Después de la muerte de Néstor Kirchner la actividad de la presidenta cobró un fuerte impulso. Apariciones cotidianas, mucha cadena nacional y reformas en el gabinete reforzaron la imagen de que estaba en el puente de mando y que no debía temerse una crisis de gobernabilidad.
Ese envión parece, sin embargo, haber comenzado a perder fuerza. Cuando enfrentan problemas de gestión los ministros se manejan por las suyas. Eso es, al menos, lo que se oye de algunos miembros del gabinete.
A causa de la crisis energética, por ejemplo, Julio De Vido amagó descargar la ira del estado sobre Edesur y hasta se barajó la posibilidad de que el negocio pasase a manos de empresarios argentinos con buenos contactos en el kirchnerismo.
La ofensiva, no obstante, duró poco. Finalmente el ministro diluyó la responsabilidad por los cortes anunciando que también se auditaría a Edenor y Edelap. La Casa Rosada no hizo ninguna declaración ni dio ninguna señal sobre un tema que tiene un muy fuerte costo político para las autoridades.
Cualquiera sea el rumbo que finalmente tome el asunto, tampoco se hizo nada para resolver el problema de fondo y seguramente nada se hará en los próximos meses. Alcanzó con que gran parte de los habitantes de la Capital y del conurbano se mudaran a la costa para bajar la demanda y trasladar el problema de jurisdicción.
De Vido, por su parte exhumó una resolución en la que se aseguraba que en los últimos tres años la prestación de Edesur había tenido un “acelerado deterioro”, pero no explicaba por qué se tardó tanto tiempo para reaccionar. También se exigió que la empresa invierta más de 400 millones de pesos, pero en los últimos cuatro años ganó 226.
La ecuación no cierra por un problema de fondo: las tarifas están congeladas y los precios que pagan los consumidores son absurdos, por lo que la demanda de energía es altísima. Se palió el problema importando combustibles a precios siderales, pero cuando lo que falla es la distribución, el único remedio es invertir más, algo que bajo las actuales circunstancias no resulta imaginable.
En resumen, la dificultad deberá ser resuelta por la próxima gestión, mientras se gasta una cifra monumental en subsidios para no aumentar las tarifas. Una suma equivalente a todo el gasto público y privado en salud (cerca de 45 mil millones de pesos) que en algún momento terminar siendo impagable.
Otro problema que sigue a la deriva desde fin de año es el de la falta de billetes. Las penurias de los usuarios continuaron pero nadie se hizo cargo. Ni el Banco Central, ni el Ministerio de Economía. Los ministros deben arreglárselas por sí mismos y el jefe de Gabinete consume una parte sustancial de su tiempo en refutar de un modo grotesco a sus adversarios por los medios de comunicación. Parece “groggy”. La presidenta lo dejó en el cargo, pero su desgaste es tan fuerte que no le resulta ya de mucha utilidad.
En síntesis, entre los problemas estructurales que se agravan con el paso del tiempo y el eclipse presidencial, la incertidumbre se está extendiendo entre los dirigentes oficialistas de mayor peso.
Ven, además, que la jefa de Estado baja en las encuestas y que la oposición comienza a reagruparse, lo que no mejora, ciertamente, el estado de sus nervios. Es una tendencia incipiente, pero real.
El peronismo oficial está obligado a esperar la decisión de Cristina Fernández sobre la candidatura presidencial, pero los opositores tienen las manos libres. Así el radical Ernesto Sanz ya resolvió iniciar su larga marcha, lanzando su candidatura por medio de un centenario matutino que no es La Prensa.
La idea es promover a un candidato con todavía un bajo nivel de conocimiento y que ese candidato sea radical de “derecha”; una especie de Ricardo López Murphy, pero con más cintura política. Ninguna novedad.
Si se atiende a los conocedores de la interna radical, la irrupción de Sanz significa la desaparición lisa y llana de las chances de Julio Cobos y una fuerte incertidumbre sobre las de Ricardo Alfonsín, que no tiene más que el apellido para liderar las boletas de la UCR.
El senador mendocino propone lo mismo que Alfonsín y que Cobos -una suerte de kirchnerismo prolijo- y dice amén hasta al populismo del fútbol para todos. Cree que la gente quiere que las cosas cambien, pero no demasiado y está dispuesto a complacerla. Todo esto mientras el peronismo está paralizado, baja en las encuestas y no sabe con qué contar para enfrentar la alianza que comienza a armársele enfrente.