Por Mario Cabanillas
Presidente del Centro de Estudios Salta
La sanción impuesta días atrás al general de brigada (r) Rodrigo Alejandro Soloaga y difundida con grandes aspavientos por el periodismo cómplice no alcanza a ocultar que toda esa teatralización es propia de un gobierno que se hunde sin remedio y busca desesperado un punto de apoyo para salvarse del naufragio al que nos ha condenado a todos. Atormentado por el cataclismo electoral que se le avecina, y que ya nadie se esfuerza por ocultar ni siquiera entre sus propias filas, sale ahora a tirarle un hueso a la izquierda y a los organismos de derechos humanos, con la esperanza de que la izquierda le dé fueros. Pero ya ni eso le funciona y el efecto de sus manotazos es cada vez más efímero, si es que no se le vuelve en contra. Eso es lo que debería suceder con el caso Soloaga, si es que el adormecimiento de la gente no es total.
En cualquier otro país el maltrato público a un veterano de guerra escandalizaría a todos, porque en cualquier otro país todavía la población sabe reconocer a quien ha sacrificado su propia vida por la patria. No tener a los veteranos de guerra en alta estima, no serles agradecido, solo es motivo de deshonra propia. Pero la honra no es algo que distinga, precisamente, a nuestros funcionarios. Y así lo ha dejado otra vez con patética evidencia el ministro de (In)Defensa Jorge Taiana, a quien la desesperación electoral lo convenció de iniciar una persecución contra el general en procura de algún rédito, por más efímero que fuese.
Soloaga es un general condecorado con la medalla “al valor en combate” por su actuación en Malvinas, donde participó de la dura Batalla de Wireless Ridge, como la llaman los ingleses. El entonces capitán, jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10, recibió la misión de bloquear a pie el avance de los ingleses en esa zona, una de las siete colinas estratégicas en torno a Puerto Argentino, conocida como Colina del Telégrafo. Bajo intenso fuego desde una fragata, tanques livianos, piezas de artillería, morteros y misiles pesados, efectuó un contraataque para aliviar la presión sobre el Regimiento de Infantería 7, permitiendo así su repliegue. Su osadía y su estímulo permanente a sus hombres para ir al frente es coherente con el hecho de que haya cargado sobre sus hombros con un soldado herido.
De Malvinas a La Tablada, Soloaga honró el uniforme. Su reciente discurso en el acto público por el día del arma de Caballería, en el Campo Argentino de Polo, no hizo más que aumentar su ascendiente en el Ejército. Sus palabras son incuestionables. Es hasta de cristiano solidarizarse con los que sufren en prisión y sus familias, como él hizo con sus camaradas. Más aún cuando muchos de ellos están en prisión sin sentencia firme.
Taiana no conoce de tales honras. No lo sonroja el haber participado en los años ’70 en grupos como Descamisados y Montoneros. Se beneficia del adormecimiento general, que tolera que él sea hoy ministro.
Para fraguar el embuste que justificara la destitución del general de su cargo de presidente de la Comisión del Arma de Caballería, quisieron convertir la “solidaridad” del general en “reinvidicación” del genocidio. Cualquiera que repase sus palabras verá que no hay reivindicación ni apología alguna. Pero la izquierda caniche, que ve resquebrajarse sin remedio el relato que montaron, o el montaje que relatan, se prendió de ese hueso para seguir currando y la prensa cómplice se hizo eco.
Para ellos no existe la presunción de inocencia de quienes llevan muchos años en prisión porque para ellos no existe la democracia, sino como una simple máscara por la cual declamar. Ellos se han erigido en jueces, fiscales y claque que aplaude. Lo que quieren decir Donda y Taiana con eso de que no se puede tolerar en democracia este tipo de discursos, es que no los puede tolerar “el consenso” que ellos dicen haber armado, a riesgo de que se caiga a pedazos.
Según el expediente iniciado por Taiana, el general habría violado el código de disciplina militar, porque todo militar debe ajustar su conducta al cumplimiento de la Constitución Nacional y sus leyes, así como el respeto a las órdenes de mando. Una vez más, se ve por todos lados el cumplimiento del general. Lo que no se ve es el cumplimiento de Taiana y de este gobierno de esa Constitución y sus leyes.
Con la persecución al general Soloaga, la libertad de expresión deja de ser un derecho y pasa a ser un privilegio del relato. A esto apunta la advertencia de más sanciones contra todo aquel que en adelante tenga pronunciamientos que ellos juzguen que atentan contra la democracia. Lo que se busca es un nuevo acostumbramiento de la sociedad, correr la marca unos metros más. Es hora de que la sociedad despierte y se lo demande.