Un proverbio chino dice que quien cabalga un tigre no puede bajarse cuando quiere. Eso le está pasando a Alberto Fernández con el confinamiento obligatorio de la población.
Entusiasmado por las encuestas que muestran una amplia adhesión al encierro, pero temeroso de que un aumento de los contagios desfonde el precario sistema de salud, ve cómo la economía se deteriora, pero sigue negándose a abrir fábricas y comercios. Tomó la decisión de subirse al tigre y no sabe cómo bajarse sin que el tigre se lo coma. Anteayer proclamó el mantenimiento por 15 días más de una parálisis productiva que será cada vez más difícil de sostener.
Sus dudas sobre la vuelta a la normalidad se acentuaron el pasado viernes 3. Ese día recibió a la industria, al comercio y a la CGT que le pidieron una pronta puesta en marcha de la actividad. Gobernadores e intendentes le hicieron un reclamo similar.
De esos encuentros surgieron las versiones sobre una inminente flexibilización del encierro, a pesar de que Fernández, presta más oídos al comité de “científicos” que a los economistas. Pero las cosas cambiaron rápido. Ese mismo viernes se produjo un hecho que golpeó al gobierno: las aglomeraciones frente a los bancos de jubilados y planeros. Fue un mazazo a la cuarentena.
Ante esa compleja situación el gobierno comenzó a recoger el hilo y a hablar de un endurecimiento del encierro con mayores controles policiales. Un intento de asustar a una sociedad que está dando señales de agotamiento.
También anunció algunos paliativos al confinamiento: levantarlo en provincias con pocos casos, por actividades o confinar sólo a los adultos mayores. Pero liberar la economía en San Luis, dejar trabajar a los escribanos o impedírselo a los octogenarios no mueve la aguja de la economía.
La única reacción presidencial es aferrarse al lomo del tigre. Agita la antinomia entre salud y economía porque será su única coartada cuando la segunda llegue al fondo del pozo. “No me corran con la economía. Yo estoy tranquilo sabiendo que salvé las vidas que pude salvar”, repite.
Es llamativo su uso de falsas contradicciones. Cuando estalló el escándalo por sobreprecios en la compra de alimentos, intentó justificarlo alegando que Daniel Arroyo se había encontrado con el dilema de pagar de más o hambrear a los que alimenta el estado. Pero después suspendió el pago con lo que no quedó en claro el porqué de la urgencia.
Ese episodio puso además de manifiesto el carácter aluvional del gobierno. Hay en el ministerio más importante para hacer clientelismo tres grupos: el de los intendentes, el de los ex piqueteros y el de la Cámpora. Los que perdieron más funcionarios por el escándalo fueron los intendentes de los que depende Fernández para controlar la paz en el conurbano. Son los que pusieron orden después del tumulto inicial de los jubilados en los bancos.
Conocedores de la interna oficial señalaron la coincidencia de la indemnidad de los kirchneristas con la visita de Cristina Kirchner a Olivos (ver Visto y Oído). No se difundió oficialmente lo tratado por el presidente y su vice, pero los trascendidos coinciden en la inquietud de la segunda por la radicalización de la estrategia sanitaria y la parálisis económica en los barrios más pobres del Gran Buenos Aires donde está su cantera de votos.
Esa inquietud coincide curiosamente con la de los grandes empresarios que no serán los más perjudicados por el parate absoluto. Sí lo serán los medianos y chicos que verán destruido su capital de trabajo y no podrán reabrir cuando Fernández los habilite. No se sabe cuántos empleos serán destruidos por la radicalización de las medidas sanitarias.
Se estima, en cambio, con mayor seguridad que el PBI caerá por lo menos 8% este año. Después de los primeros 100 días de gestión albertista (antes del coronavirus) se calculaba que la caída sería del 2%. En 2002 cayó 11%. Fernández quería parecerse a Néstor, pero puede terminar pareciéndose a Duhalde.
El gasto fiscal crece por la pérdida de recaudación nacional y provincial y el auxilio a las empresas privadas para que paguen sueldos. El déficit se cubrirá con emisión, lo que ya produjo cortocircuitos con en el BCRA. La inflación superaría muy cómodamente el 53% de 2019. El dólar, a pesar del cepo, ya empezó a registrarlo. Se entiende por qué el presidente no quiere que le hablen de economía.