking de ese año se atrevió a discutir esa cuestión. Durante esos 12 meses nadie jugó como ese porteño afincado en cuerpo y alma en Mar del Plata. Era, sin discusión, el número uno del mundo. El curioso escalafón de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) lo mostró segundo después de ese inolvidable triunfo y tercero al finalizar la temporada.

El ranking en aquella época se construía con un criterio distinto al actual. Se promediaban los puntos conseguidos a lo largo del año sin poner un límite de torneos disputados para el cómputo final. Eso perjudicaba a un tenista como Vilas, que jugaba siempre. En 1977 ganó 16 de los 32 certámenes en los que se presentó. Jimmy Connors, que finalizó como líder de la clasificación, fue ocho veces campeón e intervino en apenas 23 torneos.

Cuando la ATP hizo las cuentas, al argentino no le consideró algunas semanas de competencia en las que fue superior a su rival y por eso su coeficiente resultó menor al de Jimbo: 57,50 (1.610 puntos en 28 torneos) contra 59,80 (897 en 15). Increíble pero real, el jugador más destacado del ´77 no fue el número uno. En esos 12 meses había sumado 137 victorias -un récord aún vigente- y había perdido solo 14 veces. Hasta hilvanó 49 triunfos consecutivos, una racha que interrumpió el rumano Ilie Nastase con una polémica raqueta de doble encordado que poco después fue prohibida.

Vilas y Connors, una rivalidad histórica.

El argentino también pudo haberlo sido líder del ranking en 1975, cuando ocupó el segundo puesto al cerrar el año. Había sido campeón en Munich, Hilversum, Washington, Louisville y Buenos Aires, además de haber alcanzado la final de Roland Garros, las semifinales del US Open y del Masters y los cuartos de final de Wimbledon. No importa lo que digan los números. Vilas fue el mejor.

El periodista Eduardo Puppo se entregó al minucioso trabajo de revisar toda la campaña del argentino. Buscó sus partidos semana tras semana, año por año… Encontró varias equivocaciones en la confección de los rankings que ameritaban una corrección. La ATP, orgullosa, nunca enmendó sus errores. Le negó el número uno que sí tuvieron tenistas que hicieron mucho menos en este deporte que él. Esa postergación agiganta aún más la figura de Vilas.