Opinión

El golpe militar de junio de 1943 y las desmemorias peronistas

El acontecimiento intentó no ser un hecho pasajero en la vida política. Los militares, según surge de sus organizadores, no debían retirarse del poder sin antes regenerar por completo la vida política.

Por Marina Kabat *

El peronismo defiende al golpe de Estado de junio de 1943, como un paso progresivo y como una sana reacción al fraude de la década del treinta.

La actual Vicepresidenta, al abrir en 2010 las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación en referencia al peronismo dijo: “Somos el único partido político vigente en la República Argentina fundado por un general. Nuestro ADN se gestó allí cuando las fuerzas armadas acabaron con el fraude patriótico de la ‘Década Infame’ y Perón fue presidente.”

 

“EL RELATO PERONISTA”

Muchas veces opositores políticos a la captura del voto justicialista le concedieron veracidad al relato peronista. Por ejemplo, “La república perdida”, retrata a los promotores del golpe y al GOU en particular (la logia donde participaba Perón) como un sector militar progresista. Los protagonistas del golpe, y Perón mismo, son presentados como ajenos a las estructuras de poder y poseedores de ciertas virtudes democráticas en la medida que reaccionan ante el fraude de la década infame. Esta visión se desmorona cuando se analizan los documentos del GOU o las medidas tomadas en los tres años de gobierno militar.

 

LOS DOCUMENTOS DEL GOU

Pese a que se los presenta como jóvenes coroneles de espíritu democrático la mayoría de los integrantes del GOU, incluido Perón, ya habían participado del golpe militar de 1930 que derroca a Yrigoyen o de las fallidas conspiraciones nacionalistas que le sucedieron. El “Agente informes” del organigrama del GOU, era el jefe de informaciones del ejército, teniente coronel Urbano de la Vega. Esto da cuenta de que no se trata de un grupo carente de peso dentro de la estructura castrense.

El grupo que compone el GOU no es tan joven ni carece de experiencia política. Pero tampoco es parte del generalato. En ese momento la jerarquía del Ejército Argentino estaba conformada por 800 oficiales del grado de mayor o superior. En la cúspide se encontraban solo 37 generales y 121 coroneles. Perón pertenecía a este último grupo. Es decir, sin integrar la elite de los 37 generales, era parte de los 160 oficiales de más alto rango del ejército. Si eso se cruza con la variable ubicación e influencia de su cargo (estaba en Buenos Aires y ejercía como profesor en la Escuela Superior de Guerra), se observa que parte de una posición privilegiada.

Entre los 19 miembros fundadores del GOU que figuran en las “Nuevas bases para la organización y funcionamiento del ‘G.O.U.” y en el “Reglamento interno”, encontramos 2 coroneles, 11 tenientes coroneles, 4 mayores y 2 capitanes. Es decir, que en el comando del GOU los oficiales subalternos (solo dos capitanes), ocupan un lugar marginal, mientras el mayor peso numérico corresponde a los oficiales jefes (tenientes coroneles y mayores), con una menor incidencia global de los oficiales superiores (los dos coroneles), pero que se reservan funciones de importancia dentro del grupo. Estamos, entonces, frente a una organización dirigida por personal ubicado en posiciones muy cercanas al centro del poder castrense, sin estar precisamente en su cúspide.

El GOU no procura una intervención circunstancial del Ejército limitada a eliminar el fraude. Mientras el generalato, más apegado a la tradición liberal, pensaba en ese retorno a las pautas constitucionales, el GOU expresaba un rechazo profundo a la posibilidad de un retorno al orden institucional y democrático, como puede verse en el documento “Situación interna”, probablemente escrito por Perón: “Es indudable que cualquiera de las dos grandes tendencias que venciera en las elecciones, satisfacería los designios de las fuerzas que hoy se mueven ocultamente detrás de intereses inconfesables de traición… De esta manera, el país no puede esperar solución alguna dentro de los recursos legales a su disposición. El resultado de las elecciones no será en caso alguno beneficioso para él. El pueblo no será tampoco quien elija su destino, sino que será llevado hacia el abismo por los políticos corrompidos y vendidos al enemigo.”

 

“NO ES UN HECHO PASAJERO”

La idea de que el golpe no es un hecho pasajero en la vida política y que los militares no deben retirarse del poder sin antes regenerar por completo la vida política, reaparece en las noticias del GOU.

En un boletín de mediados de julio de 1943 se declara que: “Los políticos que tanto daño han hecho a la patria han comenzado el asedio de la casa de gobierno (…) Estos vendepatrias afirman que el Sr. Presidente está cansado y que en marzo se llamará a elecciones, asegurando que, así como en la revolución del año 1930 se entregó el país al partido conservador, en esta oportunidad le será entrega al partido radical, o bien a un frente popular”.

El GOU afirma que esto es “una burda mentira”: “los políticos no gobernarán al país ni un minuto antes de que hayan cumplido la tarea de regenerarse, porque no lo permitirá el Ejército, y, creemos que cuando esa tarea moralizadora termine, habrán desaparecido sin excepción, los que al conjuro de mezquinos intereses llevaron al país a la postración moral, y para entonces otra generación estará a cargo de los destinos de la patria”. Por ello, prosigue el mismo documento, el “GOU se compromete a lograr la destrucción del régimen político que tanto daño hizo al país, y el aniquilamiento de sus nefastos dirigentes”.

Salvo en las ideas de algunos generales pronto desplazados, como Rawson que no llega ni a jurar como presidente, el de junio no era un mero golpe correctivo, destinado a enmendar los males de la década infame y el fraude. No había intenciones de convocar pronto a elecciones. A través de las sucesivas crisis salen fortalecidas las posiciones más nacionalistas y reaccionarias.

Crece el poder del GOU y de Perón y el gobierno deja de llamarse a sí mismo “provisional”. Como dice el documento citado antes de que se llamara a elecciones iba a producirse un recambio generacional. En otras palabras, las urnas estaban bien guardadas.

 

ATAQUE A LA UNIVERSIDAD REFORMADA

La reforma universitaria era uno de los legados de la apertura democrática iniciada con la Ley Saénz Peña. El gobierno militar buscó retrotraer la vida universitaria a los tiempos previos a la reforma a través del nombramiento de rectores e interventores vinculados a la derecha católica, como el nombramiento de Jordán Bruno Genta en la Universidad del Litoral.

El 21 de agosto de 1943 esto es saludado en el Boletín de noticias del GOU como un signo del inicio de la “revolución intelectual”: “El nombre del Doctor Genta en la Universidad del Litoral, será una garantía para el futuro de la juventud argentina”. Las medidas de Genta, como los despidos desencadenan un conflicto universitario, dando lugar a protestas de docentes y estudiantes que se manifiestan contra las cesantías y la injerencia de la iglesia en los claustros.

En medio del conflicto se nombra en el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública a Gustavo Martínez Zuviría, quien escribe con el seudónimo de Hugo Wast novelas de claro tinte antisemita. Desde entonces, se avanza en una confesionalización integral de la educación. Zuviría intervino todas las universidades y disolvió la FUBA.

Pese a la represión el movimiento estudiantil no se desactivaría. El fin de la Segunda Guerra Mundial le da un nuevo impulso a las protestas. Previendo estos hechos, instrucciones secretas del Ministerio del Interior a los interventores de las provincias indican que deben permitirse las manifestaciones, pero no tolerarse que estas sirvan de excusa a reclamos locales. Cuando demandas aparecieron la represión no se hizo esperar.

El 17 de agosto de 1945 al festejarse la rendición de Japón, dos jóvenes, Enrique Beltran y Enrique Blaisten son asesinados. La represión alcanzó a los diarios La Prensa, La Razón y Crítica que sufrieron atentados.

Seis meses después se realizaron finalmente las elecciones que estos jóvenes reclamaban. Los comicios fueron limpios. No estuvieron presentes las formas tradicionales de fraude. En gran medida por el control del ejército sobre las elecciones. El ejército fue también el único custodio de las urnas desde la votación hasta el posterior conteo, sin ningún tipo de fiscalización externo, lo que puede haber habilitado (o no) nuevas formas de fraude que nadie se ocupó de prevenir. En cualquier caso, los nombres de los jóvenes que dieron su vida reclamando contra un gobierno militar, que en ese entonces no tenía fecha de finalización prevista, no han quedado en la memoria.

Mientras que los estudiantes que en los años treinta reclamaron contra el gobierno militar de Vargas en Brasil tienen su mausoleo en el obelisco del Parque Ibirapuera en San Pablo; Beltran, Blaisten, Feijoo y otros son olvidados por el relato peronista transformado desde el Estado en historia oficial.

 

* Doctora. Investigadora independiente del Conicet y autora de “Perónleaks, una relectura del peronismo en base a sus documentos secretos, 1943-1955”. (Ediciones RyR - 2017).